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– Una lástima. Supongo que tendrás que dedicarte a cui-dar ovejas. -La sonrisa de Nell se esfumó-. Bueno, bueno, no te pongas nerviosa -se disculpó-. No voy a hacer más comentarios por ahora. -Se puso en pie-. ¿Qué te parece si te invito a comer fuera? Nunca hemos comido juntos en un sitio público. Será toda una experiencia.

Mantente cerca.

Nell sacudió la cabeza.

– Estoy cansada. Prefiero comer aquí. Hay un colmado en esta misma calle, un poco más abajo. ¿Puedes ir a com-prar algo para la comida, por favor? -Tanek enarcó las cejas.

– Como quieras.

Pronto.

* * *

Maritz había estado en su habitación.

Tania se fijó en el joyero. Ella lo había dejado sobre el tocador. Y ahora estaba sobre el mármol del cuarto de baño.

El conjunto blanco de Armani con el que había apareci-do en las fotos del periódico ya no estaba en el armario. Al-guien lo había dejado, con todo esmero, sobre una silla.

Maritz había estado allí, y quería que ella lo supiera.

Estaba a punto.

* * *

4 DE ENERO, 7.IO HORAS

Sonó el teléfono, y a Nell le bastaron unos segundos para saltar de la cama y correr hacia la sala.

– Hoy -dijo Tania-. Saldré hacia la casita a las seis de la tarde. Estaré allí hacia las ocho. No llegues tarde.

– No lo haré. -Había llegado tarde en Bellevigne, y casi ha-bía perdido a Nicholas. Esta vez, nada iba a detenerla-. Pero, en cuanto hayas conseguido llevarle hasta allí, Maritz es mío.

– Ya veremos.

– No. No puedes discutirme eso. Es mío. Tú ya has cumplido tu parte. Ahora debes mantenerte al margen.

– No me gusta que…

– Mató a mi hija.

Hubo un breve silencio al otro lado de la línea.

– De acuerdo, me mantendré al margen -aceptó Tania. Y colgó.

Nell volvió a la cama y se deslizó bajo la colcha.

– ¿Quién era? -preguntó Nicholas.

Ella no respondió. Ya le había mentido antes. No quería volver a hacerlo.

– ¿Alguien que ha marcado un número equivocado?

Nell asintió y se abrazó a él. Nicholas no creía en abso-luto que fuera una llamada sin importancia, pero le estaba proporcionando una buena evasiva. Sospechaba algo, pero nunca intentaría forzarla a dar una explicación. No era su estilo. Se limitaría a observar y esperar.

– Me gustaría hacer el amor, Nicholas -susurró Nell-. Si te parece bien.

– Dijiste eso mismo la primera vez que te me acercaste. -Se volvió hacia ella y también la abrazó-. Me parece bien, me parece muy bien. Ahora mismo. -La besó-. Durante los próximos cincuenta años. Siempre a su plena disposición, señora. -Los brazos de Nell lo estrecharon con más fuerza-. Mientras no me rompas las costillas.

– Te quiero, Nicholas.

– Shh, ya lo sé. -Apartó la colcha y se inclinó sobre Nell-. Lo sé. Lo sé…

18.35 HORAS

– Nell se dirige hacia el sur -dijo Jamie.

– No la pierdas de vista. Ahora mismo voy. Te seguiré.

Nicholas colgó el teléfono y salió del apartamento. Sabía perfectamente que la excusa que Nell le había dado para salir era totalmente falsa, y le había costado bastante reprimir sus ganas de no dejarla marchar.

Hacia el sur. ¿Montecarlo?

Subió al coche y pisó al acelerador a fondo.

¿Quién demonios podía saber hacia dónde se dirigía?

Donde quiera que fuese, seguro que Maritz era el obje-tivo.

Y eso le aterrorizaba.

18.50 HORAS

La preciosa Tania había decidido acabar con todo aquel asunto.

Su melena castaña ondeaba al viento mientras el desca-potable rojo rugía por la autopista.

Estaba sola.

El coche de Maritz la seguía a buen ritmo, pero no in-tentaba alcanzarla.

