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– ¿Cuántos son? -preguntó Nicholas-. ¿De dónde pro-venían los disparos?

– Del exterior, a través de la ventana -contestó Martin-. Los guardaespaldas de Kavinski los están persiguiendo. -Cogió a su esposa por el brazo-. Vámonos de aquí.

– ¿Cómo ha podido suceder algo así? -preguntó Sally estupefacta-. Mi maravillosa fiesta…

– Serán capturados. -Se la llevó, casi a rastras-. Kavinski tenía dos hombres apostados en el muelle. Nunca podrán escapar de la isla.

Ella dejó que la condujera hacia fuera.

– Mi fiesta…

Nicholas se abrió paso entre el gentío hasta la puerta principal.

Dos hombres corrían. Dos cuerpos delgados y oscuros que brillaban bajo la luz de la luna. Trajes de buzo.

No iban en dirección al muelle sino hacia el otro extre-mo de la isla.

Por supuesto, no huirían por el muelle. Seguro que Gardeaux habría encontrado la manera de evitar esa trampa des-pués de que el objetivo estuviera eliminado.

Objetivo.

Nell Calder.

Dio la vuelta y corrió de nuevo hacia la mansión.

Capítulo 2

– Dios mío. Su cara… Es un monstruo.

La voz de Nadine.

«He visto un monstruo.»

Jill también había dicho eso. Todo el mundo veía mons-truos.

– Por Dios bendito, no se quede ahí, sin hacer nada. Traiga al médico que está atendiendo a Kavinski. Ella nece-sita mucho más su ayuda.

¿Richard? No, la voz era más áspera, más dura. Tanek. Era extraño que pudiera reconocer su voz en la oscuridad.

Intentó abrir los ojos. Sí, Tanek. Ya no estaba elegante, lleno de sangre, sin chaqueta. ¿Estaba herido?

– Sangre…

– No se mueva. Se pondrá bien. -Su mirada sostuvo la de ella con firmeza-. Se lo prometo. No va a morir.

Nadine estaba llorando.

– Pobrecilla. Dios mío, voy a vomitar.

– Pues vaya y vomite -dijo fríamente Tanek-, pero antes traiga al doctor.

Entonces, debía de ser ella la que estaba herida, pen-só Nell.

Estaba cayendo.

Se estaba muriendo.

¿Y no debería estar Richard allí si se estaba muriendo? Quería ver a Jill.

– Jill…

– Shh -dijo Tanek-. Todo irá bien.

Algo iba mal. No, todo iba mal. Ella se estaba muriendo y allí no había nadie a quien le importara. Sólo aquel desconocido. Sólo Tanek.

* * *

– He estado mirando la tele -dijo Jamie Reardon tan pronto como levantó el auricular del teléfono-. Parece que has teni-do una noche atareada, Nick. Así, ¿Kavinski era el blanco?

– No lo sé. También han abatido al guardaespaldas. Qui-zá lo de Kavinski ha sido accidental.

– ¿Cómo han conseguido llegar a la isla?

– A través de un túnel submarino que desemboca en las cuevas, al otro extremo de la isla. Han anclado a unas millas de la costa y, usando trajes y equipamiento submarino, han podido nadar hasta una de las cuevas. ¿Qué han dicho en las noticias?

– Que un grupo terrorista del país de Kavinski ha orga-nizado un asalto, un atentado en el que han resultado muer-tos cinco testigos inocentes.

– Cuatro. La mujer está viva. Pero su estado es grave. La han apuñalado tres veces y, después, la han arrojado al acan-tilado desde un balcón. Está absolutamente destrozada, y de camino a un hospital de Atenas. Había un médico en la fies-ta, y ha dicho que, si la conmoción no la mata, probable-mente sobrevivirá. Quiero que prepares un avión privado. La llevaremos de vuelta a Estados Unidos para curarla.

Jamie soltó un silbido.

– A Kabler no le va a gustar. Va a querer hablar con ella.

– Que le den por el saco.

– ¿Y qué pasa con sus parientes? ¿Tienes su permiso?

– Su marido ha sido una de las víctimas. Va camino de la morgue. Consigue que Conner falsifique unos documentos que prueben que tú eres su hermano y haz que Lieber haga una llamada al hospital. Seguro que aquí han oído hablar de él.

