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– No llegué a tiempo.

– Aun así, me hice con la pistola. Me sirvió para que Gardeaux se me acercara. -Sacudió la cabeza-. Casi no lo consigo.

– Sólo casi -intervino Jamie-. Y ahora, ¿qué? ¿Gardeaux irá por ti?

– Dentro de las próximas veinticuatro horas dejará de preocuparle otra cosa que no sea él mismo.

– ¿Hacia dónde vamos? ¿A la casita?

– No -se apresuró a decir Nell-. No quiero ir allí. Pre-fiero que me llevéis a París.

Nicholas asintió.

– Sí, Jamie. Además, quiero que te lleves a Pardeau de París un par de días, hasta que estemos seguros de que nos hemos librado de Gardeaux. Prometí protegerle.

– ¡Cómo no! Por supuesto: protejamos a todos los ani-males e idiotas que nos rodean -exclamó Nell.

Jamie le dirigió una mirada de advertencia y puso el mo-tor en marcha.

– ¿Deduzco que tengo un problema grave? -inquirió Nicholas, con voz profunda.

Nell no contestó.

É1 cerró los ojos.

– En este caso, supongo que es mejor que descanse y re-ponga energías. Despertadme cuando lleguemos a París.

* * *

Nell cerró la puerta de golpe cuando entraron en el aparta-mento.

– Métete en la cama. Iré a la farmacia y te traeré lo que te han recetado.

– No es necesario.

– Sí lo es. ¿O es que no me crees capaz de eso, tampoco?

– Ya empezamos -suspiró Nicholas.

– Deberías haber dejado que te ayudara.

– Dejé que me ayudaras.

– Podrías haberme dicho lo del coloño. Podrías haberme contado todo el asunto.

– Sí, podría haberlo hecho.

– Pero dejaste que yo creyera que las cosas eran de una manera, mientras tú… -Se detuvo y, con voz cansada, aña-dió-: Quizá tenías razón. Ni siquiera he sido capaz de hacer lo que me habías pedido. Casi te matan por mi culpa.

– Has hecho todo lo posible.

– No es suficiente. Debería haberme librado de Kabler más rápidamente. Debería haber estado donde tenía que es-tar y cortar la luz. -Las lágrimas inundaban sus mejillas-. Te he fallado, maldita sea.

– Tú nunca me has fallado. Pero no eres superwoman. Las cosas van como van -le espetó él. Cruzó la habitación y la agarró por los hombros-. Y la razón por la que no te pedí que me ayudaras con lo del coloño fue porque no que-ría que tuvieras nada que ver con toda esa porquería. Vi lo que le hizo a Terence. No podía soportar la sola idea de que te acercaras a un peligro de ese calibre.

– Y preferiste correr el nesgo tú sólito. ¿Cómo te crees que me he sentido cuando me has dicho que tu herida era…?

– ¿Cómo te has sentido, Nell?

– Lo sabes perfectamente.

– Quiero que me lo digas tú. Por una vez, dímelo, Nell.

– Me he sentido culpable, asustada y…

– No querías perderme.

– De acuerdo, no quería perderte.

– ¿Por qué?

– Porque me he acostumbrado a ti, porque eres…

– ¿Por qué?

– Porque te quiero, maldita sea. -Hundió la cara en el pecho de Tanek-. Y duele. No quería que esto sucediera. Y no debería haber pasado. He luchado con todas mis fuerzas. Eres la última persona que… Tú y tu maldita testarudez. Morirás. Como murió Jill. Y no puedo soportar la idea de volver a pasar por lo mismo.

– Todos morimos. No puedo prometerte que viviré eter-namente. -La abrazó con fuerza-. Pero sí te prometo que te querré mientras viva.

– Eso no basta. No quiero. ¿Me oyes? -Lo rechazó-. Vamos, vete a la cama, no quiero seguir mirándote. Voy a buscar la receta. -Cogió su bolso de encima de la mesa y se dirigió hacia la puerta-. Y todo eso no significa absoluta-mente nada. No voy a permitir que… Ya se me pasará.

– No lo creas. -Tanek sonrió-. Lo mejor que podemos hacer es aceptarlo y asumir las consecuencias.

