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Con la música expresaba la alegría del cuerpo.

La cara brillaba en azul, la planta de los pies duros, extraños que se acarician en esa atmósfera ardiente. Ni una mosca podía volar en medio de esa catástrofe espesa de partículas de altos decibeles y agitación.

"Muero de felicidad", un hombre cantaba histéricamente en el escenario.

Fei Pingguo todo el tiempo estuvo parado a mi lado, acariciando mis nalgas mientras me sonreía. No soportaba a este hombre hermoso, a ese bisexual que todo el tiempo me sonreía y tenía la cara llena de huellas de maquillaje. En sus cejas, sus pestañas, sus pómulos, había huellas de maquillaje. Perseguía hombres y mujeres. Decía que sus novias estaban celosas de sus novios. Siempre estaba inmerso en la angustia del amor, sin saber hacia dónde ir. Le dije que en el país había ochocientos millones de campesinos cuya preocupación principal era cómo tener las más mínimas comodidades, y que él era una persona con mucha suerte.

Me dijo que pensaba que yo era muy inteligente e interesante, considerando mi seriedad y los botones de la blusa cerrados hasta arriba como si fuera una monja, y que yo a cada rato decía "mierda". Yo no hablaba, pero dentro de mí pensaba que era muy guapo y que me ponía nerviosa. Yo normalmente no digo groserías.

– Tienes un culo muy bonito -gritaba en mi oído, ya que la música era fuerte.

Dos de la madrugada, no había luna, la escarcha cubría los techos. El taxi corría por Pekín, que en esa noche helada parecía enormemente grande, como un gran pueblo medieval.

Tres de la madrugada, llegamos a otro sitio de reunión de rockeros. La habitación era grande, la dueña era una vieja norteamericana, originalmente una famosa groupie del círculo rockero. Ahora se había asentado, se había casado con un baterista narigón. El baterista había construido un pequeño invernadero en el patio en el cual se decía que cultivaba marihuana. Un grupo bebía, otros oían música, jugaban mahjong o juegos electrónicos, otros bailaban o se acariciaban.

Cuatro de la madrugada, unos empezaron a coger en la bañera caliente del dueño, otros estaban dormidos, otros se acariciaban en los sillones. Los demás nos fuimos a un restaurante de Xinjiang a comer fideos. Yo estaba pegada a las mangas de Puyong por el temor de perderme en Pekín de noche, sola no es divertido, además me daba miedo, el aire helado cortaba como una navaja.

Fei Pingguo desapareció. No estaba entre los que comíamos fideos. Pensé en cinco posibilidades, entre ellas, que alguien lo sedujo o que él sedujo a alguien, quién sabe. El siempre sería un cazador o una presa hermosa. Afortunadamente no le dejé mi teléfono, de lo contrario me sentiría muy incómoda, como abandonada. Esta era mi Navidad más aburrida y lamentable.

Cinco de la madrugada, me tomé una pastilla y me acosté en el sillón de la casa de Puyong. En el tocadiscos una sonata ligera de Schubert, silencio alrededor, de repente se oían los camiones de la calle, no podía dormir. El sueño se alejaba de mi cuerpo como una sombra con alas, lo que quedaba era mi clara conciencia y mi carne sin fuerzas. La oscuridad gris me abrazaba como agua, me sentía esponjada, ligera y pesada a la vez. Esa sensación de ser transportada a otro mundo no era desagradable, entre el sueño y la realidad, no sabía si estaba muerta o viva, pero podía abrir los ojos para mirar el techo y la oscuridad que me rodeaba.

Finalmente tomé el teléfono e inclinada en el sillón le hablé a Tiantian. Aún dormía:

– ¿Quién soy? -le pregunté.

– Eres Cocó, te llamé por teléfono, no estabas en casa -dijo con voz suave sin culparme, al contrario, contento porque me las pude arreglar sola.

– Estoy en Pekín -le dije.

