Выбрать главу

– Realmente te echo mucho de menos, abuela.

– Entonces ven a verme.

– Yo… lo haré. Sólo dame un poco de tiempo para ajustar mi agenda -«apenas un par de semanas, hasta que se vaya Ben», pensó. Tenía la sensación de que, para entonces, iba a necesitar más que nunca a su abuela.

– Claro. Eso es lo que llevas diciéndome desde la boda de Logan, y ha pasado un año desde entonces.

– Mi vida está cambiando mucho. No puedo explicártelo por ahora, pero, en muchos aspectos, me siento mejor.

– No hay razón por la que no debieras sentirte así. Eres la más grande. Y ahora, dime, ¿a qué se debe el cambio? ¿Algún nuevo empleo?

– En parte sí.

– ¿Un hombre?

– Quizá.

– Bueno, muy bien. Guárdatelo todo, como es tu costumbre. Sólo asegúrate de que te trate bien el día de tu cumpleaños. Y antes de que protestes, no estoy hablando de regalos caros. Hay muchísimas cosas que se pueden hacer con un presupuesto reducido. Por cierto, tengo entendido que en Nueva York hay muchas sex shops con precios muy asequibles…

– ¡Abuela! -a pesar de todo lo que había hecho aquel día con Ben, se ruborizó al escuchar aquel comentario.

– ¿Desde cuándo tú y tu hermano os habéis vuelto tan puritanos? Tendré que suponer que no has usado las sales de baño y las velas que te envié por tu cumpleaños, ¿verdad?

Grace se echó a reír, negándose a responder. Años atrás, tanto Logan como ella se habían acostumbrado a las extravagancias de su abuela. Era su padre, el juez, quien no había comprendido nunca a su propia madre y constantemente la había amenazado con enviarla a un asilo. Pero dado que ni Logan ni Grace se habían mostrado inclinados a consentir tal cosa, había tenido que dar marcha atrás. Y mientras Emma no montara un escándalo público, el juez Montgomery se daba por satisfecho.

– ¿Cómo les va a Logan, a Cat y a la princesita? -inquirió Grace.

– Perfectamente, por supuesto. Y dado que tampoco irás a verlos, están pensando en visitarte. Aunque como acabas de decirme que tienes intención de venir a verme…

– Cada cosa a su tiempo, ¿vale, abuela? Oye, ahora tengo que dejarte. Te quiero.

– Yo también te quiero. Y sea quien sea ese tipo, no te muestres remilgada y puritana con él. Eso no los excita. Adiós, querida.

Grace alzó los ojos al cielo y colgó el teléfono. Se imaginó a sí misma un par de horas antes, en el asiento trasero del Mustang de Ben. Sin pantalones, sentada a horcajadas en el regazo de Ben, con su erección en contacto con su húmedo sexo y aquella expresión de puro éxtasis en los ojos. Un temblor de excitación la recorría de sólo recordarlo, un temblor que quedó alojado en su sexo, en el preciso lugar que tanto ansiaba llenarse… de Ben.

Aquella tarde no se había mostrado ni remilgada ni puritana. En absoluto. Había representado el papel de «chica mala». Y quería repetir la experiencia. Resultaba sorprendente que una anciana de ochenta y pico años le hubiera dado a Grace un consejo tan oportuno respecto a su vida sexual.

Y era un consejo que ya estaba siguiendo. Si no supiera que era un absurdo, casi podría asegurar que su abuela conocía personalmente a Ben…

Capítulo 6

Ben pensó que Grace significaba problemas. Pero no más problemas de los que se merecía, en orden a su valor como persona, y ése era el principal problema. Acababa de tomar una ducha fría cuando el portero del edificio le llamó para informarle de que Grace había salido de su apartamento. Detestaba tener que recurrir a tácticas de estrecha vigilancia, pero ella no le había dejado otra opción.

Así que esperó a que Grace entrara en el ascensor para bajar a toda velocidad las escaleras.

– Ha girado a la izquierda -le señaló el portero, con una enorme sonrisa pintada en el rostro.

