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– Ah, Tanek, por fin. -Gardeaux estaba de pie junto a los escalones de la puerta principal. No miraba a los cuatro re-cién llegados, sino a Tanek-. Te estaba esperando.

Nicholas se detuvo en seco y luego se acercó aún más al grupo.

– Nunca puedo resistirme a una fiesta.

– Me temo que tendrás que perderte ésta. -Hizo un ges-to, y los cuatro invitados se separaron como el mar Rojo-. Parece que te has quedado sin escolta.

Nicholas los observó mientras se apresuraban a subir de nuevo a la limusina.

– ¿Son de los tuyos?

– Efectivamente. ¿Acaso creías que no esperaría que in-tentaras una treta tan simple? Tú mismo me dijiste a que hora pensabas llegar, y yo sólo he tenido que tenderte la trampa. No puedo permitir que entres en el salón. Quizá me pondrías en un compromiso. -Miró por encima de su hombro-. Rivil, vamos a acompañar al señor Tanek al auditorio. ¿Te acuerdas de Rivil, Tanek?

– ¿Cómo podría olvidarle? -Lo observó mientras bajaba las escaleras-. Me causó un gran impacto.

A Rivil le seguía un hombre más bajo al que Nicholas reconoció enseguida: Marple, un ser abominable, un exper-to con el garrote, y de excelentes reflejos. Gardeaux había convocado a los mejores.

– Hábil juego de palabras -dijo Gardeaux-. Pero me ale-gra comprobar que no estás demasiado desconcertado. Todo será más interesante si no te desmoronas. -Fijó la mirada en la espada enfundada en cuero que sostenía Nicholas, y su cara se iluminó-. ¿Es eso?

El asintió.

Gardeaux bajó los escalones sin perder tiempo y cogió la espada.

– Te has tomado todas estas molestias para nada. Estás fuera de juego, Tanek. -Empezó a desenvolver la espada, pero se detuvo-. Llevémonos a nuestro invitado de aquí.

– ¿Y qué pasa si me niego? -dijo Tanek.

– Rivil te noqueará y te llevaremos a rastras. -Gardeaux se encaminó hacia el auditorio-. Sencillo, ¿no?

No cabía protestar más. Gardeaux le conocía bien y sa-bía que no iniciaría una discusión inútil.

Tanek dejó que Rivil y Marple le condujeran hasta el auditorio.

23.20 HORAS

Nada más entrar en el recinto, Gardeaux, impaciente, se deshizo del envoltorio de cuero de la espada. La alzó, de-jando que brillara bajo la luz de los focos.

– Espléndida -murmuró-. Magnífica. Noto su poder.

La acarició como si se tratara de su ser más querido y, luego, empezó a bajar por el largo pasillo central, hacia la pista.

– Traedle. No habías estado nunca en mi auditorio, ¿ver-dad? Tan sólo hace unas horas, los más grandes espadachines, los campeones de esgrima de toda Europa, han estado compitiendo aquí. Excepto Pietro. Aunque es muy probable que, de haberlo hecho, los hubiera vencido a todos. -Gar-deaux se detuvo ante la pista y señaló con un vago ademán al alto y delgado floretista que les esperaba allí-. Quiero pre-sentarte a Pietro Daniel. -No se podía distinguir ni un solo rasgo de aquel hombre bajo su equipo completo de esgrima, blanco, y su careta de malla-. Hace mucho tiempo que de-seaba que os conocierais. -Le ofreció la espada de Carlomagno a Nicholas-. Incluso te presto la espada del empera-dor para que luches contra él. Seguro que te trae suerte.

Nicholas ignoró el arma.

– No voy a luchar. No tengo intención de proporcionar-te ningún espectáculo.

– Pietro, ven.

El espadachín abandonó la pista de un salto y se acercó a ellos, blandiendo ligeramente la espada. Rivil y Marple se apartaron.

– Enséñale a Tanek tu espada. Últimamente está intere-sado en este tipo de armas.

Pietro extendió el brazo hasta colocar la espada a sólo una pulgada del pecho de Nicholas.

– Fíjate en la punta, Tanek.

La punta afilada estaba húmeda, y brillaba bajo la luz de los potentes focos.

