Tan sólo se dedicaba a jugar con él. Estaba dando un buen espectáculo para satisfacer a Gardeaux. Había tenido ocasión de herirle una docena de veces en los últimos diez minutos. Nicholas se movía de manera tan torpe y ridícula como un oso, blandiendo la espada, esquivando estocadas, apartándose del camino de su contrincante.
Echó una rápida ojeada al reloj del auditorio.
Las once cincuenta y dos.
– ¿Estás cansado, Tanek? -le preguntó Gardeaux desde la primera fila-. Pietro puede aguantar horas.
Las once cincuenta y tres.
Ya no podía esperar más.
Bajó la espada.
– ¿Te rindes? Estoy decepcionado. Creía que…
Nicholas enarboló la espada y la lanzó, como si de una jabalina se tratara, hacia Pietro. Éste aulló de dolor al recibir el golpe en un muslo, y se desplomó.
Nicholas abandonó la pista y corrió a toda prisa hacia el asiento donde Nell había escondido el arma.
Una bala pasó silbando junto a su cabeza.
– Detenedlo. No le disparéis, idiotas.
No, Gardeaux no quería de ningún modo perder el con-trol de la situación.
Nicholas buscó bajo el asiento y logró asir la pistola.
Pero le alcanzaron antes de que pudiera siquiera empu-ñarla. Rivil forcejeó con él y logró quitársela. Gardeaux es-taba de nuevo ahí, frente a Tanek. Sonriendo.
Probablemente, era la misma sonrisa que Terence había visto, impotente, pensó Nicholas. Sintió una oleada de rabia en todo el cuerpo.
– Hijo de puta.
Se abalanzó hacia Gardeaux y le soltó un puñetazo en plena cara.
Rivil le dio una patada en el estómago. Marple lo golpeó en la sien con la culata de la pistola. Tanek cayó al suelo, lu-chando por no desvanecerse.
Gardeaux se acercó y se inclinó sobre él, mirándole a los ojos, muy cerca. Tenía un corte en el labio. Sangraba y aquella estúpida sonrisa había desaparecido.
– Vosotros, traedme la espada de Pietro.
Rivil fue a buscarla.
Nicholas intentó levantarse, pero Gardeaux le puso un pie en el pecho y se lo impidió.
– ¿Te sientes impotente, Tanek? ¿Estás tan asustado que tienes ganas de vomitar? -Rivil le entregó la espada de Pietro-. Pues no es nada, comparado con cómo te vas a sentir dentro de uno o dos días. -Le apuntó con la espada en el hombro izquierdo-. No será una herida profunda. Quiero que tengas una muerte muy lenta.
Nicholas no podía apartar los ojos del líquido que hu-medecía la afilada punta mientras se le acercaba.
Gardeaux le clavó la espada en el hombro.
Nicholas rechinó los dientes para no gritar de dolor.
Gardeaux retiró la espada.
Nicholas cerró los ojos mientras notaba un tibio chorro de sangre bajando hacia su pecho.
– ¡Feliz Año Nuevo!
Gardeaux se volvió hacia la puerta al otro lado del audi-torio.
Entraba gente. Gardeaux se quedó paralizado, mientras la orquesta empezaba a tocar Auld Lang Syne y recorría el pasillo hacia la pista.
– ¿Qué demonios está pasando?
Todo el mundo lanzaba confeti y hacía sonar las trom-petillas del cotillón.
– ¡Feliz Año Nuevo!
– Dios mío, ahí está el primer ministro. -Gardeaux miró a Nicholas-. ¡Rivil, saca a Tanek de aquí inmediatamente! Por la otra puerta. Todavía no le han visto. -Con mucho cuidado, limpió la espada de Pietro y la escondió bajo los asientos. Sacó un pañuelo del bolsillo y se enjugó la sangre del labio-. Marple, la espada de Carlomagno está en la pista. Dile a Pietro que la coja antes de que la encuentre alguno de esos idiotas. -Forzó una sonrisa y se dirigió hacia el gentío de invitados que estaba literalmente invadiendo el auditorio.
Rivil agarró a Nicholas, lo puso en pie y lo arrastró ha-cia la salida.
De repente, Nell apareció frente a ellos:
– Ya me lo llevo yo. -Rivil intentó apartarla-. He dicho que ya me lo llevo yo. -Sacó una pistola de entre los plie-gues del vestido. Le temblaba la voz-: Suéltalo, bastardo.
