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– No vuelvas a hacerlo -se limitó a decirle Ben, y se dispuso a abrir.

– Espera.

La miró. En sus ojos, muy abiertos, brillaba una emoción que no conseguía interpretar.

– ¿Has cambiado de idea? -le preguntó él.

– No. Evidentemente yo he planeado esto, es cierto, pero no es una cosa que haga todos los días. Y sólo quería asegurarme… quiero decir que sé que todo esto te va a parecer estúpido, pero… ¿me respetarás por la mañana? -inquirió, ruborizándose.

– Haré algo más que respetarte, Gracie -aquél era precisamente su mayor miedo: la profundidad de la atracción que sentía hacia ella.

Abrió la puerta y entró con Grace todavía en brazos. Se sorprendió al ver las velas, todas ellas encendidas. Estaban estratégicamente distribuidas, conformando un espacio ideal para la seducción. Un estimulante aroma que no pudo precisar excitaba sus sentidos, envolviéndolo por completo. Ahora sabía a qué se había referido cuando le dijo que había planeado aquello deliberadamente, y se sintió conmovido por el esfuerzo y el interés que había puesto en aquel primer encuentro.

– Increíble -le susurró al oído. La bajó lentamente al suelo de modo que su cuerpo resbaló contra el suyo, dejándole sentir lo mucho que la deseaba-. Te has tomado un montón de molestias por nosotros, Grade.

– Me alegro de que lo hayas notado. Le pedí al portero que encendiera las velas mientras estábamos fuera. ¿Ves ahora por qué no necesitaba llaves?

El resplandor de las velas creaba una atmósfera de calor e intimidad que nunca antes había experimentado Ben. Las luces del ocaso se filtraban por la ventana. Aspiró profundamente aquel embriagador aroma que sabía nunca olvidaría. Grace se acercó a la mesa, donde había desplegado un surtido de artículos sensuales, para que pudieran elegir. Al lado de un florero con un ramo de rosas frescas, había una rica selección de frascos de cremas y aceites.

– Bienvenido a mi mundo de seducción.

Ben se dijo que en realidad Grace había estado seduciéndolo desde el primer día que se conocieron, y aun así se sentía como si hubiera estado esperando aquel momento desde mucho tiempo atrás. Toda una vida. Se le acercó y no perdió el tiempo en acunarle el rostro con las manos y en darle un profundo y apasionado beso, como si quisiera sellar el destino de la noche que iban a compartir. Su boca era tan dulce, tan cálida y tan invitadora que estuvo a punto de volverse loco de deseo.

Interrumpió el beso el tiempo suficiente para bajarle la cremallera del top. Luego deslizó la prenda por sus hombros, yendo a caer al suelo. Sin aliento, admiró la vista que se le ofrecía. Un sostén de fina lencería, de color carne, cubría sus cremosos y redondeados senos. Y como si aquello no hubiera bastado para hacerle caer de rodillas ante ella, la tela era transparente; a su través se vislumbraban los oscuros pezones, endurecidos y excitados bajo su ávida mirada. Con el pulgar siguió delicadamente su contorno, saboreando aquella maravillosa textura.

La miró a los ojos, y pudo ver cómo se dilataban sus pupilas a cada caricia. Optó por no precipitarse, conteniéndose, ansiando saborear aquello que compartían: no sólo su atracción física, sino también la emocional. Porque el juego de expresiones que estaba viendo en su rostro, desde el éxtasis hasta el deseo, lo conmovían más profundamente de lo que ninguna otra mujer había hecho antes.

– ¿Te gusta así? -le preguntó, extendiendo una mano y acariciándole un seno.

– Sí -suspiró lentamente-. Y esto también me gusta -añadió mientras tocaba su erección.

Movió las caderas hacia delante, estremecido por aquella caricia. Una maliciosa sonrisa asomó a los labios de Grace en el momento en que le sacó la camiseta de debajo de los vaqueros. Ben sabía lo mucho que ella estaba disfrutando con su control, pero caro le estaba costando. Había empezado a sudar copiosamente.