– Colono -siguió Gardeaux-. Me hice traer un pequeño cargamento fresco desde Medellín en cuanto supe que ve-nías. Todo lo que Pietro tiene que hacer es rasgarte la piel. ¿Recuerdas qué minúscula era la herida de O'Malley? Pero no duró mucho, ¿verdad? Casi al instante se formó una di-minuta ampolla alrededor del rasguño. Cuando O'Malley murió, no era más que una masa llena de ampollas y llagas. El virus devoró sus entrañas.

Nicholas no podía apartar los ojos de la punta de la es-pada. Es un arma. Eres un hombre inteligente. Aprovecha la oportunidad al máximo.

– Y si gano, Rivil y Marple me apuntarán con una pistola y tú mismo te encargarás de darme la estocada igualmente.

– Yo no he dicho que sea una oportunidad de oro.

– Mientras tú, como si fueras Dios, ves tus deseos hechos realidad.

– No hay nada tan emocionante -dijo Gardeaux. Le ofreció la espada a Tanek una vez más-. Vamos, toma.

Pietro acercó la punta aún más, casi hasta rozarle la camisa.

– Tómala -ordenó en un susurro Gardeaux.

Todo iba demasiado rápido, pensó Nicholas. Todavía faltaban veinte minutos para que Nell cortara la luz.

– No querrás morir así, ¿verdad? -añadió Gardeaux.

La imagen de Terence retorciéndose de dolor acudió a su mente. Se retiró un paso de la espada de Pietro.

– No, no quiero. -Extendió el brazo y asió la empuña-dura del arma que Gardeaux le ofrecía. Se volvió y, de un salto, se plantó en la pista-. Adelante.

23.35 HORAS

Nell apartó de un tirón las cortinas de terciopelo que cu-brían la ventana.

Había luz en el auditorio.

Su mano se cerró con fuerza, retorciendo el terciopelo. Nicholas ya estaba allí. Gardeaux le había llevado al recinto para matarle.

– Apártate de la ventana -le ordenó Kabler desde el otro extremo de la habitación.

Ella se volvió y le miró fijamente.

– No puede hacer esto. Tanek está ahí. ¿Está enterado de lo que van a hacerle?

– No he querido saber los detalles. -La estudió durante unos instantes-. Lo siento, pero pareces estar un tanto de-sesperada. Tendré que tomar precauciones. -Desenfundó el arma de nuevo y la apuntó-. Ven, siéntate. Yo no soy como Richard…, sé que eres inteligente y capaz. No quiero que me cojas por sorpresa.

– ¿Sería capaz de matarme?

– No quiero hacerlo.

– Pero lo haría. ¿Y eso no le convierte en la misma basu-ra que es Gardeaux?

Kabler apretó los labios.

– Nunca seré como él.

– Lo será si me mata. -Empezó a avanzar hacia la puerta, desafiadora-. Pero no creo que lo haga.

– Apártate de la puerta.

– Usted quizá dejaría que Gardeaux me matara, pero es incapaz de hacerlo con sus propias manos. Nosotros nos parecemos, y somos muy diferentes a ellos. -Nell estaba apostando fuerte, apelando a la razón, haciéndole dudar-. No hay nada que pueda justificar que usted me mate.

– No te muevas. No puedo dejarte ir.

Pero ella no podía detenerse. El pánico la invadía. Su mano agarró el tirador de la puerta.

Kabler masculló algo y se lanzó a la carrera hacia ella.

Nell se volvió como un rayo y le lanzó un puñetazo en el abdomen. Él soltó un grito ahogado y se dobló en dos.

Una patada en la ingle. Y un certero golpe en la nuca, con el filo de la mano. Kabler casi no se movía, pero aún estaba consciente. Nell tenía que dejarlo fuera de combate. Cogió el arma, que él había soltado al recibir la primera embestida, y lo golpeó con la culata en la cabeza.

Se desplomó.

Ella abrió la puerta y voló escaleras abajo, cruzó el pasi-llo como una exhalación y bajó las escaleras casi de un salto. Su mirada buscó el reloj de pared. Las once cincuenta.

No tenía tiempo de despistar al guarda apostado junto al auditorio.

No tenía tiempo de cortar la luz y proporcionar a Ni-cholas la penumbra que necesitaba.

Llegaba demasiado tarde.

23.51 HORAS

¿Dónde demonios estaba Nell?

Pietro avanzó hacia él, casi tocándole con la punta de la espada, y luego retrocediendo con un ágil y elegante movi-miento.