Agotado el personal de los jefes procedentes de los cuadros actuales de la Guardia Civil, todas las vacantes en los empleos de coronel y teniente coronel, y las restantes, después de aplicado lo que en el artículo anterior se especifica para los demás empleos, se servirán por los jefes y oficiales del Ejército de Tierra que lo soliciten y cumplan las condiciones que se establezcan. Los que las obtengan servirán en el Cuerpo de la Guardia Civil, sin ser bajas en los escalafones de las armas de procedencia, por el tiempo que se fije, habida cuenta de una parte de las conveniencias y eficiencias de los servicios, y de otra de la necesidad de que conserven, en todo momento, la aptitud física necesaria en el Arma de donde proceden y a la que seguirán perteneciendo. El ingreso en el servicio de la Guardia Civil se iniciará por las escalas interiores, continuándose hacia las superiores a medida que vaya faltando personal de jefes y oficiales del Cuerpo de la Guardia Civil.
Puesto en plata: a fin de no cargar de tareas al agotado ejército… se inundaba con sus cuadros la Guardia Civil. Eso sí, manteniendo el nexo de los así transferidos con sus armas de procedencia, listos siempre para la guerra. Esta medida fue redondeada con otra, que acreditó a la nueva Benemérita como vaciadero del ahora hipertrófico ejército vencedor (justo eso que Ahumada no quería que fuera su cuerpo, tras las guerras carlistas). Urgía resolver el problema de cubrir las plazas que no habían podido dotarse con el personal antiguo del cuerpo y con el de nueva recluta, pese a habérsele exigido a este requisitos significativamente rebajados (entre ellos, la estatura, que pasó a ser de 1,560 metros; nada menos que 11 centímetros menos de lo que se pedía medio siglo atrás). Para ello, el general Várela, ministro del Ejército, por orden de 1 de septiembre de 1941, destinó a la Guardia Civil, con el empleo de guardias de segunda, y sin pasar ninguna prueba de aptitud, a 10.000 sargentos provisionales y de complemento excedentes de la guerra civil. Por esta vía, y por primera vez en su historia, vistieron el uniforme del cuerpo hombres analfabetos y semianalfabetos; a los que no cometeremos la ruindad de escarnecer, por ser falta atribuible no a ellos sino al atraso de su país y porque muchos de ellos, con no poco esfuerzo, aprendieron lo suficiente para poder desempeñar con dignidad su labor. Pero en todo caso resultaba obvio que la nueva Guardia Civil refundada por Franco no era el cuerpo escogido y elitista concebido por Ahumada, aparte de estar nutrido por afectos a un régimen, el suyo, en contra del principio de independencia y neutralidad que rigiera siempre la labor del fundador. Esta es, todavía hoy, la Guardia Civil que tienen en mente muchos españoles. Pero no es, ni mucho menos, y como se han encargado de demostrar los que han servido en ella después, con otras leyes y bajo otras premisas bien distintas de las de aquel estado autocrático, la Guardia Civil.
En otro orden de cuestiones, la reforma incluyó la aprobación de dos nuevos reglamentos, militar y para el servicio, que refundían los anteriores y los adaptaban a las necesidades del nuevo régimen. El reglamento militar, aprobado el 23 de julio de 1942 por el ministerio del Ejército, configuraba la nueva Guardia Civil como una gran unidad militar tipo cuerpo de ejército, pasando a segundo plano su carácter de policía uniformada. Incluso en los términos, ya que hablaba de comandancias, compañías y secciones, en lugar de comandancias, compañías y líneas, terminología tradicional que luego se recuperaría. El reglamento del servicio, aprobado el 14 de mayo de 1943 por el ministerio de la Gobernación, recogía en una primera parte, en refundición de conveniencia, buena parle de la Cartilla de Ahumada, desarrollando en apartados posteriores los pormenores del servicio con arreglo a los principios e instituciones del nuevo estado. En él, la Guardia Civil conviviría con un nuevo cuerpo urbano uniformado, la Policía Armada, recreada y renombrada para borrar el indeseable recuerdo del republicano cuerpo de Seguridad (cuyos miembros fueron convenientemente purgados), y con un nuevo cuerpo policial de paisano, el que tendría como denominación oficial Cuerpo General de Policía o Policía Gubernativa, y con el tiempo y en la jerga popular, la Secreta.
