Выбрать главу

Entonces [Pardo] me pasó, me metió dentro de las Cortes, en un despacho de un auxiliar, una habitación pequeña, y estaba allí Tejero rodeado por todos sus oficiales. Todos con gabardinas verdes, que impedía: que se vieran las estrellas. Yo estaba muy nervioso, porque no sabía cómo iban a reaccionar ellos. […] Cuando vino Pardo ya con todos los capitanes, empecé ya, pero mucho más enérgicamente… «Ha pasado esto, Pardo me ha dicho esto, me ha dicho el mando esto… Y ahora falta su opinión Y Tejero me dijo: «Mira, en principio yo estoy de acuerdo en todo lo que haga Pardo, pero no voy a tomar ninguna decisión sin consultar a mi subordinados. Así es que te ruego que esperes aquí». […] No sé cuánto estuvo fuera, porque perdí la noción del tiempo, y entonces volvieron ya, formaron un poco en plan militar, se cuadró Tejero y me dijo: «Mira, aceptamos las condiciones totales que ha puesto Pardo menos una. […] Que aquí el más antiguo soy yo y el último que sale soy yo».

El teniente coronel Fuentes acabó ideando una solución para resolver aquel absurdo escollo: como el palacio tenía dos puertas, que cada uno saliera el último por una de ellas. Así fue como a las 10 de la mañana del día 24 los guardias abandonaron el Congreso. Antes de la salida, hubo momentos de nerviosismo, entre los que se precipitaron y los que no querían rendirse así como así. Uno de los guardias se quejó de que fueran a entregar las armas «sin limpiar a España de cuatro». Pardo se le encaró y le preguntó si era militar. Al responderle el guardia que sí, le dijo: «¿Y para qué tenemos nosotros las armas? Para usarlas cuando nos atacan. ¿O es que nosotros somos ahora los que pegan un tiro en la nuca?» Los guardias que los rodeaban, los hombres que la víspera habían tomado el Congreso y puesto en jaque a la democracia, rompieron a aplaudir al oír aquellas palabras del comandante.

Ese día, el ejército y la Guardia Civil dieron un paso de gigante para incorporarse con normalidad a la España democrática. El precio fue alto, sobre todo en términos de imagen y en lo que toca singularmente a la Benemérita, cuyo tricornio quedó como icono de aquella aventura disparatada. Pero esta supuso, en cierto modo, el haraquiri de los restos que quedaban en el cuerpo de aquella versión refundada y anómala que había alumbrado el régimen anterior. No es que quedaran del todo extirpados, pero sí inutilizados, y los guardias civiles, definitiva e inequívocamente al servicio de la legalidad constitucional. Un año después, sería un sargento del cuerpo, destinado en el CESID, el que interviniera la documentación que permitió desmantelar la intentona golpista conocida como el 27-0, por estar planeada su ejecución para el 27 de octubre, a fin de impedir que gobernara el PSOE, que había vencido de forma arrolladora en las elecciones. De dejarse utilizar por los enemigos de las libertades, aquel 23-F la Guardia Civil pasaba a estar en vanguardia de la lucha contra la involución.

No nos resistimos a transcribir las palabras de. un alto jefe del ejército, que resumen de manera certera cómo fue posible, tras el fracaso del golpe del 23 de febrero, que los uniformados aceptaran la supremacía de la autoridad civil (consumada por la reforma militar del ministro socialista Narcís Serra), renunciaran a las pretensiones de autonomía y de mantenimiento de su influencia (o vigilancia) que tan torpemente habían exhibido los miembros de la cúpula militar en los primeros años de la Transición y, en suma, se acomodaran a un régimen democrático concebido sobre premisas muy distintas de las que regían la vida del país cuando se incorporaron a filas. Y para más inri, bajo las directrices de un gobierno formado por el PSOE, siglas que remitían a la revancha de los perdedores de la guerra que esos mismos militares, o aquellos de quienes eran herederos directos, habían ganado.