Ella se fue dando un portazo y, una vez fuera, se detuvo para enjugarse las lágrimas con el dorso de la mano. ¿Acep-tarlo? No podía. Había creído morir ante la visión de la herida de Nicholas, ante la posibilidad de que muriese. El do-lor que casi la había destruido al saber que Jill estaba muerta había vuelto a devorarla, a aniquilarla. No podía pasar por aquello otra vez.

Jamás lo aceptaría.

Capítulo 19

2 DE ENERO, PARÍS

– Gardeaux ingresó en el hospital ayer por la mañana -infor-mó Jamie mientras entraba en el apartamento blandiendo el periódico-. Padece una enfermedad desconocida y su estado es crítico. -Sonrió-. Es una lástima, después del éxito de su brillante fiesta renacentista.

– ¿Y se sabe algo de Kabler?

Jamie se encogió de hombros.

– Ni una palabra sobre él. Apuesto a que ya está de ca-mino a Washington, intentando inventarse una buena histo-ria para salvar el pellejo.

– Debe de saber lo de Gardeaux. ¿Podrá utilizarlo contra ti? -le preguntó Nell a Nicholas.

– Sería una tontería por su parte ahora que tengo los libros de Pardeau en mi poder. Su nombre figura de forma ostensi-ble en ellos.

– ¿Una nueva póliza de seguro?

– Combinada con los libros de Simpson, una póliza de oro.

– Entonces, ¿Kabler seguirá en la DEA como si nada?

– Es un hombre muy astuto. Dudo que nadie llegue a sa-ber nunca que se dejó comprar. Incluso acabará jubilándose con una medalla al mérito por su trabajo.

Nell sacudió la cabeza.

– No se puede tener todo -añadió Nicholas, tranquila-mente-. No puedo descubrirle. Necesitamos su silencio.

– Pero podemos cazar a Maritz -dijo Jamie-. He oído decir que puede que esté en el sur de Francia. Le vieron en Montecarlo.

Nell se volvió a mirarle.

– ¿Cuándo?

– Hace pocos días. Estoy haciendo averiguaciones.

– ¿Me mantendrás informada?

La mirada de Nicholas se fijó en su expresión.

– No pareces estar muy entusiasmada.

– No tengo demasiada energía para estarlo -repuso Nell, con sequedad-. Demasiadas emociones fuertes en los últi-mos días. -Se levantó y se dirigió al armario-. Lo que me re-cuerda que debo devolver el vestido de Dumoit. Celine me ha dejado tres mensajes en el contestador. Está a punto de llamar a los gendarmes. -Sacó el vestido, arrugado y man-chado de sangre, e hizo una mueca-. Puede que lo haga igualmente cuando vea en qué estado lamentable se lo de-vuelvo. -Se lo colgó del brazo, cogió su bolso y se encami-nó hacia la puerta-. Volveré dentro de un par de horas.

* * *

– No está en Montecarlo, sino aquí -dijo Tania llanamente cuando Nell la localizó por teléfono desde una cabina cer-cana al apartamento-. No estamos lejos de Montecarlo. Joel y yo fuimos a pasar el día.

– Y él os siguió.

– Nos sigue a todas partes. Se está impacientando… y ya no va con tanto cuidado. Ayer le vi.

– ¿Dónde?

– En la zona del puerto. Tan sólo un instante, reflejado en un escaparate.

– ¿Sabes lo de Gardeaux?

– Sí. ¿Está realmente enfermo? No es lo que yo esperaba.

– Tampoco yo. Una sorpresa de Nicholas. -Nell hizo una pausa-, ¿Será pronto?

– Muy pronto. Quiero estar segura de que va a pasar a la acción. Ya te llamaré. Mantente cerca del apartamento.

* * *

– No has tardado mucho -le dijo Nicholas, al verla cruzar la puerta.

– No.

Lo suficiente para llamar a Tania. Lo suficiente para al-quilar un coche y aparcarlo cerca de allí. Pronto. Sería pronto.

– ¿Se ha enfadado mucho?

– ¿Quién? ¿Oh, madame Dumoit?

– ¿Quién, sino?

La pregunta no parecía encerrar ninguna sospecha, pero Nell se maldijo a sí misma por no haber estado más alerta. A Nicholas nunca se le pasaba nada por alto.

– Sí, mucho -repuso Nell con una sonrisa-. Dice que acabará con mi carrera. Que nunca más podré dedicarme a ser modelo.