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Jorge Luis Borges

Nació en Buenos Aires en 1899 en el seno de una familia acomodada, en la que se había mezclado la sangre portuguesa y la inglesa. De 1914 a 1921 recorrió Europa, primero Italia y, luego, Suiza y España, donde se relacionó con los movimientos literarios de vanguardia, en especial el Ultraísmo, que llevó a Argentina.

Amigo de Macedonio Fernández, fundó con él la revista ultraísta Proa mientras colaboraba en diversos periódicos y revistas de la época. Firmó un manifiesto contra el general Perón que le llevó a padecer cierto ostracismo social en la década de los cuarenta y cincuenta. Sin embargo, a paritr del estudio crítico que escribió Roger Caillois en Gallimard para la edición de Ficciones en francés, la fama de Borges comienza a ser internacional, siendo reconocido como uno de los grandes escritores del siglo. En 1980 recibió el Premio Cervantes. Murió en 1986 en Ginebra. Para el caso que nos ocupa fue un genial recreador de Bustos Domecq.

Adolfo Bioy Casares

Hijo de una familia de terratenientes, nació en 1914 en Buenos Aires. En 1932 conoció a Borges, al que le unió una afinidad literaria y una amistad poco común. Renegó de los seis primeros libros que escribió, por lo que hay que considerar su primera obra La invención de Morel, de 1940. Su literatura, de corte fantástico, anticipa ciertas modas literarias que adquirieron fama mucho después, como el nouveau roman de Robbe Grillet. Rastreó, junto a Borges, la existencia literaria de Bustos Domecq y, juntos, publicaron en 1942 el libro de éste, Seis problemas para don Isidro Parodi. Pocos como él han sabido cantar la vida cotidiana del Buenos Aires de los años veinte y treinta y, asimismo, son escasos los narradores en español cuya obra adquiera los matices fantásticos de sus narraciones. En 1990 recibió el Premio Cervantes.

Juan Ángel Juristo

H. Bustos Domecq

Transcribimos a continuación la silueta de la educadora, señorita Adelma Badoglio:

«El doctor Honorio Bustos Domecq nació en la localidad de Pujato (provincia de Santa Fe), en el año 1893. Después de interesantes estudios primarios, se trasladó con toda su familia a la Chicago argentina. En 1907, las columnas de la prensa de Rosario acogían las primeras producciones de aquel modesto amigo de las musas, sin sospechar acaso su edad. De aquella época son las composiciones: Vanitas, Los Adelantos del Progreso, La Patria Azul y Blanca, A Ella, Nocturnos. En 1915 leyó ante una selecta concurrencia, en el Centro Balear, su Oda a la "Elegía a la muerte de su padre", de Jorge Manrique, proeza que le valiera una notoriedad ruidosa pero efímera. Ese mismo año publicó: ¡Ciudadano!, obra de vuelo sostenido, desgraciadamente afeada por ciertos galicismos, imputables a la juventud del autor y a las pocas luces de la época. En 1919 lanza Fata Morgana, fina obrilla de circunstancias, cuyos cantos finales ya anuncian al vigoroso prosista de ¡Hablemos con más propiedad! (1932) y de Entre libros y papeles (1934). Durante la intervención de Labruna fue nombrado, primero, Inspector de enseñanza, y, después, Defensor de pobres. Lejos de las blanduras del hogar, el áspero contacto de la realidad le dio esa experiencia que es tal vez la más alta enseñanza de su obra. Entre sus libros citaremos: El Congreso Eucarístico: órgano de la propaganda argentina, Vida y muerte de don Chicho Grande, de, ¡Ya sé leer! (aprobado por la Inspección de Enseñanza de la ciudad de Rosario), El aporte santafecino a los Ejércitos de la Independencia, Astros nuevos: Azorín, Gabriel Miró, Bontempelli. Sus cuentos policiales descubren una veta nueva del fecundo polígrafo: en ellos quiere combatir el frío intelectualismo en que han sumido este género Sir Conan Doyle, Ottolenghi, etc. Los cuentos de Pujato, como cariñosamente las llama el autor, no son la filigrana de un bizantino encerrado en la torre de marfil; son la voz de un contemporáneo, atento a los latidos humanos y que derrama a vuela pluma los raudales de su verdad.»

Palabra liminar

Good! It shall be! Revealment of myself! But listen, for we must co-operate; I don't drink tea: permit me the cigar!

