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– Vamos a dar unas vueltas. -Fuera de la ventana del auto el ambiente estaba lleno de espíritu festivo. Aunque la Navidad no es una fiesta china, para la juventud moderna es una excusa para divertirse un rato. Parejas enamoradas entraban y salían de los restaurantes, de los negocios, cargaban bolsas llenas de cosas. Las tiendas aprovechando la ocasión rebajaban las mercancías para vender más, iba a ser una noche llena de alegría burbujeante.

El chofer buscaba conversación todo el tiempo, no tenía ganas de contestar, en la radio se oía un solo de guitarra, luego sonó la voz alegre del conductor del programa, hablaba de un grupo de Pekín de música moderna que había perdurado mucho tiempo en la escena musical. Luego curiosamente oí un nombre conocido, Puyong.

Hace algunos años, cuando aún estaba en la revista, fui a Pekín a entrevistarlo a él y al resto del grupo, terminamos tomados de la mano caminando por la plaza Tiananmen a medianoche. Parado en el puente Lijiao me dijo que quería mostrarme una obra de arte espontáneo, se abrió la bragueta y empezó a orinar hacia el cielo. Luego tomó mi cabeza y me estampó un beso en los labios. Este romanticismo salvaje me interesó, pero temía que al hacer el amor quisiera orinarse encima de mí o hacer cualquier otra extravagancia. Solamente fuimos amigos, además nos veíamos poco.

Apareció la voz de Puyong en la radio. Respondió una pregunta simple del conductor acerca de la creación musical y luego empezó a conversar con el público. Una chica le preguntó: "¿En China existe o no un rock amp; roll nacional?". Otro chico le preguntó qué tipo de inspiración le proporcionaban las mujeres a su alrededor. Tosió un poco y luego, con una voz sensual y tono bajo, dijo varias tonterías. Paré al chofer:

– Espéreme aquí unos minutos.

Me bajé del taxi y me dirigí hacia la cabina telefónica. Inserté mi tarjeta telefónica y tuve suerte, sin ningún esfuerzo me comuniqué con el programa.

– Hola, Puyong -le dije alegre-, soy Nike. -A continuación oí un saludo exagerado pero conmovedor.

– ¡Ey, feliz Navidad! -Como estaba en un programa de radio no me llamó "baobei", bebé.

– Ven a Pekín hoy -dijo con tono ligero y alegre-. Tenemos show en el bar La Abeja Diligente, luego tendremos una fiesta.

– Está bien, volaré esta noche de Navidad para oír tu música.

Colgué, caminé un rato frente a la cabina y luego decidida entré en el taxi: -Al aeropuerto lo más rápido posible.

Unos minutos después de las cinco había un vuelo a Pekín. Compré el boleto y fui a tomar un café en la cafetería de al lado de la sala de espera. No me sentía especialmente alegre pero ya no sentía la misma ansiedad e indecisión, por lo menos en ese instante tenía un objetivo hacia donde dirigirme, tenía algo que hacer aunque sólo fuera ir a Pekín para escuchar rock amp; roll y pasar una Navidad sin amante ni inspiración.

El avión despegó y aterrizó a tiempo. Cada vez que vuelo siento que el avión se va a caer, pues esa cosa grande y torpe fácilmente se puede caer en el aire tan ligero, de todas maneras me encanta volar.

Fui directo a la casa de Puyong, toqué a la puerta, los vecinos me dijeron que no estaba, me paré por un instante en medio del vecindario y decidí ir a cenar en un buen lugar, no había probado siquiera la comida del avión. Los restaurantes de Pekín son un poco más caros que los de Shangai pero el sabor afortunadamente no me decepcionó. Durante todo el tiempo fui observada por el norteño de la mesa contigua. Su particular mirada pudo consolar profundamente a esta shangainesa sola que llegó aquí para pasar la Navidad o por lo menos confirmaba que ella aún era atractiva.

La Abeja Diligente era un bar bien conocido donde se juntaban los rockeros, un sinnúmero de músicos de pelo largo, pelo corto, semblante enfermizo pero nalgas muy apretadas. Ellos competían en velocidad al tocar la guitarra o comparaban los métodos para atrapar mujeres bellas. Las mujeres de ahí (groupies o guroupi) todas tenían pechos y cintura de estrellas de Hollywood, o por lo menos podían atraer de alguna manera a las malas hierbas que se juntaban ahí (con dinero, con poder, con talento, con el cuerpo, etcétera).

