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– Un placer.

Lo siguieron con la mirada mientras cruzaba la concurrida habitación y desaparecía por la puerta. Entonces Edmund, con toda desfachatez, ocupó su sitio.

– ¡Oh! Que fresco. Creí que querías bailar.

– Pobre hombre. Probablemente, tuvo que hacer muchas maniobras para quedarse a solas contigo y ahora yo le he fastidiado.

– Pero a mí, no. ¿No bebes nada?

– De momento, voy a descansar. Ya he bebido bastante esta noche.

– Pobre. ¡Cuánto jaleo! ¿Cómo está Henry?

– Considerando todo lo que ha tenido que pasar, está en muy buena forma.

– Ha sido muy valiente al escaparse de la escuela. Siempre se necesita valor para escapar.

– Tú te escapaste.

– ¡Oh!, cielo, ¿vamos a volver con eso? Creí que había quedado enterrado para siempre.

– Lo siento.

– ¿Sientes haber vuelto a mencionarlo?

– No. Siento todo lo que pasó. La forma en que me comporté. No te he dado ninguna explicación y supongo que ahora ya es tarde.

– Sí; un poco tarde sí es.

– No me has perdonado.

– ¡Oh!, Edmund, yo no perdono. No soy lo bastante buena para perdonar. Esa palabra no existe en mi vocabulario. ¿Cómo habría yo de perdonar, con todo lo que he hecho sufrir a la gente?

– No es eso.

– Si quieres hablar de ello, seamos objetivos. Dijiste que me escribirías, que estaríamos en contacto, que me querrías siempre y no hiciste ninguna de estas cosas. No era propio de ti faltar a tu palabra y yo no podía comprenderlo…

– Si te hubiera escrito, habría sido para decirte que mis promesas eran vanas y que me echaba atrás. Y fui dejándolo. Y cuando, por fin me sentí con el valor necesario, ya era tarde… De manera que seguí el camino más fácil.

– Eso fue lo malo. Yo creí que tú nunca tomabas el camino más fácil. Pensé que te conocía muy bien y que por eso te quería tanto. Y no podía creer que tú no me quisieras. Con lo que yo te deseaba. Fui una estúpida. Y es que siempre había conseguido todo lo que quería. Que me negaran algo que yo quería era una experiencia nueva y cruel. Y no podía aceptarlo. No podía creer que no fuera a ocurrir un milagro y que todo lo que tú habías hecho… irte a Londres, casarte con Carolina, tener a Alexa… no pudiera quedar automáticamente anulado, disuelto, barrido bajo la alfombra. Una majadería. Pero no tenía más que dieciocho años y nunca fui muy inteligente.

– Lo siento.

Ella le sonrió y le tocó la mejilla con los dedos.

– ¿Te echas tú la culpa por todos los errores que he cometido?

– No lo hagas. Yo nací siendo material de desastre. Los dos lo sabemos. Si no hubieras sido tú, habría sido otro. Y si no hubiera estado allí Harold Hogg con todos sus millones, jadeando de deseo, estoy segura de que habría encontrado a otro no menos extravagante con quien fugarme. Yo nunca te hubiera hecho feliz. Aunque no creo que Carolina te hiciera feliz. Pero ahora me parece que, con Virginia, por fin lo eres. Y eso me hace feliz a mí también.

– ¿Y qué otra cosa podría hacerte feliz?

– Aunque lo supiera, no te lo diría.

– ¿Por qué has vuelto a Croy?

– ¡Oh! Por capricho. Un impulso. Para volver a veros a todos.

– ¿Te quedarás?

– Me parece que no. Soy muy inquieta, cielo.

– Eso me hace sentir culpable.

– ¿Por qué?

– No lo sé. Nosotros tenemos tanto…

– Yo también tengo. Pero las mías son cosas diferentes.

– No me gusta que estés sola.

– Es mejor así.

– Tú formas parte de todos nosotros. Lo sabes, ¿verdad?

– Gracias. Es lo mejor que podías decirme. Eso es precisamente lo que yo deseo. Así quiero que sea. -Se inclinó y le dio un beso en la mejilla, y el contacto de sus labios, la proximidad de su cuerpo y el olor de su perfume le asaltaron los sentidos.

– Pandora…

– Y ahora, cielo, ya hemos estado aquí sentados bastante rato… ¿No crees que deberíamos ir a ver que hacen los demás?