Robert Browning

¡Fatal e interesante idiosincrasia del homme de lettres! El Buenos Aires literario no habrá olvidado, y me atrevo a sugerir que no olvidará, mi franca decisión de no conceder un prólogo más a los reclamos, tan legítimos desde luego, de la irrecusable amistad o de la meritoria valía. Reconozcamos, sin embargo, que este socrático "Bicho Feo" [1] es irresistible. ¡Diablo de hombre! Con una carcajada que me desarma, admite la rotunda validez de mis argumentos; con una carcajada contagiosa reitera, persuasivo y tenaz, que su libro y nuestra vieja camaradería exigen mi prólogo. Toda protesta es vana. De guerre lasse, me resigno a encarar mi certera Remington, cómplice y muda confidente de tantas escapadas por el azul…

Los modernos apremios de la banca, de la bolsa y del turf, no han sido óbice para que yo pagara tributo, arrellanado en las butacas del pullman o cliente escéptico de baños de fango en casinos más o menos termales, a los escalofríos y truculencias del roman policier. Me arriesgo, sin embargo, a confesar que no soy un esclavo de la moda: noche tras noche, en la soledad central de mi dormitorio, postergo al ingenioso Sherlock Holmes y me engolfo en las aventuras inmarcesibles del vagabundo Ulises, hijo de Laertes, de la simiente de Zeus… Pero el cultor de la severa epopeya mediterránea liba en todo jardín: tonificado por M. Lecoq, he removido polvorientos legajos; he aguzado el oído, en inmensos hoteles imaginarios, para captar los sigilosos pasos del gentleman-cambrioleur; en el horror del páramo de Dartmoor, bajo la neblina británica, el gran mastín fosforescente me ha devorado. Fuera de pésimo gusto insistir. El lector conoce mis credenciales: yo también he estado en Beocia…

Antes de abordar el fecundo análisis de las grandes directivas de este recueil, pido la venia del lector para congratularme de que por fin, en el abigarrado Musée Grevin de las bellas letras… criminológicas, haga su aparición un héroe argentino, en escenarios netamente argentinos. ¡Insólito placer el de paladear, entre dos bocanadas aromáticas y a la vera de un irrefragable coñac del Primer Imperio, un libro policial que no obedece a las torvas consignas de un mercado anglosajón, extranjero, y que no hesito en parangonar con las mejores firmas que recomienda a los buenos amateurs londinenses el incorruptible Crime Club! También subrayaré por lo bajo mi satisfacción de porteño, al constatar que nuestro folletinista, aunque provinciano, se ha mostrado insensible a los reclamos de un localismo estrecho y ha sabido elegir para sus típicas aguafuertes el marco naturaclass="underline" Buenos Aires. Tampoco dejaré de aplaudir el coraje, el buen gusto, de que hace gala nuestro popular "Bicho Feo" al dar la espalda a la crapulosa y turbia figura del "panzón" rosarino. Empero, en esta paleta metropolitana faltan dos notas, que me atrevo a solicitar de libros futuros: nuestra sedosa y femenina calle Florida, en supremo desfile ante los ávidos ojos de los escaparates; la melancólica barriada boquense, que dormita junto a los docks, cuando el último cafetín de la noche ha cerrado sus párpados de metal, y un acordeón, invicto en la sombra, saluda a las constelaciones ya pálidas…

Encuadremos ahora la característica más saliente y a la vez más profunda del autor de Seis problemas para don Isidro Parodi. He aludido, no lo dudéis, a la concisión, al arte de brûler les étapes. H. Bustos Domecq es, a toda hora, un atento servidor de su público. En sus cuentos no hay planos que olvidar ni horarios que confundir. Nos ahorra todo tropezón intermedio. Nuevo retoño de la tradición de Edgar Poe, el patético, del principesco M.P. Shiel y de la baronesa Orczy, se atiene a los momentos capitales de sus problemas: el planteo enigmático y la solución iluminadora. Meros títeres de la curiosidad, cuando no presionados por la policía, los personajes acuden en pintoresco tropel a la celda 273, ya proverbial. En la primera consulta exponen el misterio que los abruma; en la segunda oyen la solución que pasma por igual a niños y ancianos. El autor, mediante un artificio no menos condensado que artístico, simplifica la prismática realidad y agolpa todos los laureles del caso en la única frente de Parodi. El lector menos avisado sonríe: adivina la omisión oportuna de algún tedioso interrogatorio y la omisión involuntaria de más de un atisbo genial, expedido por un caballero sobre cuyas señas particulares resultaría indelicado insistir…

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[1] Mote cariñoso de H. Bustos Domecq, en la intimidad. (Nota de HBD.)