La música era muy ruidosa, el olor a tabaco, a alcohol y perfume era muy fuerte. Atravesé el largo pasillo oscuro como en un apagón. Vi a Puyong, quien fumaba mientras ensartaba unas cuentas de plata.

Me acerqué y le palmeé el hombro. Levantó la cabeza y abrió la boca. Luego dejó las cosas que tenía en las manos a la chica de al lado y me abrazó desaforadamente.

– De veras viniste, mujer loca de Shanghai. ¿Estás bien? -Me miraba detenidamente. -Pareces mucho más flaca, quién te maltrata, dímelo, me voy a vengar por ti. Maltratar a una mujer bella no sólo es un error, es un crimen. -Dicen que los hombres de Pekín pueden llenar varios camiones de palabras bellas y que las olvidan no bien las pronuncian. Pero yo sí disfruto de este consuelo verbal frío como el helado y caliente como una llama.

Nos besamos estrepitosamente, luego señalando a la chica de al lado me dijo:

Mi amiga Rosy, es fotógrafa. -A Rosy le dijo:

– Ella es Cocó de Shanghai, egresada de la Universidad Fudan, ahora escribe novelas. -Nos dimos la mano. Ella terminó de ensartar las cuentas de plata, Puyong tomó el brazalete y se lo puso en la muñeca.

– Durante la comida, en un descuido se me cayeron -murmuró mientras se sacudía el pelo. Llamó al mesero. -¿Qué tal una cerveza?

Asentí con la cabeza. -Gracias. En el escenario unos hombres arreglaban unos cables, al parecer la actuación estaba por empezar.

– Fui a tu casa y no estabas. Por cierto, ¿puedo quedarme a dormir en tu casa hoy? -le pregunté.

– No hay que dormir, vamos a divertirnos toda la noche. Te voy a presentar a unos hombres duros y salvajes.

– No me interesa. -Fruncí los labios. Su novia pretendía no oír nuestra conversación, su mirada emergía del pelo a los costados e inexpresiva se fijó en algo. Tenía nariz bonita, largo cabello brillante y pechos abundantes. Llevaba un largo vestido de colores entre verde y amarillo como de esas telas lánguidas de tonos y formas de las aguas del Nilo.

Se acercó un hombre muy guapo, tan guapo que dolía, daba miedo enamorarse de él y ser rechazada. Era alto, de piel luminosa, tenía cabello brillante que, como pasto salvaje, crecía hacia arriba, ojos encantadores como humo, un verdadero poema, miraba de reojo como un zorro, tenía esa famosa "mirada de zorro". Sus rasgos y su porte elegante tenían un aire gitano. Me llamaba la atención la barba que le crecía en el mentón, que le imprimía un toque tosco, varonil a su dulce y pura belleza y me brindaba una sensación especial.

Evidentemente conocía a Puyong y a Rosy, se acercó y saludó. Puyong nos presentó, se llamaba Fei Pingguo, Manzana Voladora, y era un famoso estilista de Pekín y de toda China. Tenía visa de trabajo en los Estados Unidos, se paseaba por todo el mundo en busca de inspiración y nuevas tendencias en belleza. Todas las actrices chinas se morían de ganas de consultarlo.

Empezamos a charlar, él reía todo el tiempo, sus ojos que relucían como la flor del durazno me hicieron sentir mal, no me atrevía a mirarlo más, tenía miedo de que se me paralizara la mirada. No planeaba ningún encuentro amoroso esa noche. Alrededor, las mujeres ansiosas de amor se desbordaban; después de los treinta, las mujeres llevan tatuadas en la cara todas sus aventuras y locuras, engañándome me decía a mí misma: "A veces deseo que los hombres me traten como escritora y no como mujer".

El grupo subió al escenario. Las guitarras eléctricas, como bestias desenfrenadas, emitían rugidos salvajes, la multitud se desbordaba, como electrocutados movían los cuerpos, zarandeaban la cabeza de tal manera que parecía que iba a despegárseles en cualquier momento. Metida entre la gente empecé a moverme, estaba realmente feliz ya que no pensaba y no me resistía, me entregué toda a la hoguera infernal de aquella música.