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– Creo que yo sé mejor que nadie lo que quiero, lo que necesito… -le soltó el botón de los vaqueros-… y lo que me merezco.

Ben le sujetó las muñecas. Su cuerpo estaba soportando una terrible tensión mientras su mente vagaba en variadas direcciones. Podía ceder, tanto por su propia necesidad como por la de Grace, y, al final, desaparecer de su vida como estaba previsto. Pero se lo impedía su conciencia.

Podía incluso engañarse a sí mismo, diciéndose que una relación provisional con Grace le permitiría protegerla con mayor eficacia en todo momento. Ella se había negado a que la acompañara; en cambio, siendo pareja suya, podría vigilarla de cerca mientras durara el encargo de Emma…

¿Pero qué sentido tenía mentir? Quería protegerla, tanto si eso figuraba dentro de sus tareas profesionales como si no. Cuando desapareciera al cabo de unas semanas, querría dejarla sana y salva, a toda costa. Y el hecho de que se dejara seducir en aquel instante podría contribuir a ese objetivo, a esa causa. Eso era lo prioritario.

– Te mereces lo mejor.

Grace arqueó la espalda, y el efecto fue un más íntimo contacto corporal, si acaso eso era posible. Su pubis descansaba ahora sobre su tensa erección. Bajó la mirada a sus muñecas, que él aun mantenía prisioneras.

– Pues entonces tendrás que soltarme -murmuró.

Así lo hizo Ben. Pero tenía que tocarla; lo necesitaba desesperadamente. Extendió una mano para soltarle la cola de caballo con que se había recogido el pelo, liberando su melena de seda.

– Soy todo tuyo, princesa -se apartó un poco para observarla mejor. Tenía las mejillas ruborizadas y en sus ojos castaños había un brillo de deleite… y determinación.

Por un instante vaciló, y Ben percibió su indecisión. Esperó, dejándole a ella la iniciativa.

Y entonces lo hizo: le bajó la cremallera de la bragueta con insoportable lentitud, acariciando su miembro excitado a través de la tela del vaquero, a cada movimiento. Ben creía saberlo todo sobre la seducción erótica. Creía que sabía dominarse, pero aquellas peligrosas maniobras le estaban arrastrando inconteniblemente hacia el orgasmo, sin que pudiera hacer nada para evitarlo…

– Será mejor que sepas lo que estás haciendo -murmuró, con los dientes apretados.

– ¿Estás poniendo en duda mi destreza? -sonrió, provocativa.

– Sería un loco si negara lo evidente.

Como si sus palabras le hubieran concedido carta blanca, terminó de bajarle la cremallera. Hundió una mano en su bragueta y liberó su erección. Ben soltó un gemido.

– Sólo quiero asegurarme de que sabes en lo que te estás metiendo…

– Como tú mismo has dicho, sería ridículo negar lo evidente -empezó a deslizar la palma de la mano arriba y abajo por su rígido miembro-. Además, estamos en un lugar muy discreto. Nadie nos está viendo.

Ben dejó escapar otro gemido. Evidentemente estaba muy segura de lo que decía. Quería jugar con fuego. Y dado que ya había tomado la decisión de no echarse atrás, el control del que antes había hecho gala estalló en mil pedazos. El siguiente movimiento consistió en despojarla de los vaqueros. Lo consiguieron a pesar del estrecho espacio en el que se movían, y la prenda no tardó en salir volando hacia el otro lado del coche.

Vestida únicamente con su camiseta mojada y la ropa interior, se sentó sobre sus talones, a su lado. Cuando Ben contempló su piel cremosa y los perfectos senos que se traslucían bajo la tela, silbó de admiración. Las mejillas de Grace ardieron de vergüenza. Puro fuego.

– ¿Tengo que suponer que te gusta lo que ves? -le preguntó, con un brillo de esperanza en los ojos.

Aquella pregunta era mucho más elocuente que los audaces gestos que había estado exhibiendo. Tal vez sabía lo que estaba haciendo, pero de lo que no estaba segura era de su aprobación. No estaba segura de él. Quizá Ben no fuera capaz de revelarle toda la verdad, pero al menos sí podía darle esa seguridad que no tenía.