Dice este anónimo general, en testimonio recogido de nuevo por Francisco Medina en el libro antes citado:

El militar, lo sigue siendo ahora, es una mezcla de derechas en su ideología, es bastante católico practicante, es muy patriota, pero luego tiene la justicia metida en el cuerpo… y es un poco socialista en algunas cosas.

Rota pues la identificación biunívoca entre ejército y Franco, con la llegada al poder del PSOE comienza el normal itinerario de los militares, y entre ellos los beneméritos, al servicio de la nueva España democrática. Es un camino en el que, en estos treinta años, muchos han sido los acontecimientos, y no pocas las dificultades de toda índole, en especial las que tuvieron que ver con la lucha contraterrorista, que siguieron sometiendo al cuerpo a una presión que no siempre gestionaron debidamente todos sus integrantes. La poca distancia temporal que nos separa de este último periodo impide referirlo con perspectiva histórica, y tampoco es afán de quien esto escribe ser demasiado prolijo acerca de hechos que, por recientes, estarán en buena medida en la memoria del lector. Importa más bien señalar la tendencia, de consolidación, profesionalización y puesta al día, de un cuerpo que, en el momento de escribir estas líneas, puede considerarse totalmente homologado con el resto de policías de los países desarrollados.

Un primer paso dentro de este proceso lo supone la Ley de Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, elaborada por el gobierno socialista y aprobada por las Cortes en el año 1984. En ella se sientan las bases que regulan el funcionamiento de la Guardia Civil y de los restantes cuerpos policiales, con respeto pleno de los principios derivados del nuevo ordenamiento constitucional, y en especial, su papel primordial como garantes de los derechos y libertades fundamentales de los ciudadanos: como corresponde a una policía que debe preservar el equilibrio entre libertad y seguridad, y que tiene como misión proteger a la ciudadanía en vez de mantenerla bajo control. Un texto legal no resuelve los problemas (ni impide los abusos y desviaciones), pero su existencia, y más cuando se impone a un cuerpo esencialmente disciplinado como la Guardia Civil, forjado durante siglo y medio en el servicio de la ley, ya supone un importante avance. Es de notar que el debate, que también en este momento se planteó desde algunos sectores, sobre la posible disolución de la Guardia Civil, o al menos su desmilitarización, se resolvió conservándola, con su denominación y uniforme (tricornio incluido, aunque del uso diario se desplazara a favor de la teresiana) y dejando intacto su carácter militar, aun subrayando su dependencia de Interior para el servicio y encomendando a Defensa las cuestiones de personal. Regresando, en suma, al esquema originario que planteara el duque de Ahumada, tras la etapa de intensificada militarización que había supuesto el franquismo.

Tampoco es ocioso subrayar que esta decisión la tomó el gobierno del PSOE y de Felipe González, un socialista que sin embargo dio el difícil paso de distanciarse del marxismo. Un heredero, por tanto, de aquel espíritu moderado de la 11 República que, tras el ejercicio del poder, trocó su desconfianza hacia los guardias en aprecio y hasta en fascinación por su aptitud para contribuir a la gobernación del país. Una vez más, los antiguos enemigos del cuerpo se convertían en sus valedores. Era el PSOE de Besteiro, que pedía a Azaña que no lo disolviera, sino que antes bien lo potenciara, y no el de Largo Caballero, que llevó su liquidación en el programa electoral de febrero de 1936 y acabó consumándola, tras el estallido de la Guerra Civil, pocos meses después. Habrá de observarse, además, que de este mantenimiento de sus señas de identidad no se benefició la Policía, cuyo nombre y uniformidad se cambiaron (incluso el color, del gris al marrón y de este al azul actual) para distinguirla de la Policía Armada y de aquella policía de paisano que tanto se habían significado en la represión tardofranquista. Y aún sería objeto de otra redenominación, años después. Lo que indica no solo el diferente grado de consolidación de las dos instituciones, sino también la capacidad de una y otra, por su cultura y trayectoria, de sobreponerse al estigma del régimen autoritario.