Terminó de despojarle de la camiseta, que salió volando hacia el otro extremo de la habitación. Luego bajó la cabeza y se dedicó a sembrarle el pecho de estratégicos besos; de húmedos besos con aquellos labios tan rojos… No tardó en sentir la caricia de su ágil lengua en el vello de su torso, en sus pequeños pezones, siguiendo un curso descendente hacia su sexo. Ben ya no podía soportar aquel tormento tan sensual; enganchando los dedos en los tirantes de su sostén, se los deslizó por los hombros. De inmediato le soltó el broche delantero y expuso sus desnudos senos a su mirada, a su contacto, a su boca. Bajó la cabeza y capturó un pezón entre sus labios, lamiéndoselo y mordisqueándolo hasta que la sintió temblar bajo la fuerza de su deseo.

Aunque su propio cuerpo se resistía, Ben quería que Grace estuviera plenamente preparada y dispuesta para cuando llegara el momento de la unión. Y aparentemente ella estaba disfrutando de aquellas caricias previas, porque llegó a agarrarle la cabeza para acercarla a sus senos, suplicándole más.

– Tranquila -murmuró, alzándola de nuevo en vilo.

– Oye, esto se está convirtiendo en una costumbre -bromeó.

– Me encanta. ¿Adónde?

Grace le echó los brazos al cuello y se acurrucó en su regazo. La sensación de sus senos desnudos contra su torso la excitó todavía más.

– El preservativo estaba sobre la mesa. Podríamos ir al dormitorio… si es que quieres ir tan lejos. Personalmente no quiero esperar.

De pronto Ben soltó un gruñido.

– Finalmente lo has conseguido, Gracie… -acto seguido la tumbó de espaldas en la alfombra del salón y se inclinó sobre ella, con las manos a cada lado de sus hombros, contemplándola con avidez-. Acabas de hacer trizas el poco autocontrol que me quedaba.

– Bueno, ya era hora -suspiró de alivio, sonriendo, y se apresuró a desabrocharle los vaqueros, impaciente. No sin cierta dificultad Ben terminó de despojarse de ellos, junto con los calzoncillos, y toda aquella ropa fue a reunirse con el top de Grace.

Grace temblaba de anticipación. Había sentido antes la presión del cuerpo de Ben contra el suyo, pero siempre había habido alguna barrera de ropa de por medio, eso cuando no se habían encontrado comprimidos en el asiento trasero de un coche. Nunca lo había visto tan excitado como ahora. El corazón empezó a latirle acelerado, consciente de que la deseaba con la misma desesperación con que ella lo deseaba a él. Porque jamás antes había sentido tanto deseo por un hombre. Por aquel hombre.

Vio que recogía un preservativo de la mesa y lo dejaba en la alfombra, a su lado. Luego se arrodilló en el suelo, y sin dejar de mirarla a los ojos, le bajó la minifalda hasta las rodillas y más abajo, hasta que ella pudo librarse de la prenda con una patada.

Ben la contempló, admirado. Y Grace contuvo el aliento mientras él se embebía de su desnudez apenas cubierta por su diminuta braga.

– Si hubiera sabido que llevabas esto, me temo que ni siquiera habríamos llegado a salir del metro.

Deslizó una mano debajo de la prenda, apoderándose de su sexo. Con su palma grande y cálida la acarició lentamente al principio, arriba y abajo, hasta que una inmensa ola de placer la barrió sin previo aviso y sus caricias se tornaron más violentas e insistentes. Grace alzó las caderas, perdida en aquellas exquisitas sensaciones, y soltó un estremecedor suspiro de frustración y necesidad.

Ben aumentó el ritmo de sus caricias. La cascada de contracciones empezaba en el punto de presión y se extendía en círculos concéntricos, abrasándola por entero: era como si todo su ser girara en torno al eje de su mano. Grace escuchaba sus propios gemidos y gritos, sabía que procedían de su garganta, y no le importaba. No mientras duraran aquellas asombrosas ondas…

Justo cuando el orgasmo estaba llegando a su fin y ella empezaba a recobrar la consciencia, Ben realizó un movimiento circular con su palma, una maravillosa rotación que desencadenó un nuevo éxtasis. Grace no creía ya que pudiera soportarlo. Al menos no por una segunda vez, sin que lo sintiera enterrado profundamente en el interior de su cuerpo… Pero él no le dejaba otra elección, y continuó proporcionándole un placer que nunca antes había experimentado. Su mano despedía pura magia mientras sus dedos la acariciaban íntimamente a través de la fina y húmeda barrera de seda. Su segundo clímax fue tan violento como el anterior, igual de rápido, con la pura fuerza de pasión asaltándola por sorpresa.