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IV

El 9 de septiembre entraron dos damas de luto en la celda 273. Una era rubia, de poderosas caderas y labios llenos; la otra, que vestía con mayor discreción, era baja, delgada, el pecho escolar y de piernas finas y cortas.

Don Isidro se dirigió a la primera:

– Por las mentas, usted debe ser la viuda de Muñagorri.

– ¡Qué gaffe! -dijo la otra con un hilo de voz-. Ya dijo lo que no era. Qué va a ser ella, si vino para acompañarme. Es la fraülein, Miss Bilham. La señora de Muñagorri soy yo.

Parodi les ofreció dos bancos y se sentó en el catre. Mariana prosiguió sin apuro.

– Qué amor de cuartito, y tan distinto al living de mi cuñada, que es un horror de biombos. Usted se ha adelantado al cubismo, señor Parodi, aunque ya no se usa. Con todo yo que usted le hacía dar a esa puerta una mano de Duco por Gauweloose. Me fascina el hierro pintado de blanco. Mickey Montenegro -¿a usted no le parece que es muy genial?- nos dijo de venir a molestarlo. Qué volada haberlo encontrado. Yo quería hablar con usted, porque es una droga estar repitiendo esta historia a comisarios que la aturden a una a preguntas y a mis cuñadas que son un opio.

»Le voy a contar el día 30 desde por la mañana.

» Estábamos Formento, Montenegro, Anglada, yo y mi marido y nadie más. La Princesa, lástima que no pudo venir, porque tiene un charme que se acabó con los comunistas. Mire lo que son las cosas de la intuición femenina y de madre. Cuando Consuelo me trajo el jugo de ciruelas, yo tenía un dolor de cabeza que volaba. Lo que son los hombres para la incomprensión. Lo primero fui al dormitorio de Manuel y ni quiso oírme porque le interesaba más su dolor de cabeza que no era para tanto. Las mujeres, como tenemos escuela de la maternidad, no somos tan flojas. También la culpa la tenía él, por acostarse tarde. La víspera estuvo hasta las mil y quinientas hablando con Formento sobre un libro. Qué se mete a hablar de lo que no sabe. Llegué al final de la discusión, pero en el acto pesqué de qué se trataba. Pepe, Formento, quiero decir, está por imprimir una traducción popular de La soirée avec M. Teste. Para llegar a las masas, que al fin y al cabo es lo único, le ha puesto como nombre en español La serata con don Cacumen. Manuel, que no quiso nunca entender que sin el amor la caridad es imposible, se había empeñado en desanimarlo. Le decía que Paul Valéry recomienda a los otros el pensamiento pero no piensa, y Formento que ya tiene lista la traducción, y yo que siempre digo en La Casade Arte que hay que traerlo a Valéry a dar conferencias. Yo no sé qué había ese día, pero el viento Norte nos tenía a todos como locos, sobre todo a mí que soy tan sensible. Hasta la fraülein no se dio su lugar y se metió con Manuel por el Pampa, que no le gusta el traje de gaucho. No sé por qué le cuento estas cosas, que son de la víspera. El día 30, después del té, Anglada, que no piensa más que en él y que no sabe que odio caminar, se empeñó en que yo le volviera a mostrar el tanque australiano, con tanto sol y tanto mosquito. Por suerte que pude zafarme y volví a leer a Giono: no me diga que no le gusta Accompagné de la flûte. Es un libro bestial, que a una la distrae de la estancia. Pero antes quise verlo a Manuel, que estaba en la terraza con la manía de los toros. Serían casi las seis y yo subí por la escalera de los peones. Yo es una cosa que me quedé y dije ¡Ah! ¡Qué cuadro! Yo con la campera salmón y los shorts de Vionnet contra la baranda y, a dos pasos, Manuel clavado en el sillón, que le habían hundido por el respaldo el cuchillito del Pampa. Por suerte, el inocente estaba cazando gatos y se libró de ver esa cosa horrible. A la noche se vino con media docena de colas.

Miss Bilham agregó:

– Las tuve que tirar por la letrina porque daban tan feo olor.

Lo dijo con una voz casi voluptuosa.

V

Anglada, esa mañana de septiembre estaba inspirado. Su mente lúcida comprendía el pasado y el porvenir; la historia del futurismo y los trabajos de zapa que algunos hommes de lettres urdían a su espalda para que él aceptara el premio Nobel. Cuando Parodi creyó que esa verba se había agotado, Anglada esgrimió una carta y dijo con una risa benévola:

– ¡Ese pobre Formento! Decididamente los piratas chilenos saben su negocio. Lea esta carta, amigo Parodi. No quieren publicar esa grotesca versión de Paul Valéry.

