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Salió del edificio. Sabía que no estaba jugando limpio. Pero… ¿acaso Ben había jugado limpio cuando antes la estuvo siguiendo? No estaba tan furiosa con él como debería haberlo estado, teniendo en cuenta que no había confiado en ella lo suficiente para que saliera sola a la calle. Si la había seguido era porque estaba preocupado. Y cuando recibió aquella nota, lo cierto era que había sentido la necesidad de recurrir a él. Pero se la había ocultado porque sabía que habría reaccionado de manera exagerada. Se habría opuesto seguramente a su necesidad de volver al lugar que tanto amaba, al lugar que tanto la había ayudado a reencontrarse a sí misma.

No estaba furiosa porque Ben hubiera sentido la necesidad de seguirla; de hecho, comprendía sus razones… pero estaba decidida a darle una buena lección: una que tardara mucho tiempo en olvidar. Después de lo ocurrido en el parque, había concentrado todas sus energías en prepararle una sorpresa para la tarde. Tomó otra ducha y se arregló, asegurándose de utilizar las sales de baño y los perfumes que le había regalado Emma, y cuyos poderes afrodisíacos ella le había dado por garantizados. Por último, se puso un precioso vestido diseñado para encender a Ben y salió del apartamento.

«Otra vez no». Ben no se había recuperado de los efectos de la última salida de Grace cuando el portero volvió a avisarle de que salía de nuevo. Variando en esa ocasión su rutina habitual, esperó a que bajara en el ascensor para bajar a su vez en el siguiente. El portero le había prometido que no la perdería de vista, y cuando llegó al vestíbulo, le señaló la dirección que había tomado: hacia el centro de la ciudad, tal y como temía.

Salió del edificio. ¿Por qué diablos había tenido que elegir aquellos barrios para pasear? ¿Y además vestida de esa manera?

Estaba más bella que nunca, con aquella melena rubia derramándose sobre sus hombros, aquellas piernas largas y bien torneadas y aquella esbelta figura… que resultaba perfectamente visible gracias al ajustado top y a la minifalda que llevaba. Suspiró profundamente. No tenía ni idea de adonde se dirigía, pero no iba a ir sola a ninguna parte…

La siguió al metro, incapaz de dejar de mirarla. Incapaz de dejar de fantasear con aquellas largas piernas y con las ganas que tenía de sentirlas de nuevo en torno a su cintura, sin ninguna barrera de ropa de por medio… Pero vestida como iba no podía imaginarse otro destino para aquel paseo que la cita con un hombre. Ben maldijo entre dientes. Se hubiera citado con ella o no, ningún otro hombre se interpondría entre ellos. Jamás.

Perlaron su frente unas gotas de sudor que nada tenían que ver con la alta temperatura del vagón de metro en el que entraron. Escondido entre la multitud, la observó mientras se sujetaba delicadamente un mechón de cabello en la oreja, ansiando hundir los dedos en su melena de seda. Sudaba cada vez más. Se le aceleró la respiración al recordar el episodio de aquella mañana en su coche, cuando…

El chirrido de los frenos lo devolvió de repente a la realidad y siguió a Grace fuera del vagón. Vio que subía las escaleras pero, para su sorpresa, antes de salir a la calle, dio media vuelta y volvió a internarse en la estación de metro que la llevaría de regreso a Murray Hill, donde residía.

Y en el preciso instante en que se sentó en el vagón y se volvió de repente para saludarlo con la mano, entre la multitud, Ben lo comprendió todo. Lo había cazado. Le devolvió el saludo. ¿Qué otra cosa podía hacer?

Los labios de Grace, brillantes de carmín, esbozaron una sonrisa divertida. Ben ansió besarlos y saborear el dulce interior de su boca, pero dado que estaba jugando con él, dudaba que pudiera llegar a hacerlo pronto. De todas formas ya había aceptado que una relación íntima entre los dos era algo inevitable. Era su culpa lo que seguía torturándolo.

Grace se levantó de su asiento para acercársele. De pie frente a él, se agarró a la barra a la que él estaba agarrado. Y Ben ya no pudo hacer otra cosa que aspirar su fragante aroma.

