Выбрать главу

– No te dijo que hubiera una serpiente, Henry. Te diría que había corriente. Una desagradable corriente de aire frío, ¿comprendes? Una corriente.

No una serpiente, una corriente. Tanto jaleo por un poco de aire. Había hecho el ridículo pero estaba tan contento de que su abuela estuviera a salvo de los monstruos que no le importaba.

– No se lo digas a nadie -suplicó.

– Tendré que decírselo a Vi. Pero ella guardará el secreto.

– De acuerdo. Puedes decírselo a Vi, pero a nadie más.

Y su madre se lo prometió, y él salió de la bañera de un salto, y ella lo envolvió en una gran toalla abrazándolo con fuerza y le dijo que iba a comérselo crudo y que lo quería mucho, y los dos cantaron “La canción del jinete” y aquella noche hubo macarrones y queso de cena.

Edie había preparado salchichas y buñuelos de patata para el té y había abierto una lata de alubias estofadas. Mientras él cenaba, sentado a la mesa de la cocina, Edie tomaba una taza de té. Ella cenaría después.

Henry la notaba más callada que de costumbre. Generalmente, no paraban de hablar y se enteraba con gusto de todos los chismes del Condado. Quien se había muerto y cuanto había dejado, quien había dejado plantado a su padre en la granja y se había ido a Relkirk a trabajar en un taller de reparación de coches; quien iba a tener un niño y bien empleado que le estaría. Pero hoy no había noticias. Edie apoyaba sus rollizos codos sobre la mesa y contemplaba su largo y estrecho jardín.

– Un penique por tus pensamientos, Edie -dijo. Esto le decía ella cuando lo veía ensimismado.

– ¡Oh! Henry -suspiró ella-, la verdad es que no sé qué pienso.

Y él se quedó como antes. Pero, insistiendo, averiguó su tribulación. Tenía una prima que vivía en Tullochard. Se llamaba Lottie Carstairs y nunca había sido muy lista. No se había casado. Había entrado a servir, pero ni eso hacía bien. Había vivido con sus padres hasta que habían muerto y después empezó a hacer cosas raras y tuvo que ir al hospital. Edie dijo que era de los nervios. Pero ahora estaba mejor e iba a venir a vivir con Edie, porque la pobre no tenía donde ir.

A Henry le pareció una idea desastrosa. Quería a Edie para él solo.

– Pero no tienes habitación para huéspedes.

– Tendrá que dormir en mi cuarto.

– ¿Y dónde dormirás tú -preguntó, con indignación.

– En el sofá cama de la sala.

Estaba muy gorda para dormir en un sofá cama.

– ¿Y por qué no duerme Loqui en el sofá cama?

– Porque ella es la invitada. Y se llama Lottie.

– ¿Y se quedará mucho tiempo?

– Ya veremos.

– ¿Tú podrás seguir dando la comida en la escuela y ayudando a mamá y a Vi en Pennyburn?

– Claro que sí, Henry. Lottie no es una inválida.

– ¿Tú crees que me gustará? -Esto era importante.

Edie no supo que contestar.

– Pues, Henry, no lo sé. Es una pobre mujer. Mi padre solía decir que no estaba en sus cabales. Chillaba como una gallina mojada si un hombre asomaba por la puerta y tenía unas manazas… Hace años, trabajó en Croy para la vieja Lady Balmerino, pero rompió tantas cosas que tuvieron que despedirla. No volvió a trabajar en ningún otro sitio después de aquello.

Henry estaba horrorizado.

– No le dejes fregar los platos o te lo romperá todo.

– Si sólo fueran los platos… -profetizó Edie tristemente, pero antes de que Henry pudiera indagar en aquella interesante frase, Edie se sobrepuso, asumió un aire risueño y cambió de tema bruscamente-. ¿Quieres otro buñuelo o ya estas listo para la barrita de chocolate?

4

Cuando salía con Archie y Virginia por la puerta de Balnaid y bajaba a la explanada de grava por la escalinata, Violet advirtió que había dejado de llover. Todavía había mucha humedad, pero el aire se había templado y, alzando la cabeza, sintió la brisa del Oeste en la mejilla. Las nubes bajas se apartaban lentamente, descubriendo aquí y allá un trozo de cielo azul, y un bíblico rayo de sol las atravesaba. Aun se arreglaría la tarde, pero a buenas horas…

El viejo “Land Rover” de Archie esperaba. Se despidieron de Virginia, Violet, con un beso en la mejilla de su nuera.

