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Siempre he considerado que escribir es como la brujería, llena de suspensos inesperados. La protagonista, al igual que yo, era una chica que no llevaba una vida común, era ambiciosa, tenía dos hombres y jamás se sentía tranquila internamente. Ella creía en un lema: chupar como una sanguijuela la esencia de la vida, incluyendo sus gozos secretos, no causar daño consciente, dejar fluir las pasiones espontáneas, seguir siempre hacia adelante. Al igual que yo, ella tenía miedo de ir al infierno al morir, y no poder ver películas, ni vestir pijamas cómodos, no poder oír el sonido celestial de la música MoNo, estar en el aburrimiento total.

Fumaba sentada en el suelo, puse la música a todo volumen, hasta me puse a revisar los cajones de Tiantian en busca de alguna nota o papel que me pudiera alegrar. Finalmente sobre la guía de teléfonos encontré el número de Mark. Dudé un rato si llamarlo o no, pero si Tiantian apenas se había ido y yo ya estaba pensando en llamar a otro hombre. Pensé en eso y fruncí el entrecejo.

Pero luego pensé en dos buenas razones: primero, yo no amaba a ese hombre, él no podía tomar el lugar de Tiantian en mi corazón, en su cara sólo estaba escrita la palabra deseo; segundo, él podría no contestar mi llamada, o su teléfono celular podría estar apagado.

Entonces marqué los números, al otro lado se oyó el largo timbre de la llamada. Exhalé el humo del cigarrillo y distraída miré las uñas de mi mano izquierda perfectamente bien recortadas, diez dedos filosos. Por un instante visualicé mis dos manos escalar por la atlética espalda de Mark, como dos arañas en movimiento, saltando, apretando, siseando, un olor a sexo flotaba en el aire. De pronto una voz femenina al otro lado del teléfono perturbó mi imaginación:

– Hello!-dijo.

Me asusté, contesté automáticamente.

– Hello. -Luego pregunté:

– Is Mark there?

– Está en el baño, ¿quiere dejar un mensaje? -hablaba en inglés con un fuerte acento alemán.

Cortésmente le dije que no era necesario y que luego lo contactaría. Al colgar el teléfono me invadió el desánimo. Ese alemán tenía una amante, claro que también podía ser su esposa. Él nunca me había hablado sobre su vida privada, además yo nunca le había preguntado. Como sea nuestra relación se había limitado sólo a fuck aquí, fuck allá.

Me acosté abatida en la bañera, burbujas de rosas se amontonaban alrededor de mi cuerpo, una botella de vino tinto estaba al alcance de mi mano, ése era mi momento más vulnerable, pero también era mi momento más narcisista. En ese instante me imaginé a un hombre empujar la puerta del baño, acercarse, dispersar las burbujas y los pétalos de rosas y, como si escarbara un tesoro, sacar de mi cuerpo la más recóndita felicidad. Vi cómo sus toscas manos me estrujaban como a un pétalo, me rompían y me despedazaban, vi cómo mis ojos bajo la tenue luz se humedecían de vergüenza, cómo mis labios se abrían y se cerraban mientras la saliva se escurría, cómo mis piernas se abrían y se cerraban al son del placer.

De pronto recordé a Tiantian. Él con su dedo, único e incomparable, innumerables veces me había producido ese estado hipnótico sexual y poético del deseo carnal. Sí, era como un estado de hipnosis donde capas y capas de niebla eran removidas para escarbar el verdadero centro del amor. Con los ojos cerrados tomaba el vino mientras me acariciaba entre las piernas. Esta tortura me hizo de pronto comprender por qué en la película Quemada por el sol Alejandra escogió la bañera para morir.

De repente sonó el teléfono. "Tiantian", exclamé por dentro abriendo grandes mis ojos, me estiré y tomé el auricular colgado en la pared del lado derecho.

– Hello, soy Mark.

Tomé aire.

– Hi!

– Hace un rato me llamaste ¿verdad? -preguntó.

– ¡No! -dije-, yo no te llamé por el fucking teléfono. Estoy aquí bañándome tranquila y felizmente. -Eructé por el vino y me reí entre dientes.

