– ¿Darte las gracias? ¿Por asesinar a mi hija?
– Había olvidado lo de la cría.
No mentía. Había significado tan poco para él, que ya no recordaba haber matado a Jill.
Maritz dio otro paso hacia ella.
– Pero ahora lo recuerdo. Lloraba, gritaba, intentaba ir hacia el balcón.
– Cállate.
– Me había visto en las grutas. Le dije a Gardeaux que te-mía que me pudiera reconocer. Pero no era cierto. Matar a un niña es algo muy especial. Son suaves, y su miedo es tan auténtico… Casi puedes tocarlo.
A Nell le temblaba la mano con que sujetaba la pistola. Sabía que era lo que él quería, pero Maritz estaba realmente destruyendo su serenidad, matándola con palabras.
– Le clavé el cuchillo una vez, pero no fue suficiente. Era tan…
Se abalanzó hacia ella, hizo saltar el arma por los aires y la golpeó en la mejilla con el dorso de la mano.
Nell cayó al suelo.
Él ya estaba sobre ella, mirándola maliciosamente.
– ¿No quieres saber cómo gritaba mientras yo…?
Ella le soltó un puñetazo en la boca. Luego, rodó hacia un lado, librándose de él.
Un rayo de luna se reflejó en el filo del cuchillo que Ma-ritz llevaba ya en la mano.
El cuchillo. Nell se puso en pie de un salto y lo esquivó. Los recuerdos se agolpaban en su mente.
Medas. Nadie puede ayudarme. No me hagas daño. No le hagas daño a Jill. ¿Por qué no se detiene?
– No puedes detenerme. -Maritz avanzaba hacia ella-. No pudiste hacerlo entonces. No podrás hacerlo ahora.
Es el espantapájaros.
Sigue y sigue. No puedes detenerle.
– Vamos -murmuró Maritz-, ¿no quieres que te expli-que más detalles sobre cómo la acuchillé? ¿Cuántas cuchi-lladas necesité?
– No -repuso ella, con un hilo de voz.
– No tienes valor. Eres la misma mujercita llorona. Con otro aspecto, pero eres la misma. No tardaré nada en acabar contigo y encargarme de Tania.
Aquellas palabras fueron como un cubo de agua helada para ella. Ahora, la víctima sería Tania. No Jill. Ya no esta-ban en Medas, y ella ya no era la misma mujer.
– No harás nada de eso.
Giró sobre sí misma y le lanzó una patada en el estómago. Maritz soltó un gemido y se dobló en dos. Pero antes de que ella pudiera atacarle de nuevo, se repuso y se alejó de un salto.
Nell avanzó hacia él.
– No vas a matar a Tania. Nunca más volverás a matar a nadie.
– Adelante -sonrió él-. Luchemos.
Otra patada, esta vez en el brazo, y el cuchillo voló por los aires.
Maritz masculló algo y se agachó para recuperarlo.
Ella corrió hacia él.
Él ya estaba de nuevo en pie, blandiendo el arma con una precisión aterradora.
Nell sintió un dolor insoportable en el hombro…
Ahí estaba Maritz, acorralándola, sonriente.
Ella lo esquivó, intentando sobreponerse al intenso dolor.
Nell estaba junto al borde del acantilado, y Maritz se-guía avanzando hacia ella. Las olas del mar rompían con fuerza contra las rocas, justo allí abajo.
Medas.
No, nunca más.
Le esperó.
– ¿Estás preparada? -susurró él-. Ya llega, ya está aquí. ¿Oyes cómo te llama?
La muerte. Hablaba de la muerte.
– Desde luego. Estoy preparada.
Maritz se abalanzó sobre ella. Nell se hizo a un lado y le retorció el brazo, obligándole a soltar el cuchillo.
Con todas sus fuerzas, le asestó un golpe directo en la nariz, rompiéndole los huesos, cuyos fragmentos salieron disparados hacia el cerebro.
Maritz se tambaleó y se desplomó de espaldas, precipi-cio abajo.
Ella se acercó al borde y miró las olas pasando por enci-ma de aquel cuerpo destrozado.
Abajo, abajo, abajo vamos…
Se dejó caer de rodillas sobre el suelo.
Ya acabó todo, Jill. Ya está, cariño.
– Nell.