– Un beso a Edmund.

– De tu parte.

Subieron al “Land Rover” trabajosamente, Violet por los años y Archie por la pierna metálica. Cerraron las puertas, Archie puso en marcha el motor y el coche arrancó, bajó por la avenida, que describía un suave arco, y salió a la estrecha carretera que pasaba por delante de la iglesia presbiteriana y cruzaba el puente. Al salir a la carretera principal, Archie se detuvo pero no había trafico y torció por la calle que atravesaba Strathcroy de extremo a extremo.

La pequeña iglesia episcopaliana parecía acurrucarse humildemente. Mr. Gloxby estaba en la parte delantera, cortando la hierba.

– Trabaja mucho -observó Archie-. Ojalá podamos recaudar una buena suma con el bazar. Has sido muy amable al venir hoy, Vi. Supongo que hubieras preferido quedarte a trabajar en el jardín.

– El tiempo no convidaba a meterse con los hierbajos -dijo Vi-. De manera que, por lo menos, me he alegrado de dedicarlo a algo útil. -Reflexionó-. Es como cuando tienes un hijo o un nieto que te preocupa y no puedes hacer nada y entonces te pones a fregar el suelo de la cocina. Cuando acaba el día, sigues con la preocupación pero por lo menos tienes la cocina limpia.

– No estarás preocupada por tu familia, ¿verdad, Vi? No creo que tengas motivo.

– Todas las mujeres se preocupan por su familia -replicó Violet, categóricamente.

El “Land Rover” pasó por delante de la gasolinera que antes fuera la herrería y del supermercado de los Ishak. Más allá estaba la entrada al camino trasero de Croy. Archie redujo la velocidad, cruzó el portalón y empezó a subir la pronunciada cuesta. En tiempos no muy lejanos, las tierras, que se extendían a uno y otro lado del camino, eran un parque en el que pastaba ganado de pura raza, pero ahora eran sembrados de cebada y nabos. Sólo quedaban unos cuantos árboles de hoja ancha, testigos de pasados esplendores.

– ¿Qué te preocupa?

Violet vaciló. Sabía que se podía hablar con Archie. Lo conocía desde niño, lo había visto crecer. Era como un hijo, pues aunque tenía cinco años menos que Edmund, los dos se habían criado juntos y habían sido amigos inseparables.

Cuando Edmund no estaba en Croy, Archie estaba en Balnaid; y si no estaban ni en una casa ni en la otra, andaban por las montañas con las escopetas y los perros, disparando contra liebres y conejos o ayudando a Gordon Gillock a quemar el brezo y reparar los puestos de tiro. O salían a navegar por el lago o a pescar truchas en los remansos del Croy, o jugaban al tenis, o patinaban en el hielo. Inseparables, decían todos. Como hermanos.

Pero no eran hermanos y se separaron. Edmund era listo. Más que sus inteligentes padres. A Archie, por el contrario, no le atraían los libros.

Edmund pasó por la Universidad viento en popa, salió de Cambridge con mención de honor en Ciencias Económicas y fue contratado inmediatamente por un prestigioso Banco de la City.

Archie, incapaz de decidir que carrera podría seguir con éxito, optó por probar suerte en el Ejercito. Compareció ante un consejo de la Comisión Regular y, de algún modo, consiguió causar buena impresión, ya que cuatro oficiales de alta graduación decidieron que su modesto historial escolar quedaba sobradamente compensado por su personalidad abierta y su talante optimista. Pasó por Sandhurst, se unió al regimiento y fue destinado a Alemania. Edmund se quedó en Londres. A nadie sorprendió que prosperara rápidamente. Antes de que pasaran cinco años, fue reclutado por los cazatalentos de Sanford Cubben. En su momento, contrajo matrimonio pero hasta este acto de carácter romántico agregó brillo a su imagen. Violet recordaba el día en que recorrió el largo pasillo de Santa Margarita, en Westminster, del brazo de Sir Rodney Cheriton, pensando que ojalá Edmund se casara con Caroline realmente enamorado y no seducido por la aureola de riquezas que la rodeaba.