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No se trata, en todo caso, de ninguna profecía, ni siquiera de un pronóstico. Es una apuesta personal, y la realidad bien podrá, si le place, desmentirla. Lo que importa es que los guardias, militares o no, continúen de forma honrosa para ellos y provechosa para el país la historia que escribieron sus antecesores. Esos hombres (y más de una mujer, ya) que una y otra vez se mostraron serenos en el peligro, como les prescribiera su fundador; ya se diera este frente al criminal en los caminos, frente al rebelde en el monte o frente al enemigo en el campo de batalla. A veces con la razón y la justicia de su parte, otras veces sin más amparo que el desnudo de la ley, que no siempre es bueno ni suficiente, y otras, ni con lo uno ni con lo otro; pero al final acertando, muchos de ellos, a mantener la entereza y la dignidad.

También, es quizá especialmente necesario recalcarlo, hubieron de mostrar su serenidad, y lo hicieron, en ese trance al que tantos hombres justos y decentes se vieron abocados a lo largo de la historia de España, y al que escaparon en cambio tantos oportunistas, déspotas y criminales. Ese instante que retratara con maestría el pintor Antonio Gisbert en su célebre cuadro titulado Fusilamiento de Torrijos en la playa de San Andrés. El observador poco avezado no identificará a los guardias con los prisioneros entre los que se encuentra Torrijos, sino más bien con los hombres uniformados que se ven desdibujados al fondo y que forman el pelotón de fusilamiento. Cierto es que los guardias hicieron muchas veces, y así lo hemos contado, esa odiosa tarea detrás de los fusiles. Pero también se pusieron delante, incluso atados a una silla para sostenerse, como el infortunado general Aranguren, ajusticiado por orden de Franco, o como el no menos desdichado guardia Moreno Rayo, fusilado por los mineros enfurecidos.

A otros los lincharon, o los apuñalaron, o les dispararon por la espalda, o los hicieron volar en pedazos con explosivos. El 25 de agosto de 2010, en la ciudad afgana de Qala-i-Naw, un talibán infiltrado vació el cargador de un fusil de asalto AK-47 sobre el capitán José María Galera, el alférez Abraham Bravo y su intérprete Ataollah Aefik Talili. Ellos son los últimos, en el momento de revisar estas líneas.

Un correligionario de Torrijos, el general Facundo Infante, luchador como él por las ideas liberales en una España retrógrada que gritaba su querencia por las cadenas, lo dejó dicho, en frase que citamos más atrás y que ahora repetimos: «La Guardia Civil si no ha excedido, ha igualado a los más valientes, a los más andadores, a los más celosos por defender la causa de la libertad». Cierren sus palabras estas páginas, porque pesen a quien pesen y escandalicen a quien escandalicen, también son ciertas y de justicia. Y que tampoco se olviden.

Viladecans-Getafe-Montevideo,

13 de enero-27 de agosto de 2010

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Lorenzo Silva

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