– Me alegro de que encuentre tan gracioso todo esto -musitó Ben, irónico. La siguió fuera del edificio, incapaz de desviar la mirada del hipnótico movimiento de sus caderas, enfundadas en unos vaqueros blancos. Esperó detrás de una esquina cuando ella entró en el metro, y nada más perderla de vista paró un taxi y se dirigió al parque.

No pretendía tener una confrontación, por lo que intentaría que no lo descubriera. De esa forma podría vigilarla a ella y a cualquier otro que se le ocurriera hacer lo mismo. Su único consuelo descansaba en el hecho de que no se había llevado la cámara y, por tanto, no era un objetivo tan llamativo. Pero tan pronto como la vio acercándose a las canchas de baloncesto, con su melena rubia brillando al sol, comprendió que habría llamado la atención incluso en medio de una multitud. Grace, sólo por ser quien era, era un objetivo andante.

Grace entró en la zona de deportes, donde un grupo de mujeres estaba sentado en un banco mientras sus hijos jugaban en los columpios. No había ningún asiento libre, pero no vaciló; se reunió con ellas, sentándose en el suelo al lado de una mujer morena, sin importarle mancharse los vaqueros blancos. Dado que estaba de espaldas a él, Ben se desplazó hasta quedarse apoyado en la valla.

Vio que estiraba las piernas, recostándose con los codos apoyados en el suelo: una actitud absolutamente relajada que no podía contrastar más con la de Ben. No le había mentido cuando le dijo que las mujeres dominantes le excitaban. Pero había omitido algo: que era el dominio que ella ejercía sobre él lo que le producía ese efecto. Jamás antes había tropezado con una mezcla tan erótica de seducción e inocencia, y en un envoltorio tan deseable.

Un grito infantil cortó el aire, sacando a Ben de sus reflexiones. Un niño había quedado colgado por los pies de uno de los columpios. En seguida se levantó una joven madre, pero Grace la detuvo poniéndole una mano en el brazo. La mujer asintió y fue Grace la que corrió a rescatar al crío, que en lugar de marcharse apresurado a jugar, le dio un cariñoso abrazo. Aparentemente se conocían, y Grace lo levantó en brazos para llevarlo con su madre.

Un inesperado nudo de emoción se formó en la garganta de Ben. Se resistió, intentó tragárselo, pero aquel condenado nudo se obstinaba en permanecer. Aquel incidente le recordaba otros similares durante su infancia: habitualmente los domingos, el único día libre de su madre. Por muy cansada que estuviera, siempre preparaba una comida de picnic y se lo llevaba al parque. Una vez allí se reía con él, lo observaba, jugaban juntos, lo consolaba y curaba de las ocasionales heridas que se hacía… Justo lo que estaba haciendo Grace en aquel mismo instante. Estaba convencido de que tenía instintos maternales, incluso aunque no le hubiera mencionado su deseo de formar una familia. Diablos, se estaba alejando tanto de su propia familia que no le extrañaba que no tuviera muchas ganas de formar otra. Pero ese deseo existía. Eso era seguro.

El trabajo de Ben estaba basado en la observación, el instinto y la intuición. Y, ahora mismo, los tres le estaban alertando del peligro que aquella mujer poseía. Peligro para su vida, para su cordura… para su corazón. Había visto ya muchos aspectos de Grace, pero la Grace Montgomery con un crío abrazado a su cuello era mucho más amenazadora que la sirena desnuda que se le había sentado encima.

Sintiéndose como un intruso en su vida tanto como en la suya propia, dio media vuelta para marcharse. Pero no antes de que Grace mirara en su dirección. No podía estar seguro de que lo hubiera visto. De todas formas, si ése era el caso, no tardaría en saberlo.

Grace releyó la nota que sostenía en la mano: Sé una chica lista. No vuelvas. Temblando, la lanzó a la papelera. Quienquiera que fuese, el autor de aquella nota había caído lo suficientemente bajo como para manipular a un niño con el fin de que le transmitiera sus amenazas. Grace recordó el instante en que Kurt le había entregado aquel papel de apariencia inocente… casi al mismo tiempo que descubría a Ben. Y era en Ben en quien quería concentrarse ahora. Las amenazas no desaparecerían por el momento, así que ya se ocuparía de ellas más tarde.