Era Nicholas. Lo reconoció al instante, aún aturdida.
– Está muerto, Nicholas.
Él la abrazó.
– Lo sé. Lo he visto todo.
– Por un momento he pensado que no podría… -le miró a los ojos-. ¿Lo has visto?
A Nicholas le temblaba la voz.
– Y no quiero volver a pasar por algo igual nunca más.
– ¿Has estado observando lo que pasaba sin intervenir?
– Habías tomado muchas precauciones para estar segura de que no te detendría. Y sabía que no me lo perdonarías ja-más si decidía actuar. -Hizo una pausa-. Aun así, he estado a punto de hacerlo.
– Tenía que librarme de él yo sola, Nicholas.
– Lo sé. -Se separó un poco de ella y observó la herida del hombro-. Ya no sangra, pero es mejor que entremos en la casa y la vendemos.
Tania se acercaba a ellos.
– ¿Lo hemos conseguido? -preguntó en un susurro.
Nell echó una última mirada hacia el acantilado antes de dirigirse a la casa.
– Lo hemos conseguido.
Al salir de la sala de urgencias, el rostro de Joel reflejaba una expresión indescriptible.
Tania suspiró. Ya sabía que se pondría furioso.
– La herida no es grave, ¿verdad? -le preguntó.
– No. Ha perdido sangre, y va a pasar la noche aquí, bajo vigilancia.
– ¿Quieres divorciarte de mí?
– Me lo estoy pensando.
– No lo hagas. Gracias a tu ex esposa, lo sé todo sobre pensiones de divorcio. Y estoy segura de que conseguiría una cantidad superior. Te arruinarías.
– No estoy de humor para bromitas.
– Tenía que hacerlo, Joel. -Se abrazó a él, se acurrucó contra su pecho y le susurró-: Sé que querías protegerme, pero no podía permitirlo. Me importas demasiado. Pero te prometo que dejaré que seas tú quien elimine al próximo tipo que se me acerque. Incluso buscaré uno. He oído decir que en Central Park los tienen expuestos para que puedas escoger. Sólo tenemos que hacer escala en Nueva York y… -Joel casi no podía disimular su risa, y ella le miró. Bien. La tormenta había pasado-. ¿No crees que es una buena idea?
– Serías capaz de hacerlo, ¿a que sí? -Él también la mira-ba-. No sé cómo tomarme todo esto, Tania. No volverá a suceder nada parecido.
– Te lo prometo. Pero no he estado realmente en peligro. -Joel soltó un bufido burlón-. En serio. -Tania le sonrió-. Yo era Paul Henreid. Nell era Humphrey Bogart.
Nicholas se sentó en una silla junto a la cama de Nell y le cogió la mano.
– ¿Cómo te encuentras?
Enseguida supo que la pregunta no se refería solamente a su estado físico.
– No lo sé. -Sacudió la cabeza-. Muy relajada. Descon-certada. Vacía.
– Joel ha hecho un buen trabajo dándote los puntos en el brazo. No te quedará cicatriz.
– Fantástico.
– He reservado dos plazas en el vuelo de mañana. Te lle-vo de vuelta al rancho.
Nell volvió a sacudir la cabeza.
– ¿Prefieres que nos quedemos aquí unos días?
Dios santo, qué difícil le resultaba a Nell decir aquello:
– Quiero que tú vuelvas al rancho.
Él se quedó callado durante unos instantes.
– ¿Sin ti?
Nell asintió bruscamente.
– Necesito estar sola durante un tiempo.
– ¿Cuánto tiempo?
– No lo sé. No estoy segura. Ya no estoy segura de nada.
– Yo sí estoy seguro. Estoy seguro de que me quieres.
– Tengo miedo, Nicholas -susurró Nell.
– ¿De qué yo no viva eternamente? No puedo darte una solución a eso. -La acarició en la mejilla-. Tendrás que de-cidir si el tiempo que nos queda para estar juntos es sufi-ciente.
– Es muy fácil decir eso. ¿Qué pasará si tomamos la de-cisión equivocada? -Se detuvo un instante, antes de conti-nuar-. ¿Recuerdas lo que dije sobre los pasos que tiene que dar la gente para convertirse en alguien completo? Te dije que yo estaba descentrada, hecha un lío. Y ahora no estoy mejor que entonces.