Grace ahogó un jadeo. A Ben le encantó que las tornas hubieran cambiado: estaba disfrutando tremendamente con aquella situación. Sabía muy bien adonde los llevaba todo aquello. Y ella también lo sabía, a no ser que su asombrado silencio significara que había cambiado de idea.
Grace tragó saliva. Un ardor se extendía por su muslo allí donde seguía presionando su erección, como ilustrando lo que ella misma había desencadenado.
– No es demasiado tarde para que cambies de idea -la ronca voz de Ben reverberó en su oído-. Por supuesto que me llevaré una gran decepción, pero lo entenderé. Mi madre me educó para ser un caballero.
– ¿Ah, sí?
– No tanto como para que lo adivinaras a primera vista, pero sí.
– Bueno, pues entonces dile que hizo contigo un buen trabajo.
– Lo haré. Y a ella le encantará. Ya no recibe muchas noticias del exterior.
Aquél era el primer fragmento de información personal que le ofrecía, y de manera voluntaria. Grace se sintió agradecida por ello.
– Suena como si estuviera viviendo en una cárcel.
– Se llama centro residencial privado para la tercera edad, pero está a la vista de todo el mundo, así que lo de «privado» no tiene mucho sentido. No sale mucho de allí.
A Grace no le pasó desapercibido el tono de amor y de cariño con que había hablado de su madre. Un motivo más para admirarlo.
– Pero apuesto a que te ve con frecuencia.
– Todos los domingos por la tarde y siempre que puedo dejarme caer por allí.
– ¿Sabes? Eres un tipo muy especial -murmuró.
Se sentía profundamente conmovida de saber que tenía un punto débil. Aquel hombre, el único al que había elegido para que la ayudara a descubrir y liberar su verdadera identidad, era mucho más que un vecino atractivo y sexy.
– Tú también eres muy especial.
– ¿Por qué?
– Bueno, has desarrollado en muy poco tiempo un talento muy especial como investigadora privada.
Grace se echó a reír, sabiendo que la había sorprendido investigando sobre su vida. Y además no le importaba que lo hubiera hecho. Ya había decidido dejar la vergüenza y el pudor a un lado, por lo que se refería a Ben. ¿Por qué no buscar más cumplidos?
Podrían servirle para estimular su coraje.
– Eres una mujer increíble -tomándole una mano, se la apretó.
Aquel simple gesto, junto con su apoyo, admiración y respeto, consolidaron definitivamente sus sentimientos por él. Ben era exactamente lo que ella veía de él, ni más ni menos. Pero lo más importante, y lo único que lo convertía en el hombre perfecto en aquella fase de su vida, era que la respetaba como persona, más allá de su apellido o del dinero de su familia. Ben Callahan era un hombre sincero, que escapaba a la influencia de los Montgomery.
Sin previo aviso, el vagón frenó de golpe. Grace perdió el equilibrio y Ben la sujetó de la cintura. Envuelta en su calor, en su aroma, no pudo menos que preguntarse quién era el seductor y quién el seducido.
– Creo que ésta es nuestra parada.
– Sí -repuso Grace, irguiéndose.
Las puertas se abrieron y Grace salió del vagón. Con las manos temblorosas y el corazón acelerado, esperó a que se reuniera con ella en el vagón. Con su barba de varios días, sus vaqueros viejos y su gastada sudadera, él era su rebelde. Antítesis de todos aquellos a quienes había dado la espalda, Ben representaba todo lo que había querido ser y no había tenido el coraje de alcanzar… hasta ahora.
Se humedeció los labios, que ya ansiaban sus besos. A pesar de su promesa de no establecer con él lazos de ningún tipo, sabía que no había escogido a Ben sólo porque pudiera ayudarla a descubrir el lado apasionado de su personalidad. Podía ofrecerle mucho, muchísimo más.
– Cuando quieras -le dijo ella.
– Ya me has invitado a entrar en tu casa, así que…
– Así que supongo que la pregunta es ésta -suspiró profundamente-: ¿Estás listo para recibirme en la tuya, esto es, en tu cama?
¿Quién era aquella mujer que tan descaradamente acababa de pedirle relaciones a Ben Callahan? No se reconocía a sí misma. Pero le gustaba. Mucho.
