– Siempre fue muy alegre.
Edie cogió unos troncos y los colocó sobre las brillantes brasas. Luego, se izó pesadamente y se sentó en la butaca situada frente a Violet. Llevaba su mejor falda de tweed y el jersey de “Shetland”, con un adorno de colores vivos en el cuello, y su cara afable estaba colorada por la caminata. Con el fuego y la compañía de Edie, Violet se sintió reconfortada, no tan desolada.
– Dicen que la encontró Willy Snoddy -dijo Edie, con voz de cotilla.
– Sí. El pobre Willy. después de esto, no me sorprendería que se pasara varios días borracho.
– El cáncer es terrible. Pero quitarse la vida… -Edie movió la cabeza-. No entiendo que una persona pueda hacer una cosa así.
– Creo que tenemos que comprender, Edie, o nunca podremos perdonarla.
– Pero que disgusto para los Balmerino. Y la pequeña Lucilla… ¿Cómo no pensó en ellos?
– Estoy segura de que pensó. Aunque quizá nunca pensara mucho en nadie más que en sí misma. Y era tan bonita, tan atractiva. Las aventurillas amorosas fueron siempre el aliciente de su vida. Para comprenderla, debemos intentar imaginar su futuro como lo veía ella. Enferma, mutilada por la operación, luchando contra el mal sin su hermoso pelo, sin atractivo… -las llamas estaban altas y Violet arrimó las manos a su calor-. No. Ella no hubiera podido luchar con todo eso, Edie. Y, menos sola como estaba.
– ¿Y Edmund? -preguntó Edie.
No había secretos entre ellas. Ello producía una grata sensación.
– Ya has visto a Edmund, Edie.
– No me dijo mucho.
– A mí, sí. Desde luego, está destrozado, como lo estamos todos, pero no más que el resto de nosotros. Edmund no me preocupa. Tiene a Virginia, a Alexa y a Henry. Que rico, Henry… Y, quien sabe, tal vez hasta al propio Noel Keeling. Tengo la impresión de que muy pronto Noel va a entrar en la familia.
– ¿De verdad?
– Es una impresión, Edie. Habrá que esperar. Además, Edmund dice que va a tomarse unas vacaciones. Quiere estar con Virginia y con Henry y, desde luego, tendrá que quedarse aquí unos días para dar un poco de moral a Archie Balmerino. Hay muchas cosas que atender. Habrá una investigación judicial y, después, el funeral y todos esos trámites tan tristes. Cuando todo haya terminado, él y Archie piensan irse de pesca a Sutherland unos días. Y, ¿sabes?, esto me llena de satisfacción. Yo siempre he querido mucho a Edmund, Edie, pero últimamente, no me agradaba lo que hacía. Ahora parece que ha cambiado. Quizás al fin se haya dado cuenta de que, a veces, las cosas pequeñas son infinitamente más importantes que las grandes. Y es un consuelo saber que esta horrible tragedia habrá servido para algo bueno, que Archie y Edmund volverán a ser amigos, pero amigos de verdad, como antes.
– Pues bastante les ha costado -repuso Edie, con su ruda franqueza característica-. Más de veinte años.
– Sí. Pero es que Edmund se portó muy mal. Eso lo sabemos muy bien tú y yo.
Edie guardó silencio un rato y luego dijo, por todo comentario:
– La madre de Alexa era una señora muy fría.
No era una gran excusa, pero la lealtad que Edie demostraba hacia Edmund llenó de gratitud a Violet.
– Eso tú debes de saberlo, Edie. Tú vivías con ellos en Londres. Quizás los conocías mejor que ninguno de nosotros.
– Era buena persona, sí, pero fría.
El reloj dorado de la repisa dio la hora. La una. Edie lo miró con sorpresa. La mañana había pasado volando.
– ¿Qué le parece? ¡Si ya es la una! Tiene que comer algo. Voy a ver que hay en la cocina. Ayer dejé una cazuela de asado de buey en la despensa. Lo calentaré. Hay de sobra para las dos. ¿Qué, nos lo comemos aquí mismo, al lado del fuego, en una bandeja?
– Eso estará bien. Quizás con una copita de jerez, para entonar. -Edie chasqueó la lengua con gesto de desaprobación, pero sonreía. Se levantó y fue hacia la puerta-. Oye, Edie, te quedas, ¿verdad? Pasaremos la tarde juntas, hablando de los viejos tiempos.
– Encantada. Hoy no tengo ganas de estar sola. Me he traído la media.
Salió. Al momento, Violet la oyó trastear en la cocina y abrir y cerrar la puerta de la despensa. Eran sonidos gratos, amigables. Se levantó apoyándose en la repisa hasta que las rodillas recobraron cierta flexibilidad. Detrás del reloj vio la invitación que tantas semanas llevaba allí. Empezaba a rizarse por los bordes y estaba un poco húmeda.
Mrs. Angus Steynton
Reception
Para Katy
La sacó, la leyó por última vez, la rompió y echó a las llamas los pedazos, que ardieron, se retorcieron, se convirtieron en ceniza y desaparecieron.
Violet fue a la puerta del jardín, la abrió, bajó la escalera y cruzó el prado, que descendía suavemente. Sin sol y con el cielo lleno de nubarrones grises, hacía frío, más del que había hecho hasta entonces. Septiembre estaba ya muy avanzado y pronto empezarían las borrascas de invierno.
Fue hasta el extremo del jardín, hacia el hueco del seto, a contemplar la incomparable vista que se extendía hacia el Sur. El valle, el río y las montañas, hoy sombrías pero hermosas. Siempre hermosas. Nunca se cansaría de mirarlas. Nunca se cansaría de vivir. Pensó en Pandora. Y en Geordie. Geordie, de algún modo, cuidaría de Pandora. Pensó en Edie y, por primera vez, se le ocurrió la horrible idea de que su más querida amiga podía morir antes que ella y Violet quedaría sin nadie de su generación a quien recurrir, nadie que la consolara, nadie con quien recordar días pasados.
Entonces rezó una oración: «Ya sé que soy una vieja egoísta, pero te pido que me dejes marchar antes que Edie, porque sin ella creo que no podría soportar la vida ni la vejez.»
Su oído captó un sonido. Muy arriba, encima de las nubes zarandeadas por el viento, sonaba un lejano graznido, un cotorreo obsesivo y familiar a la vez. Los gansos silvestres, que volvían. Los primeros que oía desde que volaron al Norte, al final de la primavera. Levantó la cabeza aguzando la mirada. Y entonces las nubes se abrieron un momento y los divisó. Una sola formación, volando rumbo al Sur, la vanguardia de muchos miles que ya venían de camino.
Llegaron pronto. Se fueron tarde y volvían pronto. Quizás hiciera mucho frío aquel año, quizá fuera muy crudo el invierno.
Pero había resistido otros inviernos crudos y este no sería peor. En realidad, sería mejor, porque tenía la sensación de haber recobrado a su familia y sabía que, juntos, los Aird eran lo bastante fuertes como para resistir todo lo que el destino les deparara. Esto era lo más importante. Estar juntos. Esta era su mayor fuerza. La familia que dejaba atrás el pasado y sabía que una nueva primavera estaba ya en camino, detrás del invierno.
– Mrs. Aird.
Violet se volvió y vio a Edie en la puerta. Se había puesto un delantal sobre su falda nueva y el viento jugaba con su cabello blanco.
– Entre ya a comer.
Violet sonrió y levantó una mano.
– Ya voy, Edie. -Empezó a andar, al principio despacio y, después, apretando el paso con brío-. Ya voy.
Rosamunde Pilcher