– Y yo voy a escoger la opción de marcharme antes de que esto se salga de madre -pronunció, volviéndose hacia el coche.
Pero Grace no estaba dispuesta a renunciar. No ahora. Lo agarró de una muñeca.
– ¿De qué huyes? -le espetó.
Pero varios vecinos habían empezado a entrar y a salir del edificio, así que Ben le propuso, mirando deliberadamente el frente de su camiseta.
– ¿No podríamos hablar de esto en un lugar más… discreto?
– Claro -Grace abrió entonces la puerta del coche. Había dejado plegado el asiento delantero, y se acomodó atrás. Y esperó.
Ben la miraba estupefacto.
– ¿Vas a reunirte conmigo o no? Porque me siento como una estúpida sentada aquí sola.
La expresión de Ben le indicó que no le divertían lo más mínimo sus bromas.
– Si no quieres, no hay problema -añadió ella-. Tú puedes entrar a casa a secarte mientras yo me voy al parque como tenía planeado.
– No vestida como si… como si no lo estuvieras.
– ¿Quieres ponerme a prueba? -le regaló la más dulce de sus sonrisas. Mojada como estaba, no tenía intención de ir a ninguna parte que no fuera su apartamento, y sólo si Ben la acompañaba. Pero con tal de que él acabara cediendo y se reuniera con ella en la intimidad del coche, estaba dispuesta a forzar un poco la mano. Finalmente, gruñendo, Ben se sentó al volante y encendió el motor.
– ¿Adónde vamos?
No le contestó. En lugar de ello arrancó y dobló la esquina del edificio hasta detenerse en el callejón que estaba justo detrás, tranquilo y solitario.
– Ya entiendo. Un sitio discreto -sonrió Grace-. Quizá me haya equivocado contigo y, después de todo, no estuvieras huyendo de mí…
Ben apagó el motor, salió del coche y se reunió con ella en el asiento trasero.
– De acuerdo, princesa. Jugaremos a tu manera. Ya tienes lo que querías. Ya me tienes solo para ti -la miró a los ojos-. Y ahora, ¿qué es lo que piensas hacer conmigo?
Capítulo 5
Grace captó el desafío que destilaban las palabras de Ben. No la creía capaz de llevar la iniciativa. Pero sabía que si no actuaba ahora, rápido, ya no habría un después. De repente sintió un escalofrío, quieta como estaba en el asiento con la camiseta empapada.
– ¿Tienes frío? -le preguntó él, guardando las distancias.
– Sí. Menos mal que sé cómo entrar en calor.
Se movió con rapidez, antes de perder el coraje y con la esperanza de tomarlo desprevenido. En un santiamén, se sentó en su regazo. Frente a él, colocó las piernas a ambos lados de sus muslos y se sentó a horcajadas. Ben dejó escapar un gruñido.
– Calor corporal -le explicó ella. Pero lo que estaba sintiendo en aquel instante era mucho más que calor corporal. Era más bien una ardiente llamarada que no se parecía a nada de lo que hubiera sentido antes.
Al acomodarse mejor, pudo percibir el abultamiento de sus vaqueros. Estaban tan mojados como los suyos, pero eso no le importó. Ben tensó la mandíbula, luchando contra el evidente placer que le provocaba aquel contacto tan íntimo.
– ¿Siempre consigues lo que quieres, princesa?
– Buen intento, pero no voy a morder el anzuelo -Grace reconoció aquel truco. No le permitiría que se aprovechara nuevamente de su debilidad para ahuyentarla.
– ¿Y bien? -arqueó una ceja, intentando aparentar indiferencia.
Pero a Grace no la engañaba. Había captado una sombra de remordimiento en sus ojos oscuros.
– Digamos que aunque sí que he nacido en un ambiente privilegiado, raramente he conseguido lo que he querido. Por otro lado, tengo la sensación de que tú sí tiendes a lograr lo que deseas.
– No cuando era niño o adolescente. No pertenecemos al mismo mundo.
– Ya lo sé, pero creo que deberías considerarte afortunado. ¿Te dieron amor? -al ver que asentía, Grace añadió-: Entonces tuviste mucha más suerte que yo. Y Ben, quiero advertírtelo: puede que no consiguiera en aquel entonces lo que quería, pero…
– ¿Pero estás decidida a conseguirlo ahora?
