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– Vamos a jugar al platillo volador.

– Vamos -dije. Se levantó, bajo los rayos del sol parecía muy joven, como un estudiante de secundaria con su corto pelo negro, su remera negra arrugada, sus ojos brillantes y hermosos. Nos miramos por unos instantes, una fresca pasión excitó mi cuerpo, sentí palpitar mi corazón, él sonrió nuevamente. El platillo volando como un pequeño ovni llegó a los pies de Zhusha. Ella sonriendo se lo dio a Tiantian. Zhusha estaba charlando al parecer muy alegremente con Dick.

Cuando Madonna terminó de conversar con sus amigos del hotel vino a jugar al platillo con nosotros. El viejo Wu, experto en carreras de karting, y su novia Xixi tomaban sol en las espaldas desnudas mientras jugaban una partida de aeroplano, al lado de la fuente. Con sus lentes oscuros y sus blancas espaldas expuestas a los rayos del sol, eran sin duda una pareja hecha el uno para el otro.

Mientras el grupo se divertía alegre en el pasto, de pronto una señora extranjera mal dispuesta apareció ante nosotros. Madonna y yo nos acercamos mientras los demás seguían divirtiéndose.

– Discúlpenme, vengo a pedirles que se vayan -dijo en inglés con un fuerte acento norteamericano, arrastrando la lengua.

– ¿Por qué? -le pregunté en inglés.

– Bueno -levantó los hombros-, mi esposo y yo vivimos en el edificio de enfrente. -Al apuntar con la mano vi al otro extremo del jardín un bello edificio estilo francés de tres pisos separado por una baranda baja. En lo alto se elevaba una bella e inútil chimenea, además tenía ventanas de vidrio coloreado y dos balcones rodeados por balaustradas esculpidas con flores cubiertas de hiedra.

– Siempre vemos este jardín desde nuestro balcón.

– ¿Y eso qué? -mi inglés era muy descortés. Tampoco quería ser cortés, ¿qué se creía esa anciana norteamericana?

– Pero ustedes acabaron con el silencio de este jardín, son muy escandalosos -dijo sin inmutarse, en sus pupilas azules se divisaba una frialdad que indicaba que no se podía desobedecer, tenía los cabellos plateados como mi abuela, las mismas arrugas, pero de ninguna manera me inspiraba cariño. En chino le reporté la situación a Madonna en voz baja.

– ¿Qué? ¿Nos quiere correr? -Madonna se enfureció al oír eso, era evidente que esa petición ilógica la alegró ya que no se doblegaba ante la fuerza y le gustaban los enfrentamientos y la pelea.

– Dile que el jardín no le pertenece y por lo tanto no tiene derecho a pretender tal cosa. -Le transmití a la señora esas palabras.

La señora empezó a reír, su semblante parecía decir "china grosera". Madonna prendió un cigarrillo:

– No nos iremos, usted señora vuelva a su casa a descansar.

La señora, como si hubiera entendido sus palabras, continuó en inglés sin inmutarse:

– Mi esposo es Director General del Banco Meiling. Alquilamos la casa sólo porque nos gustó la vista a este jardín. Somos mayores y necesitamos aire fresco y limpio. No es fácil encontrar en Shangai un jardín decente.

Yo asentí.

– Sí, no es fácil, por eso nosotros también venimos aquí a relajarnos.

La señora sonrió:

– ¿Tú también alquilas?

Asentí con la cabeza.

– ¿Cuánto pagas? -preguntó.

Sonriendo le contesté:

– Es mi asunto privado, a ti no te interesa.

– Nosotros pagamos veinticinco mil dólares al mes -decía remarcando las sílabas: Ese precio tiene que ver con este jardín, ustedes los chinos también saben que un ambiente agradable se puede vender muy caro, así que les pido que se vayan lo más pronto posible. -Sonreía pero su voz era firme. Honestamente el precio nos espantó, quién sabe cuánto ganan ella y su esposo el Director General, y si tienen alguna relación con el dueño de este hotel. Madonna, curtida y veterana, esbozando una sonrisa dijo:

– OK, nos vamos, see you later.

En el camino nos acordamos de una placa en la antigua concesión francesa que decía: "No se admiten chinos ni perros". Ahora los dueños de las grandes corporaciones y compañías financieras multinacionales se apoderaron de la escena, sin lugar a dudas el ímpetu de su fuerza económica les dará de nuevo un sentido de superioridad y de hegemonía cultural. De ese modo, esta nueva generación por primera vez experimentó lastimaduras en su autoestima nacional y esa tarde se puso a meditar seriamente sobre algunas otras cosas de la vida.