Don Isidro leyó con resignación:

Muy Sr. mío:

Cúmplenos repetir lo que ya explicamos en contestación a las suyas del 19, 26 y 30 de agosto ppdo. Imposible costear edición: gastos de clichés y derechos de Walt Disney, de impresos para Año Nuevo y Pascua en lenguas extranjeras, hacen impracticable el negocio a menos que usted se avenga a adelantar el importe del pliego único y gastos de almacenamiento en el Guardamuebles La Compresora.

Quedamos a sus gratas órdenes.

Por el subgerente: Rufino Gigena S.

Don Isidro, al fin, pudo hablar:

– Esa cartita comercial viene como caída del cielo. Ahora empiezo a atar cabos. Hace rato que usted se da el gusto de hablar de libros. Yo también puedo hablar. Últimamente leí esta cosa que trae esas figuras tan lindas: usted con zancos, usted vestido de criatura, usted biciclista. Mire que me he reído. Quién iba a decirle a uno que don Formento, mozo marica y fúnebre si los hay, supiera reírse tan bien de un sonso. Todos sus libros son un titeo: usted se manda los Himnos para millonarios, y el mocito, que es respetuoso, las Odas para gerentes; usted, La libreta de un gaucho; el otro, Las apuntaciones de un acopiador de aves y huevos. Oiga, le voy a contar desde el principio lo que pasó.

»Primero vino un pavote con el cuento de que le habían robado unas cartas. No le hice caso, porque, si un hombre ha perdido algo, no le va a encargar a un preso que se lo busque. El pavote decía que las cartas comprometían a una señora; que no tenía nada con la señora, pero que se carteaban por afición. Eso lo dijo para que yo pensara que la señora era su querida. A la semana vino ese pan de Dios, Montenegro, y dijo que el pavote andaba de lo más preocupado. Esta vez usted había procedido como alguien que de veras ha perdido algo. Fue a ver a uno que todavía no está en la cárcel y que es mentado como pesquisa. Después todos se fueron al campo, murió el finado Muñagorri, don Formento y una tilinga vinieron a fastidiarme y yo empecé a maliciar la cosa.

»Usted me dijo que le habían robado las cartas. Hasta me dio a entender que se las había robado Formento. Lo que usted quería era que la gente hablara de esas cartas y que se imaginaran no sé qué fábulas de usted y de la señora. Después la mentira le salió verdad: Formento le robó las cartas. Las robó para publicarlas. Usted ya lo tenía cansado; con las dos horas de monólogo que usted me ha descargado esta tarde lo justifico al mozo. Le había tomado tanta rabia que ya no le bastaban las indirectas. Se resolvió a publicar las cartas, para acabar de una vez y para que toda la República viera que usted no tenía nada con la Mariana. Muñagorri veía las cosas de otro modo. No quería que su mujer se pusiera en ridículo con un librito de zonceras. El 29 le paró el carro a Formento. De esta sesión, Formento no me dijo nada; estaban discutiendo el asunto cuando llegó Mariana y tuvieron la finura de hacerle creer que hablaban de un libro que Formento estaba copiando del francés. ¡Qué pueden importarle a un hombre de campo los libros de gente como ustedes! Al otro día Muñagorri se lo llevó a Formento al Pilar, con una carta a los de la imprenta para que pararan el libro. Formento vio el asunto color de hormiga y decidió librarse de Muñagorri. No le dolía mucho, porque siempre había el riesgo de que se descubrieran sus amores con la señora. Esa tilinga no podía contenerse: hasta andaba repitiendo las cosas que le oía -lo del amor y la caridad, lo de la inglesa que no había dado su lugar…-. Hasta una vez se traicionó al nombrarlo.

»Cuando Formento vio que el chico había tirado sus prendas de gaucho, comprendió que había llegado la hora. Caminó sobre seguro. Se agenció una buena coartada: dijo que estaba abierta la puerta entre su dormitorio y el de la inglesa. Ni ella ni el amigo Montenegro lo desmintieron; sin embargo, es costumbre cerrar la puerta, para esos pasatiempos. Formento eligió bien el arma. El cuchillo del Pampa servía para complicar a dos personas: al mismo Pampa, que es medio loco, y a usted, don Anglada, que se finge amante de la señora y que más de una vez se hizo el nene. Dejó el rebenquito en la pieza de usted, para que lo encontrara la policía. A mí me trajo el libro de las figuras, para darme la misma sospecha.