El auditorio. Nell sintió un escalofrío de intenso miedo al recordar la historia que Jamie había contado sobre el vi-rus mortal con el que untaban las puntas de las espadas, como parte de la macabra recompensa de Gardeaux. Miró a Tanek directamente a los ojos.
– ¿Por qué me hablas del auditorio?
– Porque es allí donde Gardeaux me llevará.
Nell casi derramó el café.
– No.
– Sí -repuso tranquilamente él-. Es el único sitio donde mi plan tendrá buen resultado. Si muerde el anzuelo que le he lanzado, me llevará a algún lugar donde no haya gente.
– Pero tendrá a sus hombres allí. Te meterás en la boca del lobo.
– Creo que podré escapar de ella. Gardeaux se asegura-rá de que no voy armado, así que, en algún momento de la tarde, quiero que te cueles en el auditorio y pegues con cin-ta adhesiva esta Magnum 44 bajo el asiento A14. -Sacó el arma del bolsillo y se la entregó-. En la primera fila del pa-sillo central.
– ¿Y crees que podrás escapar de la trampa? ¿Qué pien-sas hacer?
– Manipular a Gardeaux y llevarlo hasta una posición que me permita ganarle.
– ¿Cómo?
– Después de conseguir que me lleve al auditorio tendrá que improvisar. No será la primera vez que lo haga.
– Te matará.
Tanek sonrió.
– Siempre hemos sabido que existe esa posibilidad, ¿no? Pero no creo que suceda, esta vez. No si tú me ayudas.
– Sucedió con tu amigo O'Malley.
– Nell, es el único modo de hacerlo. Ayúdame.
Lo tenía absolutamente decidido.
– ¿Eso es todo lo que quieres que haga? -preguntó ella, seca.
Tanek dio unos golpecitos con el dedo sobre otro pun-to del plano.
– El puente levadizo. Estará vigilado, pero dudo que esté levantado, ya que los invitados irán llegando y marchándo-se. Tendrás que librarte de los guardias antes de las once cuarenta y cinco. Porque a esa hora, exactamente, tienes que estar junto a la caja de fusibles, a cuatro metros y medio a la izquierda de esta puerta. -Indicó hacia el lado sur del audi-torio en el plano de la planta-. Quiero que cortes la corrien-te del auditorio y que luego corras como una posesa hacia el puente levadizo. Jamie estará esperando en el bosque, al otro lado del foso, con el coche. Y yo llegaré justo después de ti.
– Quizás.
Tanek ignoró el comentario.
– Seguro que Gardeaux apostará un guardián en la puer-ta del auditorio cuando entremos. Quizá tengas que ocu-parte de él antes de entrar por la puerta sur. Intenta hacerlo silenciosamente, o puede que me maten. ¿Te parece una buena dosis de responsabilidad?
– Más de la que creía que me darías. -Más de la que que-ría siquiera imaginar. No quería ni pensar en ello, ahora-. Esperaba que fueras más egoísta.
– Lo soy. Me reservo a Gardeaux para mí. Y me sor-prende que no discutas conmigo por un privilegio tal.
Ella sacudió la cabeza.
– Tiene que morir, y yo tengo que participar en ello, pero estoy contenta de que lo hagas tú. Gardeaux… me re-sulta muy lejano. No le he visto nunca, jamás he escuchado su voz. Sé que es tan culpable como Maritz, quizá más, pero para mí no está vivo. Y para ti, sí. -Apretó los labios-. Sin embargo, no intentes desviarme de Maritz.
– Primero uno y después el otro.
– ¿Eso suena a evasiva?
– Tienes toda la razón, maldita sea. No quiero pensar en Maritz ahora. Bastante pánico me da que te involucres en todo este jaleo.
– ¿De veras? ¿No me crees capaz de cumplir con mi mi-sión?
– Si no te creyera capaz, te habría echado un somnífero en el café y te dejaría encerrada hasta que todo hubiera ter-minado. -Sonrió-. Eres inteligente y hábil, y Jamie tiene ra-zón. Ojalá hubiéramos podido contar contigo en los viejos tiempos. -La sonrisa se desvaneció-. Y eso no significa que me guste en absoluto la idea de tenerte ni siquiera a cien mi-llas de Bellevigne.