– Me dijo mi esposa que, mientras me bañaba, alguien me llamó por teléfono, por el acento parecía una china, pensé que eras tú -dijo él como convencido de ser un triunfador y de que yo moría por él.

– O sea que tienes esposa.

– Acaba de llegar de Berlín, vino a pasar la Navidad en Shangai, en un mes se vuelve. -Curiosamente me hablaba como si me quisiera consolar, ya que yo sufría mucho por esa situación.

– ¿Ha estado muy ocupada? Ah, por cierto, me acordé de algo, ¿cambiaste las sábanas?… Estoy segura de que las cambiaste, de lo contrario ella podría descubrir el olor a china en ellas. -Sonreía suave, sabía que estaba algo tomada, estar un poco borracha es agradable, todo se puede ver más claro, como cuando la niebla se dispersa.

A los veinticinco años uno posee una capacidad enorme para afrontar eventos inesperados, si en ese momento me hubiera dicho que ya no me quería ver o que se pensaba ir a Marte, no me hubiera sentido decepcionada, tenía que saber manejar con claridad nuestra relación, uno es uno, dos son dos, no hay que perder la brújula.

El también reía, dijo que la Navidad estaba cerca, que su empresa tendría vacaciones largas y que él me quería ver. Me hablaba en chino, seguramente porque su esposa estaba al lado y no entendía ni una palabra. Los hombres siempre hacen barbaridades en la nariz de las mujeres, pueden decir "amarte y serte fiel son dos cosas diferentes", la mayoría de los hombres no se adapta a la monogamia, añoran los palacios antiguos que albergaban a tres mil concubinas.

Dijo que en unos días un amigo periodista llegaría de Alemania. Quería presentarnos ya que su amigo planeaba entrevistar mujeres jóvenes de Shangai fuera de lo común.

Lo que en el fondo dijo es que no estaría mal cenar con una amante y un amigo periodista. Ese día, antes de salir, me arreglé mucho, me encanta la sensación narcisista de estar frente al espejo delineándome las cejas, poniéndome rubor y desenfundando el lápiz de labios, sólo por eso volvería a nacer como mujer. Arreglarse con cuidado sin que queden huellas del pincel, que el resultado sea discreto pero que asombre al que lo vea, las mujeres de Shangai tienen esa cualidad innata de sublimes calculadoras.

Según los libros, el negro es el color de la suerte para mi signo del horóscopo. Me puse una blusa negra pegada al cuerpo de cuello alto, unas botas de tacos increíblemente altos, me recogí el pelo con naturalidad y lo sujeté con un gancho de marfil, en la muñeca me puse un brazalete de plata que me había regalado Tiantian. Vestida así, sabiéndome bella, me sentí segura.

El M on the Bund era un restaurante a la orilla del río de dos hermanas australianas, muy caro pero nada particular en los sabores de su cocina. Era un buen negocio, los extranjeros que trabajaban en Pudong cruzaban el río y almorzaban allí. El restaurante era grande y la decoración impresionante, lámparas de más de dos metros y una balaustrada de hierro forjado, un estilo simple y elegante que tal vez correspondía a la estética austera de Mark y los de su etnia. Lo único extraordinario era la enorme terraza fuera del restaurante, donde uno podía apoyarse en la baranda para ver a lo lejos las dos orillas del Huangpu.

El periodista amigo de Mark se llamaba Luande, ojos y pelo negros, sus abuelos habían emigrado de Turquía a Alemania. Al principio hablamos de fútbol y de filosofía. Al hablar con un alemán de fútbol, uno se siente inferior, pero en filosofía mi país tiene mucho de qué presumir. Luande admiraba a Confucio, a Lao Zi, el primero impulsa a caminar por todo el mundo en búsqueda de la sabiduría antigua y verdadera, el segundo proporciona consuelo en los ratos de dolor y soledad, como la morfina.

A petición de Luande, empecé a hablar de mi vida y de mi libro que había provocado reacciones extrañas, hablé también acerca de mi relación con la generación de mis padres, de mis novios. Cuando llegué a Tiantian miré de reojo a Mark, quien cortaba una pierna de cordero en salsa de vegetales pretendiendo no oír nada.