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La lluvia golpeaba el parabrisas del coche, la calle era gris, las tiendas y los transeúntes parecían manchas difusas de pintura, líneas y formas deformes. Tiantian todo el tiempo dibujaba con la mano signos extraños sobre el vidrio empañado. En la radio del taxi se oía una música empalagosa de moda, Ren Xianqi interpretaba la canción La chica de enfrente está mirando hacia acá. El auto se acercaba a la estación de tren, yo sentía en el corazón una tremenda inquietud difícil de definir. Tiantian apretó mi mano y la puso en su rodilla, nos íbamos a separar durante casi dos meses, de pronto íbamos a descubrir que el otro no estaba en la almohada de al lado, nadie iba a tocar a la puerta de la ducha para bañarse juntos, no habría dos platos de comida, ni ropa de dos para lavar, y tampoco habría que preocuparse por los celos del otro, por las lágrimas, tampoco íbamos a oírnos el uno al otro hablar dormidos.

En la explanada de la estación había muchos forasteros deambulando bajo la lluvia. Le recordé a Tiantian que guardara bien su identificación personal, la tarjeta Peonia de crédito, la tarjeta de teléfono y el boleto de tren. Subimos al segundo piso por el ascensor, en los andenes ya revisaban los boletos, Tiantian saludándome con la mano caminaba hacia una puerta cargando en el hombro izquierdo la bolsa con la gata y en el hombro derecho la valija y con los demás pasajeros entró en los andenes.

Afuera la lluvia había cesado. Tomé el colectivo y me bajé al llegar frente al almacén Meimei. Esta sección de la avenida Huaihai tiene un sabor occidental y popular, hay muchos jóvenes muy modernos. La calle Huating es donde los jóvenes se empapan de la última moda aún antes que en cualquier otro lugar. La calle es muy pequeña pero los shangaineses, que saben bien tirar el anzuelo donde hay peces, han usado su talento para sacarle partido a cada pulgada cuadrada de suelo. Dondequiera abunda la ropa atractiva y barata, hay también bolsos, zapatos, sombreros, artesanías, juguetes. Esta calle, señalada en todos los folletos turísticos de Shangai, sigue muy de cerca la moda extranjera, además los precios son mucho más bajos que en cualquier otro lado. Una vez, en la sala de exposiciones de Shangai durante la Feria de Hong Kong vi un bolso de mano de seda con perlas incrustadas a doscientos cincuenta yuanes, por la tarde compré ese mismo bolso en la calle Huating a sólo ciento cincuenta yuanes. Cuando estoy un poco deprimida, al igual que otras chicas, voy a esa calle a dar vueltas y comprar, y regreso a casa con un montón de cosas hermosas. La mayoría de la ropa sólo me la pongo una o dos veces. Son modelos exagerados y de colores excéntricos comprados en un estado de locura y depresión, que sólo sirven para modelar como Marilyn Monroe sola frente al espejo.

En la calle Huating había muchos jóvenes chinos y extranjeros vestidos de una manera como descuidada. Un grupo de jóvenes japoneses con patines, como mariposas exhibían su técnica de patinaje y sus pelos pintados como un plumaje. Una chica shangainesa con labios negros caminaba junto a un grupo de chicas de labios plateados, lamiendo chupetines de la marca Zhenbaoguo (jóvenes de todas las edades con un chupetín en la mano, eran los chic de Shangai), algunos se preocupan de que alguna chica se muera envenenada por ingerir enormes cantidades de lápiz labial barato, pero hasta la fecha no ha habido un informe oficial de que alguien haya muerto por comer carmín.

Entre la gente caminaba un grupo de oficinistas impecablemente vestidos. Uno de ellos me saludó con la mano, pensé que saludaba a la persona de atrás y seguí caminando sin hacerle caso. Él seguía saludándome y además me llamó por mi nombre, lo miré asombrada.

– Soy yo, la Araña. -Pensé que tal vez era el día de los inocentes. La Araña era para mí un joven con impulsos criminales cuyo alto grado de inteligencia asustaba. Cuando lo dejé de ver pensé que de no ser un hacker robabancos sería un empleadillo cualquiera que se mataría trabajando en el día y haría travesuras en Internet por la noche.

Pero el joven que tenía enfrente usaba unos anteojos de armazón invisible muy populares entre los ejecutivos, los dientes blancos y una sonrisa saludable.

– ¡Para morirse! Ni siquiera me reconociste. -La Araña aún conservaba la costumbre de decir "para morirse".

Sonreí.

– ¡Qué guapo estás! -le dije.

– Tú también estás guapa -me dijo sincero, aunque todos sus movimientos eran medidos.

Nos sentamos frente a frente en la cafetería La Auténtica Cazuela. El creciente aroma del café podía provocar un envenenamiento lento, por eso mucha gente venía a pasar la tarde. Por tan sólo sentir la ilusoria sensación de separarse un rato de las responsabilidades del trabajo, valía la pena pasar una quinta parte de la vida en las cafeterías. La música no era estridente y los mozos eran apuestos, nos transportamos a la cafetería Lüdi.

– Era un buen lugar -dijo la Araña-, pero cuando estábamos allá no lo disfrutábamos, sólo pensábamos en trabajar y ganar dinero…

– ¿Aún piensas en las cajas fuertes? -le dije en tono de broma.

– Para morirse, eso ya ni lo menciones, ahora soy un hombre decente. -Sonrió y me dio una tarjeta que decía "Compañía de Sistemas Manzana Dorada". Él y unos compañeros de la universidad habían invertido dinero y formaron una pequeña empresa especializada en programación, instalación de redes y venta de computadoras. Apenas empezaba a crecer.

– Calculamos que a fin de año tendremos buenas ganancias. -Su deseo de ganar dinero aún persistía, sólo que ahora era con mucho trabajo.

– Ah, por cierto, ¿cómo está aquella Mei? ¿Todavía tienes relación con ella? -me acordé de su amiga de la Red.

– Tomamos café seguido, vamos al cine, jugamos al tenis.

– Gracias a Dios mis presentimientos resultaron falsos, parece que se entendieron, ¿te vas a casar con ella?

– No, Mei en la Red es mujer, pero en la realidad es hombre -me corrigió rápidamente. Al ver mi asombro añadió:

– Claro, sólo somos amigos, no tenemos otro tipo de relación. -Sonrió sin importarle si yo le creía o no.

– Si en la Red se hace pasar por mujer para atraer hombres, seguramente ha de tener algún problema mental -dije.

– Sí, siempre ha querido hacerse la operación para cambiar de sexo, por supuesto que me relaciono con él porque pienso que es noble, bueno y entusiasta. Él tiene criterio, sabe que yo no soy gay, pero a pesar de eso podemos ser amigos ¿no?

– Me gustaría conocer al tal Mei, parece ser muy excéntrico.

XIV Los ojos del amado

Los cuerpos cálidos brillan juntos.

La piel tiembla de felicidad.

El alma gozosa se hace visible.

Allen Ginsberg

Esa noche no pude escribir ni una palabra, mi mente estaba confusa, parecía una mosca volando en el vacío de un lado a otro buscando sin cesar un poco de comida para caerle en picada, pero no pescaba ni una inspiración que valiera la pena.

Empecé a sentir cierta preocupación hacia esta novela, no sabía cómo esconderme en la mayor medida posible ante los ojos del lector, en otras palabras, no quería mezclar mi vida personal con la novela, pero lo que en realidad me preocupaba aún más era la posible influencia extraña del desarrollo del argumento de la novela sobre mi vida futura.