Por la noche Mark me llamó por teléfono. Tiantian estaba en la bañera. Le dije en voz baja:

– No me llames por teléfono, eso no está bien.

Estuvo de acuerdo.

– ¿Pero cómo me voy a comunicar contigo?

– No sé, tal vez yo te llame.

– Puedes abrir una cuenta de correo electrónico -me aconsejó con seriedad.

– Está bien -le dije y luego sin poder aguantarme le conté lo ocurrido esa tarde-. ¿Si tú vivieras en esa casa nos echarías también? -le pregunté con tono grave como si le estuviera haciendo un examen diplomático sobre la autoestima nacional.

– Claro que no -contestó-, así podría verte todo el tiempo.

XIII Diciembre, la separaci ón

Vi sus ojos brillantes, vi sus alas. Vi ese viejo coche lanzar llamas salvajemente, arder sin parar por las carreteras, atravesar campos, cruzar ciudades, desaparecer puentes, secar ríos, correr locamente hacia el oeste.

Jack Kerouac

Diciembre, estación insoportable, no hay lilas floreciendo en los parques centenarios, no hay mujeres bellas semidesnudas bailando en los escalones de piedra y en los pasillos coloridos del restaurante Le Garçon Chinois de Takashi en la calle Hengshan, no hay palomas, no hay felicidad desbocada, no está la sombra azul de la música de jazz.

La lluvia del invierno flotaba triste, sentí un gusto amargo en la punta de la lengua, la humedad del aire pudre todo, hasta el corazón. El invierno de Shangai es como la menstruación, húmeda y nefasta.

Tiantian decidió irse de viaje, cada año en esa temporada salía de Shangai unos días, no aguantaba ese clima húmedo y frío. Hasta el sol ocasional es gris, se le erizan los vellos a uno.

– Me voy a escapar un rato -dijo.

– ¿A dónde?

– Al sur, donde hay más sol, donde el cielo es más azul, por ejemplo a Haikou.

– ¿Vas solo?

Asintió con la cabeza.

– Está bien, cuídate mucho, tienes tarjeta de teléfono, puedes hablarme cuando quieras, yo me quedaré en el departamento escribiendo la novela.

La idea de no terminar jamás esta novela me aterraba, pensé que cuando Tiantian se fuera podría disfrutar de mi espacio y la sensación de soledad física. No sé si él también se había dado cuenta de eso, su decisión de viajar tal vez era para escapar del peligro que ocasiona la convivencia diaria, él era cien veces más sensible que cualquiera, y a veces nuestros sentimientos nos ataban demasiado, hasta el grado de no poder respirar ni crear, entonces era el momento de viajar.

Y además Mark había crecido como un tumor sobre el punto más débil de nuestra vida sentimental y no era fácil de desterrar, ya que existía debido a un virus que yo llevaba en alguna parte de mi cuerpo, y ese virus se llama "sexo".

Para muchos el amor y el sexo no se pueden mezclar. Para muchas mujeres liberales el máximo ideal es encontrar a uno que la ame locamente y a otro que le pueda provocar orgasmos. Ellas dicen: "Separar el amor y el sexo no se contradice con la búsqueda de la pureza". La búsqueda de una vida que les proporcione seguridad lleva la conciencia y las aspiraciones de las mujeres a la rutina que consume su vida día a día, pero ellas guardan debajo de la almohada la llave que abre los secretos de sus vidas. Las mujeres de hoy tienen más libertad que las de hace cincuenta años, son más bellas que las de hace treinta años y experimentan más variedad de orgasmos que las mujeres de hace diez años.

El taxi de la empresa Dazhong que llamamos por teléfono ya estaba en la puerta. Revisé por última vez la valija de Tiantian, una caja de cigarrillos Ted Lapidus (sólo en algunas tiendas especializadas de Shangai se pueden conseguir), hojas de afeitar Gillette, enjuague bucal, siete calzoncillos blancos, siete pares de calcetines negros, un discman, una selección de poemas de Dylan Thomas, el diario de Dalí, las obras de Alfred Hitchcock y una foto enmarcada de nosotros dos. En la otra bolsa estaba Ovillo, nuestra gata, a la que quería llevar a toda costa. Luego los dos con paraguas en la mano nos subimos al taxi. Por llevarse a la gata desistió de irse en avión y decidió ir a Haikou en la sección de coches-cama del tren.