Capítulo 18
NOCHEVIEJA, 22.35 HORAS
Gardeaux parecía un afable político, educado, maduro, muy elegante con aquel traje renacentista verde y dorado. Son-reía cortésmente a su esposa, ignorando la horda de perso-nalidades influyentes que los rodeaba. Encantador.
Por su aspecto, Nell no podría haber adivinado jamás que su querida estaba justo al otro lado del salón… o que era un asesino de niños.
– ¿Qué estás mirando? -susurró madame Dumoit al pa-sar junto a ella-. No te hemos traído aquí para que te que-des en un rincón con cara de susto. Paséate. Luce el vestido de Jacques.
– Lo siento, madame.
Nell dejó la copa de vino sobre la bandeja del primer ca-marero que vio y se dirigió hacia la multitud. Con aquel ves-tido renacentista, quedaba perfectamente camuflada entre toda aquella gente disfrazada. Y había tanta, que podía desa-parecer en segundos y volver a ocultarse entre las sombras. Veinticinco minutos más, y Nicholas haría acto de presencia.
Hacía demasiado calor en aquel salón, y la música era ensordecedora.
Ahí seguía Gardeaux. Ahí seguía el asesino de niños. ¿Cómo era capaz de sonreír de aquella manera si tenía la in-tención de matar a Nicholas dentro de una hora?
Cielos, estaba asustada.
Gardeaux se volvió, con la mano extendida y una amplia sonrisa de bienvenida iluminándole la cara.
Un hombre se le acercaba. Un hombre bajito, que pare-cía estar un tanto incómodo metido en un esmoquin.
Nell se quedó helada.
¿Kabler?
Kabler también sonreía. Encajó la mano de Gardeaux, saludándolo. Le dijo algo en tono alegre antes de darle unos amistosos golpecitos en la espalda.
No podía ser Kabler. Kabler le odiaba. Kabler jamás es-taría allí.
Sí estaba allí, y trataba a Gardeaux como si fuera su me-jor amigo.
Pero era policía. Debía de estar allí bajo otra identidad… o por alguna razón.
Nell se acercó disimuladamente al grupo, con la mirada fija en aquellos dos hombres.
Gardeaux le presentó a su esposa. Su buen amigo, Joe Kabler, jefe del Departamento Antidroga, en Norteamérica.
Sabía quién era Kabler. Kabler, su buen amigo.
El dinero podía comprar a casi todo el mundo, le había dicho Nicholas.
Nell no hubiera imaginado nunca que también pudiera comprar a Kabler.
A continuación, sonrió a la esposa de Gardeaux y co-mentó algo sobre una fiesta tan exquisita y lo amables que habían sido al invitarle. Su mirada se paseó por el salón. Sin duda, era uno de ellos.
¡Y podía reconocerla!
El corazón le dio un vuelco. ¿Qué es lo que estaba ha-ciendo, allí, paralizada? Rápidamente, se alejó de ellos y se dirigió hacia la salida.
¿La habría visto Kabler?
Tenía miedo de mirar por encima de su hombro y averi-guarlo. En todo caso, sólo habría podido verle el perfil, casi de espaldas.
¿Sólo? Eso sería suficiente. Habían estado juntos duran-te horas.
Cruzó precipitadamente la puerta que llevaba al vestí-bulo.
«Por favor. Que no me haya visto.»
Bajó a toda prisa los cuatro escalones hasta el jardín. Se arriesgó, por fin, a echar una rápida ojeada hacia atrás.
Kabler, con el ceño fruncido, se abría paso entre la gen-te que ocupaba el vestíbulo.
La alcanzó justo al pie de aquellos escalones y, tras asir-la del brazo, la obligó a volverse hacia él.
– Déjeme. -Le miró a los ojos-. Hay gente a menos de veinte pasos de nosotros. Gritaré.
– No lo harás. No quieres estropear lo que te ha traído hasta aquí, sea lo que sea. Te dije que te alejaras de Tanek. Mira lo que te ha hecho. -Hablaba en un tono casi herido-. No quiero hacerte daño. Déjalo. Todavía puedo salvarte.
– ¿Intercediendo por mí ante su amigo Gardeaux? -re-plicó ella, duramente.
– Esa basura no es mi amigo, y tampoco atendería a nin-guna explicación si supiera que estás aquí.