– ¿Por qué Lieber?

– Parecerá lo más lógico. Nell Calder tiene la cara com-pletamente destrozada.

– ¿Por qué han asesinado a Richard Calder? No estaba en la lista.

– Tampoco lo estaba su hija de cuatro años.

– Dios mío…

Nicholas cerró los ojos para borrar la imagen que había visto al mirar hacia abajo desde el balcón. Pero no sirvió de nada. Seguía viéndola, de todos modos.

– He metido la pata, Jamie. Pensaba que todo este asun-to era una tontería.

– No eres el único. Kabler también decidió renunciar.

– Yo no he renunciado. Yo estaba allí. Podía haberlo evi-tado.

– ¿Tú solo?

– Debería haberla avisado. Quería a aquella niña con lo-cura y me habría escuchado.

– Y también podría haber pensado que estabas chiflado. Nunca lo sabrás. Si tiene algo que ver con Gardeaux, la cul-pa es suya. -Hizo una pausa-, ¿Necesitas ayuda para salir de la isla?

– No, si me voy ahora. Kabler no ha llegado todavía. He hablado con la policía local y puedo marcharme. Nos en-contraremos en el aeropuerto -dijo, y colgó.

5 DE JUNIO, MINNEAPOLIS, MINNESOTA

Joel Lieber fue a buscarlos al aeropuerto con una ambu-lancia, y absolutamente fuera de sí.

– Te dije que no quería verme envuelto en esto, Nicholas. Estoy demasiado ocupado para negociar con hombres como Kabler. Alteran mi… ¡Con cuidado! -se volvió hacia los sanitarios que transportaban la camilla-: No la zaran-deen. ¿Cuántas veces tengo que decirles que no se puede za-randear a los enfermos? -Mientras seguía a la camilla hasta la ambulancia, le espetó, por encima del hombro-: Ve a mi despacho. Nos veremos allí después de haberla examinado. ¿Ha recobrado el conocimiento?

– Sólo una vez justo después de que la encontramos. Las heridas de cuchillo no eran profundas pero tenía el brazo y la clavícula rotos. En urgencias de Atenas le trataron las fracturas pero les dije que no hicieran nada respecto a su cara.

– Así yo tendría ese dudoso honor -contestó Joel, sarcástico-. Añadido a la tortura de tener a Kabler haciendo el moscón.

– Yo te protegeré de él.

– Quieres decir que lo intentarás. Ya me ha llamado dos veces. Parece que no aprueba demasiado que colabore en el transporte ilegal de una testigo material.

– Ella te necesita, Joel.

– El mundo entero me necesita -dijo, con un suspiro-. Es el precio de la fama. -Subió a la ambulancia-. Lamenta-blemente, yo sólo soy Superman y no Dios. Más tarde te diré si puedo ayudarla.

* * *

– Creo que el único título que le falta es el de cirujano vete-rinario. -La mirada de Jamie estaba fija sobre los abundan-tes diplomas expuestos en la pared de la oficina de Lieber-. Me pregunto cómo es posible que no lo tenga.

– Con lo que sabe, ya se las apaña. Una vez, le curó la pata a Sam, que había quedado atrapado en una trampa para coyotes.

– ¿Quieres decir que, en ocasiones, renuncia a ser el cen-tro de todo este mundo y va a verte allí, entre bosques?

– Incluso Superman se harta de tener éxito y recibir adu-laciones.

– Sólo a veces. -Joel Lieber entró a grandes zancadas en el despacho, puso descuidadamente su maletín sobre el es-critorio y se dejó caer en su sillón de cuero-. La veneración es el alimento de los genios. Me receto una megadosis diaria.

– Lo entiendo perfectamente -dijo Jamie.

– ¿Cómo va el negocio del pub? -le preguntó Joel.

– Floreciente.

– Entonces deberías haberte quedado en Dublín, lejos de Nicholas.

– Ah, pero lo que deberíamos hacer y lo que hacemos ra-ramente coincide. -Sonrió-. Vemos un problema, un reto, y vamos por él. ¿No es cierto, Joel?

Joel hizo una mueca:

– Yo podría no querer asumir este reto en particular.