Tenía que estarle agradecida a Ben por haberle ayudado a descubrir aquel aspecto de su personalidad. Por haberle presentado a la verdadera Grace Montgomery. Y sabía exactamente cómo recompensarlo…
Capítulo 7
El tren del que habían bajado arrancó. En el andén, Ben le tomó una mano. Le sudaba la palma, lo que significaba que la había puesto nerviosa aquel pequeño ejercicio de seducción. El deseo que latía entre ellos era recíproco, pero podía adivinar, por la pregunta que acababa de hacerle, que no estaba tan segura y decidida como aparentaba. La única manera de convencerla era demostrárselo. Sin vacilar, la levantó en brazos.
– ¿Qué crees que estás haciendo? -le preguntó, indignada pero sonriendo.
Ben no podía apartar la mirada de aquellos labios, rojos y húmedos.
– Estoy respondiendo a tu pregunta. Diablos, claro que te quiero en mi cama -le dijo, y bajó la cabeza para besarla.
Fue un beso en un principio cálido y cariñoso, que pronto se tornó ávido y ardiente. Había ansiado tanto saborear aquella boca… Ahora que lo había hecho, era como si nunca pudiera saciarse de ella. Pero estaban en un lugar público, donde muy probablemente debían de estar ofreciendo un bonito espectáculo gratis. Haciendo un supremo esfuerzo, dio por terminado el beso y apoyó la frente contra la suya.
– No está mal -comentó Grace, sin aliento y aparentemente muy complacida.
– Ya, bueno, he hecho lo que he podido.
– Diablos. Ha funcionado -sonrió.
– ¿A qué te refieres?
– Me he comprado este lápiz de labios especialmente para ti. El eslogan decía: «el carmín se queda en tus labios, no en los de él». Y es cierto -le acarició provocativamente el labio inferior.
Ben no pudo resistirse y le mordisqueó el dedo, gimiendo de deseo.
– Tenemos que salir de aquí -murmuró ella.
– No me digas -se dirigió a la salida de la estación, con ella en brazos, ignorando las miradas de los curiosos.
– Puedo andar, ¿sabes?
– Claro que lo sé -empezó a subir las escaleras.
– ¿Es que no piensas bajarme al suelo?
Ben le contestó con un corto gruñido y siguió andando. Ella ya le había dado suficientes muestras de su maestría en el arte de la seducción. No había duda: había intentado despertar sus instintos más primarios, y lo había conseguido. Sólo estaban a una manzana del edificio de apartamentos. Cuanto antes la llevara a casa, antes estarían donde tenían que estar.
– ¿Sabes? Creo que estoy disfrutando de esto. Me refiero a que me lleves en brazos.
– Adelante. Es tu disfrute lo que tengo precisamente en mente.
Grace apoyó la cabeza en su hombro, y el fragante aroma de su cabello asaltó sus sentidos. El suave contacto de su piel y su cálido aliento contra su cuello era como un preludio de lo que estaba por llegar. Ben entró en el portal y pasó delante del portero, que los observó sonriente. Pulsó el botón del ascensor; afortunadamente se abrió en seguida, sin mayor demora.
Nada más entrar y pulsar el botón de su piso, sintió que Grace comenzaba a mordisquearle el lóbulo de la oreja, alterando en esa ocasión todo su sistema nervioso. El corazón le latía a toda velocidad. Y para cuando salieron al pasillo, apenas podía esperar de lo excitado que estaba.
– ¿Te va bien mi apartamento? -le preguntó ella, también sin aliento.
– Dado que el mío no es realmente mío, el tuyo me vale perfectamente -prefería mil veces estar en un lugar en el que Grace hubiera dejado su huella antes que en un apartamento tan poco acogedor como su residencia provisional.
– ¿Las llaves? -le pidió.
Grace se mordió el labio inferior, avergonzada, como si acabara de sorprenderla en una mala acción.
– La puerta está abierta -al ver que estaba a punto de recriminarle su actitud, se le adelantó-: No me eches sermones, Ben. No suelo llevar conmigo nada donde pueda guardar las llaves. Además, tú has estado observando mis movimientos. Probablemente incluso hayas instalado cámaras de videovigilancia en mi puerta.