– Supongo que no irás a ningún sitio en concreto.

– Has acertado -pronunció ella.

– Dando un paseo por puro placer, ¿no? -como no respondió, la miró atentamente, deteniéndose en sus zapatos de tacón alto, en sus largas piernas y en su fantástico y seductor vestido-. ¿Nada de citas con algún tipo… sexy?

– Eso depende -contestó, provocativa.

– ¿De qué depende?

– Bueno, lo cierto es que tú eres bastante sexy cuando no me estás siguiendo como si fuera una niña en la que no se puede confiar para que salga sola a la calle.

Ben era demasiado precavido para sumergirse en el debate que ella le estaba proponiendo. En lugar de ello, se concentró en el asunto que más le importaba.

– ¿Entonces piensas que soy sexy?

– Hum… -ladeó la cabeza-. Creo que no me gusta mucho esa sonrisa de gallito que estás poniendo -se echó a reír-. Eres muy masculino: eso te lo concedo.

El vagón se detuvo y la mayoría de los pasajeros bajó en aquella estación, dejándolos prácticamente solos.

– ¿Quieres sentarte?

– No -Grace sacudió la cabeza-, gracias. Prefiero quedarme de pie. Así estoy más cerca de ti -le rozó con la cadera cuando el vagón volvió a ponerse en marcha.

Tanto le estaban sudando a Ben las palmas de las manos que la barra de sujeción se le escurría entre los dedos.

– ¿Por dónde íbamos? Ah, sí, estábamos hablando de ti, de lo muy masculino que eres -sonrió-. Con esa boca y esos ojos, eres un hombre extremadamente sexy -con gesto seductor, le delineó con un dedo el contorno de los labios.

El solo hecho de mirar aquellas uñas pintadas de un rojo a juego con sus labios le hacía estremecerse de deseo. Aquel tono de rojo era lo suficientemente sexy como para derretir a un hombre. De hecho, ya se estaba excitando.

– Este es el precio que me estás haciendo pagar por haberte seguido, ¿verdad? -le preguntó con voz ronca.

– Si lo fuera, sería un precio insignificante, ¿no te parece?

Una respuesta de lo más evasiva, pensó Ben. Y dado que aquel viaje en metro había sido cuidadosamente planeado, no podía evitar preguntarse por lo que debía de haber estado tramando. Aparte de que no había respondido a su pregunta.

– ¿Estás insinuando que yo podría ser tu cita?

– Es una posibilidad… -le brillaron los ojos mientras se acercaba más hacia él-… si es que no estás dispuesto a tratarme como si fuera una chiquilla.

Ben bajó la mirada a su escote, claramente visible desde su aventajada posición dada su mayor altura, y vislumbró sus redondeados senos, enfundados en un sostén de encaje, color crema.

– Tú no eres ninguna chiquilla, Gracie.

– Me alegro de que lo hayas notado.

– Sabes que no tenía otra elección que seguirte, por si acaso volvía a sucederte algo.

Grace desvió la mirada por un instante antes de acariciarle una mejilla.

– Sí, lo sé. Eres un hombre bueno, Ben. Te preocupas por mí y yo te lo agradezco. Pero quiero que me trates como la mujer que soy. Y para eso quizá tenga que recordarte lo muy mujer que puedo llegar a ser.

Ben miró a su alrededor. Los únicos pasajeros que quedaban en el vagón estaban sentados, conversando o leyendo el periódico. Era casi como si Grace y él estuvieran absolutamente solos.

– Confía en mí. No tengo ninguna duda sobre lo muy mujer que eres -la adrenalina corría a toda velocidad por sus venas.

– La pregunta es: ¿sabrás tratarme como me merezco?

– Oh, creo que podría aceptar el desafío -dado que ella se estaba aprovechando de su situación… ¿por qué no habría de hacer él lo mismo?-. Fíjate en el efecto que me provocas -se le acercó más, rozándola y asegurándose de que sintiera la dureza de su erección presionando insistente contra su pierna.