Poco a poco su mente empezó a aclararse. La mirada de Ben seguía clavada en sus ojos. Una tensa pero complacida expresión se dibujaba en su rostro mientras su mano seguía descansando entre sus muslos.
– Estás tan húmeda, tan receptiva -su voz ronca penetró a través de la niebla de su todavía aturdido cerebro.
– Todo para ti -murmuró, apenas capaz de hablar. Pero finalmente pudo pensar, y se concentró en el hombre que acababa de regalarle aquel placer tan intenso y singular. Un nudo de emoción se le formó en la garganta: una emoción que se negaba a analizar o a nombrar.
Los dedos de Ben empezaron a moverse otra vez, presionando nuevamente contra la seda de su braga. Un nuevo placer, más reposado esta vez, se abrió paso.
– ¿Otra vez? -Grace no creía que eso fuera posible.
– Pero esta vez juntos.
Se inclinó para depositar un beso en el triángulo de tela que todavía cubría su sexo. Su aliento era cálido, su boca quemaba, y Grace se abrasó nuevamente de deseo.
– Ben -le estalló el nombre en los labios.
Él comprendió lo que quería, porque de inmediato la despojó de la braga, liberando sus femeninos secretos y exponiéndolos a su mirada. Estaba caliente y húmeda.
– ¿Tienes alguna idea de lo que me estás haciendo? -le preguntó Ben, embebido con ella, respirando aceleradamente.
– Muéstramelo.
Recogió el preservativo, rasgó el sobre con los dientes y se lo puso rápidamente. Un estremecimiento de placer la recorrió mientras lo contemplaba, y segundos después las manos de Ben ya estaban sobre sus muslos, ascendiendo hacia su sexo. Con exacta precisión, apartó con los pulgares los húmedos pliegues. Acercó luego su erección y entró en ella, con un único y fluido movimiento.
Mientras él la penetraba, Grace podía sentir cada ardiente centímetro de su miembro. Y cuando se inclinó sobre ella para darle un cálido y tierno beso, un beso lleno de la mezcla de su maravilloso sabor y de su propio y femenino aroma, una inesperada emoción la barrió por completo. Se dio cuenta entonces… de que acababa de llenarle también el corazón.
Un poderoso torrente de deseo corría por las venas de Ben. Sujetándola de las muñecas, le alzó los brazos por encima de la cabeza. Aquel movimiento provocó un contacto todavía más íntimo de sus cuerpos, sellando sus pieles desnudas, obligándolo a entrar más profundamente en ella.
Envuelta en su calor, Grace experimentó un nuevo y definitivo orgasmo.
Ben apretó los dientes, sabiendo que sólo le quedaban algunos segundos para que se desahogara por completo. Grace no dejaba de temblar, presa de un enfebrecido estado idéntico al suyo. Necesitado de un mayor espacio de maniobra le soltó las manos, pero antes de que pudiera moverse, ella le agarró de los hombros.
– Siéntate -le susurró, con su ardiente aliento acariciándole la oreja. Al ver que la miraba con curiosidad, añadió-: Confía en mí.
Consiguió quedarse dentro de ella mientras se colocaban en la posición que le había ordenado. Finalmente se sentó en la alfombra, con ella en su regazo, enredadas sus piernas en su cintura. Sus cuerpos encajaban perfectamente el uno en el otro, la penetración se profundizaba, sus senos se apretaban contra su musculoso pecho. El resultado fue la más abrasadora intimidad que Ben había experimentado en su vida con una mujer.
Los ojos de Grace, muy abiertos, se encontraron con los suyos, diciéndole sin palabras que ella estaba experimentando justamente lo mismo.
– Vaya. Supongo que ese artículo no engañaba…
– Eres mala, Gracie -pronunció Ben, retirándole delicadamente el cabello de la cara-. ¿Es que has estado leyendo sobre esto?
– ¿Me creerías si te dijera que descubrí ese artículo por accidente? -inquirió, humedeciéndose los labios con la lengua.
– Por supuesto que no, corazón -se inclinó para besar aquella humedad que había creado, mordisqueándole el labio inferior-. Me siento más inclinado a pensar que te estabas preparando para mí.
Grace le tomó los brazos para que la abrazara de la cintura, y aquella amenazadora ola se levantó de nuevo para anegarlo. Ben estaba temblando de pies a cabeza por el esfuerzo de contención que estaba haciendo, y ya no lo dudó: ella estaba más que preparada, y él también.
Juntó las piernas bajo sus nalgas, presionando las caderas contra las suyas. Arqueando la espalda, ella se adaptó a sus movimientos, cada vez más rápidos e intensos. Ben se llenó las manos de sus senos, los pezones aplastados bajo sus palmas. Sin previo aviso, Grace echó la cabeza hacia atrás y gimió. La pulsante erección se desplazó un poco más, penetrando más profunda, más violentamente que antes. Sus sinuosos movimientos le estaban enloqueciendo por momentos.
Quería verla alcanzar el orgasmo, deseaba ver su rostro antes de explotar en su interior, pero ella lo tomó desprevenido. El clímax la asaltó sin previo aviso, anegando su cuerpo en una estremecedora liberación que lo afectó también a él, contagiándolo con su abrumador poder. Cuando todo terminó, se encontró perdido en la contemplación de sus ojos castaños, oscurecidos por la pasión y el asombro.
– Esto ha sido… increíble -murmuró Grace.
«Mucho más que eso», pensó Ben. En aquel instante, hundido todavía en su húmeda suavidad, con su rostro tan cerca del suyo, estaba experimentando un remolino de emociones que temía identificar y precisar.
– Me alegro de que te haya gustado -forzó un tono ligero que no sentía en absoluto.
Había llegado la hora de retirarse, de poner fin a aquella situación. Se dispuso a apartarse, pero Grace lo mantuvo cautivo con las piernas enredadas en torno a su cintura, provocándole nuevas punzadas de excitación.
– No tienes por qué irte a ninguna parte. Ni física ni emocionalmente necesitas apartarte de mí… -pronunció ella, acunándole el rostro entre las manos-. No voy a pedirte ni exigirte nada más que lo que tenemos aquí y ahora. Y si tengo que darte mi opinión, esto ha sido absolutamente maravilloso -y empezó a mover provocativamente las caderas, excitándolo aun más.
– Sí que lo ha sido -convino Ben, gimiendo de deseo.
Y aunque habría debido sentirse aliviado por su respetuosa aceptación de lo poco que había querido de ella, de lo poco que estaba dispuesto a ofrecerle, no fue así. Ni mucho menos. Y sintió en sus entrañas una ridícula punzada de remordimiento.
– Desde luego -Grace se inclinó hacia él, rozándole el pecho con los senos-. Y no tienes nada de qué preocuparte. Francamente, no veo a mi padre por aquí persiguiéndote con una escopeta, así que… ¿por qué no te relajas y disfrutas del resto de la noche?
Ben se echó a reír. Pero fue una risa quebradiza y triste, porque sus palabras confirmaban lo que él siempre había sabido. Que no era digno de Grace Montgomery ni de su privilegiado y selecto mundo. Su padre nunca saldría en su persecución exigiéndole que se casara con su hija. Pertenecían a universos distintos… para no hablar de que Ben había entrado en su vida bajo falsas pretensiones, engañándola. Ni él podía reparar esas mentiras ni ella perdonárselas cuando descubriera la verdad.
Sacudió la cabeza. No era propio de su carácter pensar tanto. Tenía que dejar de hacerlo. Tomaría lo que pudiera en el menor tiempo posible y desaparecería. Sin análisis ni lamentaciones.