Otro aspecto que abordó la reforma fue la cobertura de las necesidades sociales y profesionales de los guardias civiles una vez alcanzada la edad que los incapacitaba para la fatiga del servicio ordinario: de ahí viene la costumbre de dotar con guardias veteranos los servicios de seguridad rutinarios de edificios oficiales, o la colocación de los más viejos como guardas, ordenanzas o bedeles. Se reorganizó el despliegue orgánico del cuerpo, que ahora aumentaba su tamaño con los tercios de frontera. En total se dotaron 41 tercios (entre rurales, mixtos y de costas y fronteras) más otros dos móviles, en Madrid y Barcelona, repartidos en las cuatro zonas anteriores al 18 de julio de 1936.
Como resultado de todas estas medidas, la plantilla orgánica de la Guardia Civil se incrementó en 1940 hasta los 54.000 miembros, que pronto registró nuevos aumentos, hasta arrojar un total en números redondos de 60.000, cifra en que quedó fijado el contingente de la nueva institución para atender a las múltiples necesidades que se derivaban de los servicios que tenía atribuidos. Constituía pues una fuerza significativa, a la que se reequipó con nuevas armas: además del clásico fusil de repetición y la pistola reglamentaria, se les dio el subfusil ametrallador Star, que se fabricó en grandes cantidades y del que hicieron uso frecuente los guardias en la guerra que comenzaría pronto contra los maquis. En cuestión de retribuciones, se les fijaron relativamente ajustadas, suprimiendo algunos pluses. Para dar una idea, el sueldo de un teniente rondaba las 580 pesetas mensuales, el de un sargento 375 y el de un guardia 300.
En la uniformidad se introdujeron algunas modificaciones, aunque en los primeros años, y por la penuria reinante, hubo diversidad de colores y tejido, llevando cada uno el que podía procurarse, e incluso contemplándose excepciones a las reglas ordinarias. Para el uniforme diario siguió prevaleciendo el gris verde, con algunas innovaciones como el capole al estilo alemán y las bolas de media caña, de idéntica procedencia. El sombrero siguió siendo el tricornio, con funda de hule negro, salvo para los tercios de frontera, equipados con gorra de paño gris verdoso. Como novedad curiosa, fue entonces cuando dejaron de ser la G y la C entrelazadas el emblema del cuerpo, sustituidas al modo del ejército por un distintivo de oro sobre campo rojo, y consistente en un aspa formada por las fasces (símbolo de autoridad) y la espada (que representa la ley). Como señala Aguado Sánchez, este símbolo, que es el que se ha mantenido hasta la actualidad, tiene la peculiaridad de que la espada aparece colocada con la empuñadura en la parte superior, en contra de los principios de la heráldica, donde las espadas así dispuestas representan armas vencidas o trofeos de guerra.
Merece también alguna mención el modo en que se organizó la formación del personal. Tras unos primeros años de relativo descuido, se hizo evidente la necesidad de restablecer para los guardias el mecanismo tradicional de enseñanza a través de la academia de los puestos, imprescindible para subsanar las carencias culturales y técnicas de toda índole de los nuevos miembros de aluvión. En cuanto al resto del personal, la labor formativa se encomendó al Centro de Instrucción, que tenía el empeño en principio razonable de sistematizar la formación de todas las clases de tropa, suboficiales y oficiales del cuerpo. En la práctica, sin embargo, la instrucción que allí se daba se correspondía más con las necesidades de las tropas corrientes de infantería (entre otras, y citamos del plan de estudios: higiene del soldado, defensa contracarros, gases de combate y defensa contra los mismos, organización y defensa del terreno, enmascaramiento…) y poco o nada con las que habrían sido lógicas en un cuerpo dedicado al trabajo policial. También en este influyente aspecto prevalecía la militarización.