Ella sabía perfectamente que lo tenía justo detrás.

Sabía que no podía escapar de él.

Sabía que había llegado la hora.

Maritz se sintió invadido por una ola de placer al recor-dar la resistencia que ella le había ofrecido en la primera ocasión. Esta vez sería mucho más interesante, porque ella era plenamente consciente del peligro.

Detente pronto, preciosa Tania.

– Se dirige a la casita -informó Jamie cuando Nicholas des-colgó el teléfono del coche-. Quizá no sea nada.

Pero seguro que pasaba algo.

Si Nell se dirigía a la casita, era porque Maritz debía es-tar allí.

O llegaría pronto.

Mierda.

– ¿Quieres que vaya directamente hacia allí? -preguntó Jamie.

«Sí. Ve, rápido, detenla, sálvala.»

– ¿Nick?

Nicholas respiró profundamente.

– No, aparca en la falda de la colina y espérame.

* * *

19.55 HORAS

Todo estaba oscuro cuando Nell condujo el coche hasta la parte de atrás de la casita.

Ni una sola luz. Ni otro coche.

Esta vez, no llegaba tarde.

Salió del auto y se dirigió a toda prisa hacia la puerta principal. La abrió, dejó su pistola en el suelo, junto a la en-trada y encendió la luz del porche. Había luna llena, pero Nell quería jugar con todas las ventajas. Se acercó hasta el borde del acantilado y miró hacia abajo, a las olas que rom-pían contra las rocas. Respiró profundamente varias veces y sacudió los hombros para relajar los músculos.

Había imaginado que estaría nerviosa, asustada o furio-sa. En lugar de eso, tenía una sensación de inevitabilidad, de total decisión y calma.

Maritz estaba al llegar. Aquello era para lo que ella se había preparado, en cuerpo y mente.

Se tensó al ver el haz de luz de los faros de un coche que se acercaba por la carretera.

No supo con toda certeza que se trataba de Tania hasta que estuvo tan sólo a unos cien metros.

El pequeño descapotable rojo se detuvo frente a la puer-ta principal, y Tania se bajó de él.

– ¿Te ha seguido? -preguntó Nell.

Tania echó una mirada por encima del hombro.

– Ahí le tienes.

Un coche se acercaba lentamente, casi con pereza.

– Entra en la casita. La puerta está abierta.

Tania dudó un momento:

– No quiero dejarte sola. ¿Llevas pistola?

– Está en la entrada.

– ¿Y se puede saber de qué va a servirte ahí?

– Si no puedo detenerle, irá por ti.

– Por el amor de Dios, coge la pistola.

Nell sacudió la cabeza.

– Dispararle sería demasiado rápido. Él hizo sufrir mucho a Jill. Quiero hacerle daño. Quiero que sepa que va a morir.

Tania se dirigió a la puerta, cogió la pistola y se la ofre-ció a Nelclass="underline"

– Cógela. O no entro.

Nell asió el arma. No había tiempo para discusiones. Los faros del coche estaban ya a sólo unos metros.

– Date prisa, Tania.

Tania corrió hacia la casa.

Casi al instante, una potente luz bañó a Nell.

El coche se detuvo justo delante de ella. Un hombre bajó de él y preguntó desde la portezuela, aún abierta:

– ¿Dónde está Tania?

Maritz. Las sombras protegían su rostro, pero Nell no había olvidado aquella voz. La misma que resonaba en sus pesadillas.

– Tania está dentro. Y no vas a hacerle nada.

Maritz se acercó a ella, recorriéndola con los ojos, desde las zapatillas de deporte blancas y los pantalones téjanos, hasta la pistola.

– ¿Ha llamado a la policía? Me decepciona.

– No soy policía. Ya me conoces, Maritz.

Él observó aquel rostro detenidamente.

– No sé quién… ¿Calder? ¿La señora Calder?

– Sabía que sólo hacía falta aguijonear un poco tu curio-sidad.

– Lieber hizo un trabajo espléndido. Debería usted dar-me las gracias.

La invadió una fuerte oleada de rabia.