– Pues sí. Puedes estar seguro de ello.
Un fulgor de deseo apareció en los ojos de Ben, pero en lugar de atraerla hacia sí para besarla, cerró los puños a los costados. Grace soltó un suspiro exasperado.
– Puedo hacer esto de la manera fácil o de la difícil. Con tu colaboración o sin ella. En cualquier caso, no tengo la menor duda de que al fin tendremos lo que los dos queremos -alzó las manos y las apoyó sobre su pecho desnudo.
Aquel movimiento inicial fue difícil, pero una vez que hubo tocado su piel, el resto fue mucho más fácil. Grace cerró los ojos por un instante para saborear su textura bajo sus palmas. Luego pasó a acariciarle los pezones con los pulgares, endureciéndoselos. Fue entonces cuando una inesperada ola de puro deseo barrió todo su ser. Las sensaciones que Ben le despertaba eran nuevas y excitantes. Se humedeció los labios con la punta de la lengua.
– Antes de que pase a una táctica más agresiva, vas a tener que explicarme por qué te estás conteniendo tanto.
– ¿Quieres decir que todavía puedes ser más agresiva? -una sonrisa bailó en sus labios.
Grace bajó la mirada y descubrió que sus cuerpos estaban muy juntos, casi entrelazados.
– Bueno, sí, me temo que me estoy mostrando un poquito… dominante.
Ben deslizó entonces las manos por debajo de su camiseta, hasta que sus pulgares hicieron contacto con el nacimiento de sus senos. Grace sabía que estaba intentando ahuyentarla de nuevo.
– Me excitan las mujeres dominantes -fue subiendo cada vez más las manos hasta rozarle los pezones, en una leve y fugaz caricia que la inflamó por dentro.
– ¿Ah, sí?
– Desde luego.
Grace cambió entonces de postura, moviendo las caderas hacia delante y rozando su potente erección. Ben emitió un gemido.
– Puedo jugar al mismo juego que tú. Puedo seducirte y atormentarte tanto como tú a mí, quizá más. Y lo haré. Lo haré hasta que me digas por qué te has resistido y resistes tanto a la atracción que sentimos el uno por el otro.
A esas alturas, los movimientos de la pelvis de Grace lo estaban excitando casi hasta el orgasmo. La parte más racional de su cerebro no la culpaba, sino que comprendía la necesidad que había tenido de recurrir a unas tácticas tan agresivas. Unas tácticas en las que era una verdadera maestra. Tan buena maestra que a punto estaba de arrancarle todos sus secretos…
– Te deseo, Ben -pronunció.
A pesar de su tono de seguridad, Ben pudo leer un brillo de incertidumbre en las profundidades de sus ojos, como si todo aquello fuera obviamente nuevo para ella. Le temblaba el cuerpo del esfuerzo que estaba haciendo por contenerse, para no estrecharla en sus brazos y besarla hasta hacerle perder el sentido, para no desgarrarle la ropa y enterrarse profundamente en su ser…
Se obligó a reflexionar sobre las implicaciones de aquella declaración. Ella lo deseaba, pero no sabía quién era realmente. Deseaba saber por qué se contenía, pero Ben no podía revelarle que estaba guardando las distancias debido a la naturaleza de su trabajo. Y por su abuela. Así que optó por el camino más seguro.
– Yo no me comprometo con nadie.
Al menos así había sido hasta ahora. Ninguna mujer le había durado más de un mes. Entre el trabajo y las atenciones a su madre, nunca había tenido tiempo para intentar que una relación le durara. O tal vez porque ninguna mujer le había interesado o fascinado lo suficiente.
– Oh, hace mucho tiempo que a mí me pasa lo mismo -comentó Grace, encogiéndose de hombros-. Y no recuerdo haberte pedido ningún compromiso por tu parte -deslizó un dedo a lo largo de su pecho, descendiendo lentamente hasta la línea de vello que desaparecía en la cintura de sus vaqueros.
Aquella deliciosa sensación estaba acabando con todas sus defensas. Tragó saliva, nervioso.
– Puede que no me lo hayas pedido, pero tienes derecho a hacerlo.