Era más de la una de la madrugada, con la fiesta en su apogeo, cuando Noel Keeling, incapaz y poco deseoso de habérselas con un baile llamado El duque de Perth, se encontró solo y abandonado y se dijo que necesitaba beber algo. Se fue hacia el bar. Le ofrecieron champaña pero tenía la boca seca y prefirió un vaso de cerveza helada. Acababa de tomar un trago largo y refrescante cuando, de pronto, apareció Pandora Blair a su lado.

Apenas la había visto desde la cena, lo que le parecía una pena porque le gustaba y era la mujer más decorativa y divertida que había conocido en mucho tiempo.

– Noel.

Era halagador que hubiera venido en su busca. Inmediatamente, dejó el vaso e hizo espacio para ella, que se sentó a su lado en un taburete de bar y le sonrió con aire de conspiradora.

– Tengo que pedirte un favor.

– Adelante. ¿Quieres beber algo?

Ella alargó la mano hacia una copa de champaña y lo bebió como si fuera agua.

– ¿Llevas toda la noche bebiendo lo mismo?

– Desde luego.

– ¿Cuál es el favor?

– Me parece que es hora de irme a casa. ¿querrías acompañarme?

Noel se sintió sorprendido. Era lo último que esperaba.

– ¿Por qué quieres irte ya?

– Creo que ya me he quedado bastante tiempo. He bailado con todos y he dicho todo lo que tenía que decir, y ahora estoy deseando meterme en la cama. Iba a pedirle a Archie que me acompañara, pero lo está pasando en grande, encerrado en el despacho de Angus Steynton con el viejo general Grant-Palmer y una botella de “Glen Morangie”; me parece una canallada estropearle la diversión. Y todo el mundo anda brincando en la carpa con las danzas tribales. Hasta Conrad, nuestro no tan triste americano.

– Me sorprende que sepa bailar.

– Archie e Isobel organizaron una clase en Croy el miércoles por la noche y nos dieron lecciones. Pero nunca creí que se lo tomara tan a pecho. ¿Me acompañas, Noel? ¿Es una jugarreta pedírtelo?

– Claro que no. Te llevaré.

– Tengo mi coche, pero no estoy en condiciones de conducir. Probablemente me quedaría dormida y acabaría en la cuneta. Además, los otros lo necesitarán para volver a casa. Creo que debo dejárselo.

– Iremos en mi coche.

– Eres un ángel. -Apuró el champaña-. Subiré a buscar el abrigo. Espérame en la puerta.

Pensó en decir a alguien lo que iba a hacer pero desistió, ya que el viaje hasta Croy no llevaría más de media hora y, probablemente, no le echarían de menos. Mientras la esperaba al pie de la escalera, descubrió, divertido, que estaba verdaderamente ilusionado, como si él y Pandora fueran a emprender una misión secreta con posibles connotaciones románticas. Y, analizando la sensación, averiguó que era ella quien se la inspiraba y se dijo que seguramente siempre habría ejercido este efecto en el hombre en el que concentraba su atención.

– Lista. -Bajó la escalera corriendo, envuelta en su espléndido abrigo de visón. La cogió del brazo y cruzaron la explanada de grava. La hierba del aparcamiento estaba fría y húmeda y el terreno embarrado, por lo que se ofreció a llevarla en brazos hasta el coche. Pero ella, riendo, se quitó las sandalias y echó a andar descalza.

El viejo Hughie había desaparecido, pero al fin localizaron el “Golf” de Noel. Él puso la calefacción para calentarle los pies.

– ¿Te apetece oír música?

– No mucho. Podría desentonar de las estrellas.

Salió del aparcamiento marcha atrás, dio la vuelta y se alejó de Corriehill por la avenida adornada con guirnaldas, hacia la oscuridad. El cálido interior del coche estaba impregnado del perfume y él experimentó la extraña sensación de que, en el futuro, cada vez que volviera a olerlo, recordaría este momento, este viaje y a esta mujer.

Ella empezó a hablar:

– Ha sido una fiesta preciosa. Perfecta de principio a fin. Como solían ser las fiestas, pero mejor. En Croy dábamos bailes como este hace años, cuando éramos jóvenes. Navidades, cumpleaños… Mágico. Tendrás que volver a Croy porque ahora mejorarán las cosas. Ya no habrá tanta tristeza. Archie está mejor. Vuelve a ser él mismo. Ha tenido una época de pesadilla, pero ya la ha dejado atrás. Ha aceptado la realidad.