Rivil se encogió de hombros y soltó a Nicholas.
– Llévatelo. Gardeaux sólo ha dicho que quiere que sal-ga de aquí. Ya ha terminado con él. No le importará con quién se vaya. -Y se alejó para reunirse con la gente que ro-deaba a Gardeaux.
Nell sujetó a Nicholas por la cintura y le hizo pasar un brazo sobre sus hombros.
– Apóyate en mí.
– No tengo más remedio. No me encuentro muy bien.
– Lo siento -murmuró ella. Las lágrimas le corrían por las mejillas. -He intentado… Kabler… No he podido…
– Estoy demasiado aturdido para entender lo que dices. Mejor cuéntamelo luego. -Echó una mirada por encima de su hombro-. Pero ¿qué demonios hace toda esa gente aquí?
Nell abrió la puerta de salida.
– Llegaba demasiado tarde -respondió, nerviosa-. No se me ocurría una manera de librarme del guardia y de poder hacer lo que me dijiste a tiempo. Así que he ido al salón, he subido al escenario de la orquesta y he anunciado que Gar-deaux quería dar la bienvenida al Año Nuevo en el mismo escenario donde los atletas consiguen sus más grandes triunfos. Y el guarda no ha podido impedirnos el paso. La gente lo ha arrastrado hacia dentro. Es todo lo que se me ha ocurrido hacer…
– Bien hecho.
– No, de bien hecho, nada -repuso ella, enfadada-. He lle-gado demasiado tarde. Te han hecho daño. ¿Cómo te sientes?
– Me retumba la cabeza. Me ha clavado una espada en el hombro.
Ella intentó coger aire:
– ¿Una espada? ¿La espada de quién?
– De un upo muy desagradable. Pietro. Creo que es me-jor que me lleves a un hospital.
– Dios mío.
Tanek se debilitaba por momentos:
– Bien pensado: llévame hasta Jamie. ¿De acuerdo?
Ella asintió y le ayudó a cruzar el patio. Los guardas del puente levadizo ni siquiera les preguntaron nada cuando lo cruzaron.
– Me dijiste que tendría que librarme de ellos -le recor-dó Nell, con una leve y triste sonrisa-. Pero no parece que les importe en absoluto.
– A Gardeaux tampoco.
Nell lo sujetó con más fuerza:
– Que se vaya al infierno.
Se sentía desconsolada, y Tanek quería confortarla. Pero ahora no podía. Más adelante. Lo haría más adelante.
La sala de urgencias del hospital Nuestra Señora de la Mer-ced estaba llena a rebosar, y el doctor Minot, médico de guardia, no estaba de humor para atender la petición de Nicholas.
– La herida es superficial, monsieur. La trataremos con antibióticos y con una antitetánica. No hay necesidad de ha-cer un análisis de sangre.
– De todos modos, le agradecería que lo hiciera -insistió Tanek-. Ya sabe cómo somos los hipocondríacos.
– No podemos perder tiempo discutiendo por tonterías. Si quiere, enviaremos una muestra al laboratorio. Tendrá los resultados mañana mismo.
– Necesito saberlo ahora.
– Eso es imposible. No puedo…
Nell se acercó hasta a estar a tan sólo unos centímetros del doctor:
– Lo hará. -Sus ojos sacaban chispas-. Hará ese análisis y nos dará los resultados ahora. No mañana. Ahora.
El joven médico dio un involuntario paso hacia atrás y forzó una sonrisa.
– De todos modos, haremos cualquier cosa para compla-cer a tan encantadora dama.
– ¿Cuánto tardará?
– Cinco minutos. Ni uno más. -Y se batió en retirada, con rapidez.
Nicholas le dedicó una sonrisa cansada.
– ¿Qué le habrías hecho?
– Cualquier cosa. Desde noquearlo hasta acostarme con él. -Se sentó en la camilla-. ¿Cómo te encuentras?
– Me siento protegido.
– No te he protegido demasiado en Bellevigne.
– Las cosas van como van. No esperabas encontrarte con Kabler. Y yo tampoco. ¿Dónde está Jamie?
– En la sala de espera. Sólo permiten un acompañante. ¿Podrá evaluar el doctor Minot la gravedad de la infección?