– ¿No se lo ha dicho?
– Le he dicho que me parecía que había visto a un cono-cido mío. No quiero que mueras, Nell. Deja que coja a Ta-nek. También es escoria, como los demás.
– ¿Y usted, qué es?
Kabler pareció desmoronarse.
– Ya no podía luchar contra ellos. Llevaba demasiado tiempo haciéndolo. Llegué a mi casa desde Idaho, aquel día, y uno de los hombres de Gardeaux me estaba esperando. El médico de mi hijo también. Mi hijo tiene leucemia. Se me-rece la mejor atención, y ahora puedo dársela. No puedes vencerles. Tienen demasiado dinero y poder. Nadie pue-de vencerles.
– Así que decidió unirse al grupo. ¿Cuánto le paga, Kabler?
– Lo suficiente. Mi esposa puede al fin tener algunas de las cosas que desde hace tanto tiempo se merece. Mis hijos irán a buenas escuelas y tendrán un futuro mejor. Podré darles todo lo que necesiten o quieran.
– Me alegro por usted. Yo ya no tengo a mi hija. Gar-deaux la asesinó.
– Pero tú estás viva. Y quiero que sigas viviendo. Tú no eres como ellos.
– ¿Y soy como usted?
Él sacudió la cabeza.
– No me importa lo que pueda sucederles. No me im-portó Richard, ni aquella mujer. Estaban tan podridos como Gardeaux.
Nell le miró sin dar crédito a lo que oía. De repente, todo cuadraba.
– Fue usted. Usted los mató.
Él asintió.
– Sólo tuve que decirle a Gardeaux dónde podía encon-trarlos. Y quería que, antes, te llevara a ti hasta allí, para que resultara creíble que me habían seguido. -Sonrió amargamente-. Ocupo una posición muy valiosa, y Gardeaux no quería perderla.
– Usted me utilizó. Hizo lo mismo que tanto critica en Nicholas.
– Tenías derecho a saber lo de Richard.
– ¿Y cómo piensa explicar usted su presencia en esta fies-ta? Sus hombres saben perfectamente quién es Gardeaux.
– Sólo he venido para conseguir información. Cumplo con mi trabajo. -Miró un momento por encima del hombro-. Hace demasiado rato que estamos aquí fuera. Tanek debe es-tar a punto de llegar y no quiero que te metas en medio.
– Va a ayudarle a matar a Nicholas.
– No necesita mi ayuda. No es ése el motivo por el que he venido. Gardeaux quería que yo asistiera a la fiesta, le diera unas palmaditas en la espalda y neutralizara así cual-quier daño que Nicholas pudiera ocasionar a su imagen. -Asió el brazo de Nell-. Voy a llevarte a mi habitación y me quedaré allí contigo. Cuando todo haya terminado, dejaré que te vayas.
Cuando todo hubiera terminado. Cuando Nicholas es-tuviera muerto.
– ¿Y qué pasa si le digo que no voy a subir con usted?
– Entonces tendré que decirle a Gardeaux quién eres. Y también te matará. -Añadió suavemente-: Pero no quiero hacerlo, Nell. Quiero que salgas de aquí sana y salva. ¿Vie-nes conmigo?
No era un farol. La delataría. Quería salvarla, sí, pero preferiría dejarla morir que romper su afiliación con Gar-deaux.
– Le acompaño.
Inmediatamente, Kabler la asió por el codo, y cruzaron el vestíbulo.
– Llevo un arma bajo esta ridícula chaqueta. Creo que es mejor que lo sepas. -La condujo hacia las escaleras para su-bir al piso superior-. Sonríe -murmuró.
La mirada de Nell se fijó durante un instante en el anti-guo reloj de pared que había junto a las puertas del salón. Su mano se agarró con fuerza a la barandilla.
Las diez cincuenta y cinco.
23.10 HORAS
Cuatro personas bajaron de la limusina en cuanto se detuvo, nada más llegar al patio. Dos mujeres, con elegantísimos vestidos renacentistas bajo sendas capas de terciopelo, y sus acompañantes, de esmoquin. Charla. Risas.
Era la oportunidad perfecta para que Nicholas se uniera al grupo y se colara en la casa. Salió de entre las sombras de los árboles del jardín y cruzó el foso a toda prisa.
Alcanzó a los cuatro invitados mientras cruzaban el patio.