– Tengo derecho a estar allí.
– Tienes derecho. -Le lanzó un guiño-. Pero no pierdas de vista la cafetera.
Nell se sintió más relajada y también le sonrió.
– No me separaré de ella ni medio minuto.
– Quizá no sea necesario que la vigiles tan de cerca… -Tanek tomó la taza de café de entre las manos de ella y la dejó junto a la chimenea-. Podría ser molesto que entorpeciera la acción. -Lentamente, atrajo a Nell hacia sus brazos. Susurró-: ¿De acuerdo?
Totalmente de acuerdo. Pasión. Bienestar. Sensación de estar en casa. Nell le devolvió el abrazo.
– De acuerdo.
– Está resultando muy fácil. Quizá debería irme más a menudo. -La besó-. ¿O es tan sólo que le ofreces consuelo y cariño a un pobre guerrero antes de la batalla?
– Cállate -susurró ella-. Yo también voy al campo de batalla. -Nell necesitaba aquello. Le necesitaba a él. Se echó hacia atrás y empezó a desabrocharse los botones de su blu-sa-. Creo que eres tú el que debería proporcionar consuelo.
– Pero aquí no. -La ayudó a ponerse en pie-. ¿Dónde está tu habitación? Me niego a ser seducido junto a un cam-ping-gas. No hacemos acampada.
Tanek se estaba vistiendo. Parecía tan sólo una sombra bo-rrosa y pálida, a la luz grisácea de antes del amanecer que llenaba la habitación.
– Ve con cuidado -susurró Nell.
– No quería despertarte. -Se sentó en la cama. Hubo un silencio-. ¿Por qué, Nell?
Ella le cogió la mano.
– Ya te lo dije, necesitaba consuelo y cariño.
– Anoche diste más de lo que recibiste. ¿Dónde está toda aquella rabia?
– No lo sé. Sólo sé que te he echado de menos. Ahora mismo no puedo pensar con demasiada claridad.
– Bueno, todavía tienes la cabeza llena de arena. -Le aca-rició suavemente los cabellos-. Pero quizás estés pensando con más claridad de la que crees. A veces, es mejor fiarse del instinto. -Sonrió-. En este caso, concretamente, fue incom-parablemente mejor.
Nell asió con fuerza la mano de Tanek.
– No es un buen plan, Nicholas. Hay demasiadas cosas que pueden salir mal.
– Jamás tendremos un plan o una ocasión mejor. -Y aña-dió, en tono cansado-: Estoy harto, hastiado de todo este asunto. Me pone enfermo que esa escoria de Gardeaux viva tan tranquilo y como un gato gordo y mimado en su casti-llo. Estoy harto de pensar en Terence y en lo inútil que fue su muerte. Estoy harto de preocuparme por ti. Quiero acabar el trabajo e irme a mi casa. -La besó en la frente-. Por última vez, Nell, ¿merece la pena todo esto?
– Vaya momento para preguntármelo. Ya sabes la res-puesta.
– De todos modos, te lo pregunto.
– Me estás ofreciendo una salida. No la quiero. -Buscó su mirada-. Mataron a mi hija, deliberadamente, con cruel-dad. Le quitaron la vida como si no tuviera ningún valor y su muerte ha quedado impune. Y seguirán haciendo daño a gente inocente mientras… -Se detuvo-. No, no lo hago para evitar que hagan sufrir a otra gente. No soy tan altruista. Lo hago por Jill. Todo lo hago por Jill.
– Bien. Esa era la respuesta que esperaba oír. Pero si ves que algo empieza a fallar, déjalo todo y corre. ¿Me oyes?
– Sí.
– Pero no te convence. Te lo diré en otras palabras: si te matan en Bellevigne, Gardeaux y Maritz seguirán vivos y nadie pagará jamás por la muerte de Jill.
Nell sintió una sacudida de dolor.
– Sabía que esto sí haría mella en ti. -Se levantó y se diri-gió hacia la puerta-. A las once cuarenta y cinco. No llegues tarde.