Sentimientos contradictorios y opresivos se adueñaron de mi corazón, en ese instante no sabía por qué estaba en Pekín. Qué inestable, mi corazón inquieto siempre flotaba de un lado para otro, nunca descansaba, yo siempre cansada e inútil, ni siquiera escribir me proporcionaba tranquilidad y satisfacción, no tenía nada, sólo andar de un lado para el otro en un avión, sólo insomnio, música, alcohol, ni siquiera el sexo me podía salvar, acostada en medio de la oscuridad parecía un muerto viviente que no podía dormir. Espero que Dios me permita casarme con un noble ciego ya que todo lo que logro ver es oscuridad, pensé. Empecé a llorar en el teléfono.

– No llores Cocó, me haces sentir mal, ¿qué pasó? -decía Tiantian adormilado, aún sin poder sacudirse del sueño pesado inducido por las pastillas para dormir. Él todas las noches tomaba pastillas para dormir, yo también tomo algunas veces.

– No pasa nada, la música de los amigos está bien, estoy muy divertida… sólo que no puedo dormir, pienso que moriré con los ojos abiertos… no tengo fuerzas pala regresar a Shangai. Además tú no estás allí, te extraño… ¿Cuándo te podré ver?

– Vente al sur, aquí se está muy bien… ¿Cómo está tu novela?

Cuando mencionó la novela me invadió el silencio, supe que regresaría a Shangai y seguiría escribiendo. Tiantian quería que hiciera eso, además yo sólo podía hacer eso, de otra manera, perdería el amor de muchos, incluso el mío propio. Sólo escribiendo me podría alejar de las personas mediocres y nefastas, sólo así me podría diferenciar de los otros, sólo así podría resucitar de las cenizas el rosal de la gitana.

XVI La prodigiosa Madonna

No aceptes invitaciones de un hombre desconocido y recuerda que todos los hombres son desconocidos.

Robin Morgan

Denme un par de zapatos altos y conquistaré el mundo.

Madonna

Regresé a Shangai. Todo pasó de manera caótica pero de alguna manera conforme a lo previsto.

Sentía estar más flaca, los fluidos de mi cuerpo convertidos en aguas negras entraron a la pluma y se plasmaron en las palabras y frases de mi novela.

Los envíos a domicilio del restaurante Pequeño Sichuan llegaban regularmente, los traía el joven Ding. Cuando estaba de buenas le prestaba algunos libros para leer, en una ocasión me trajo un pequeño artículo suyo publicado en la columna "Voces del corazón", una sección para trabajadores emigrantes en el diario vespertino Pueblo Nuevo. Lo leí y me sorprendió lo bien que estaba el texto, muy profundo. Tímidamente me dijo que su ideal era escribir un libro. Kundera dijo que en el siglo XXI todos serán escritores, con sólo tomar la pluma y escribir lo que se piensa. El deseo de compartir sus sentimientos es una necesidad espiritual de todos los seres humanos.

Con el pelo enmarañado, en pijama, escribí toda la noche, cuando me desperté en la madrugada con la cabeza sobre la mesa tenía en la frente manchas moradas de la tinta negra, miré alrededor, no había nadie, Tiantian no estaba, el teléfono no había sonado (con frecuencia lo desconecto y me olvido de conectarlo de nuevo), me fui a la cama, me acosté y seguí durmiendo.

Una noche, tal vez pasadas las diez, me despertaron unos toques en la puerta. Sentí los golpes en la boca del estómago, afortunadamente los toques a la puerta me salvaron justo a tiempo de una pesadilla. Soñaba que Tiantian se subía a un viejo tren de vapor. Los asientos del vagón estaban ocupados por extraños. Con los ojos muy abiertos veía cómo el tren partía en mis narices, un hombre vestido de militar con un casco de acero saltaba al tren. Dudé sólo por un segundo y el tren ya se había ido. Lloraba muy desesperada, me odiaba, y todo por ver mal el reloj, o tal vez por confundir los horarios de los trenes, o quizá por cobardía en el último instante no me subí. Este sueño parecía insinuar que Tiantian y yo éramos dos trenes que se cruzan al pasar.

Cansada abrí la puerta, afuera estaba Madonna, de negro, fumando un cigarro, la ropa negra la hacía parecer muy flaca y larga.