– Ven aquí, Gracie.

– ¿Ya no me llamas «princesa»? -preguntó con tono ligero. Tan ligero que resultaba sospechoso.

Hasta entonces Ben no se había dado cuenta de lo importante que resultaba aquella distinción para ella.

– Te deseo -sin dejar de mirarla a los ojos, añadió-: Creo que sabes cuánto te deseo. Y también que a quien deseo es a Grace, y no a nadie que haya imaginado que eres. A mi vecina, mi maravillosa e insoportablemente sexy vecina. ¿Y bien? ¿Me vas a tener esperando durante mucho tiempo?

Su expresión resplandeció de alegría antes de sentarse a horcajadas en su regazo, sólo que en esa ocasión sólo una ligera barrera de seda separaba sus cuerpos desnudos. Ben la sentía. Su erección estaba arropada por completo en aquel húmedo calor, en aquella deliciosa suavidad.

– Dios mío, esto es el paraíso.

– Tú tampoco estás mal.

Ben la tomó suavemente de la nuca.

– Aunque sólo sea por esta vez, espero que no te importará que tome yo la iniciativa -y sin esperar su respuesta, la acercó hacia sí y la besó en los labios.

Antes de seguir adelante, había querido saborear la dulzura de su boca y la promesa de lo que vendría. Había necesitado la intimidad de aquel beso.

De pronto, unos golpes en la ventanilla del coche los sobresaltaron; Grace dio un respingo, y habría caído hacia atrás si Ben no la hubiera sujetado de las caderas. Afortunadamente, quien quiera que estuviera allí no podía verlos debido a que los cristales eran ahumados.

– ¿Es que no podéis hacerlo dentro de casa?

Ben reconoció la voz de su casera y su risa estridente. Y Grace también.

Avergonzada, recogió sus pantalones. Ben maldijo entre dientes y se recostó en el asiento. Por mucho que hubiera estado disfrutando, no podía negar que una parte de su ser agradecía aquella interrupción. Porque cuando las campanas de alarma resonaron en su cerebro… no había escuchado el menor eco.

Grace abrió el grifo de la ducha. No sabía si elegir el agua caliente para que se le quitaran los escalofríos o la fría para apagar el fuego que la quemaba por dentro. Tenía el cuerpo sensibilizado, especialmente vivo, y no había nada que pudiera cambiar eso… excepto Ben. Y Ben había desaparecido en su apartamento con la estúpida excusa de que tenía que tomar una ducha. A Grace le habría encantado -que tomaran una juntos.

Para ella habría sido la primera experiencia de ese tipo, y seguro que le habría gustado…

Salió y se envolvió en una toalla, consciente de que todavía no estaba preparada para dar ese paso. Por mucho que hubiera estado buscando una experiencia sexual, había encontrado más… mucho más. Aparte de descubrir su propia capacidad para seducir y excitar a un hombre, había aprendido muchísimas cosas sobre Ben, y también sobre sí misma.

Buscaba cariño, y él sabía cómo proporcionárselo. El problema era que su tiempo con Ben era limitado. Tenía solamente un mes de duración, y por propio consentimiento, se habían enredado nada más que en una simple aventura, sin lazos ni compromisos de ningún tipo. Y era una verdadera pena, sobre todo cuando lo comparaba con la relación de su hermano Logan con Catherine… Pero debía dejar de pensar en esas cosas. Ben no tenía ninguna intención de entrar a formar parte de su vida y, además, ¿qué le hacía pensar que ella sí lo deseaba?

El timbre del teléfono la evitó seguir profundizando en aquellos análisis. Descolgó el teléfono portátil que había dejado al lado del lavabo.

– ¿Diga?

– Al fin. ¿Tienes alguna idea de lo que me ha costado dar contigo?

– Hola, abuela. Perdona por no haberte devuelto la llamada. He estado… -«intentando seducir a un hombre», añadió para sí, sonriendo-. Muy ocupada.

– ¿Tan ocupada que no podías llamar a tu abuela para hacerle saber que estabas bien?

– Tienes toda la razón. Perdóname.

– Bueno -suspiró Emma-, ese tono de arrepentimiento tuyo me ha ablandado.