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El Santana blanco corrió volando como el viento por la autopista en la noche silenciosa. Escuchando la radio, fumábamos en una atmósfera quieta como el agua.

– No quiero ir a mi casa. Es tan grande y silenciosa. Sin un hombre que me acompañe parece una tumba, ¿puedo ir a tu casa? -preguntó.

Asentí con la cabeza.

Estuvo en el baño mucho tiempo. Marqué el teléfono del hotel donde estaba Tiantian. Su voz era soñolienta (siempre se oye así por teléfono). Su respiración familiar llegó a mi oído a través del cable telefónico.

– Estás dormido, te llamo después -le dije.

– Eh, no, no importa, estoy muy relajado, parece que tuve un sueño, soñé contigo, además había cantos de pájaros, se me antoja comer esa sopa rusa que tú haces… ¿Hace frío en Shangai? -Se sonaba la nariz, parecía resfriado.

– No mucho, Madonna se quedará conmigo esta noche, no se siente bien, Dick y Zhusha están saliendo juntos. ¿Cómo están tú y Ovillo?

– Ovillo tiene diarrea, la llevé al veterinario, la inyectaron y le dieron una medicina, yo tengo algo de gripe. Desde que regresé de nadar empecé, pero no importa. Acabo de ver una película de Hitchcock, su estilo me recordó un poco las novelas de artes marciales de Gu Long. Por cierto, quiero contarte algo que vi con mis propios ojos. Justo ayer, mientras estaba sentado en un colectivo, un ladronzuelo de catorce o quince años le arrancó la gargantilla de oro a la señora que estaba a mi lado. Nadie intentó detenerlo, se bajó y corrió sin dejar huella.

– Qué horror, cuídate, te extraño mucho.

– Yo también, es lindo tener a quien extrañar.

– ¿Cuándo regresas?

– Cuando termine de leer estos libros, y de dibujar unos bosquejos. La gente de aquí no es como en Shangai, este lugar es como el sudeste de Asia.

– Está bien, un beso. -Se oyó en el teléfono un largo chasquido de labios, contamos uno, dos, tres y al mismo tiempo colgamos el teléfono.

Madonna me llamó desde el baño:

– Querida, pásame una bata. -Abrí el armario, saqué la bata gruesa de algodón de Tiantian. Ella ya había abierto la puerta y se secaba en la espesa niebla del baño.

Le tiré la bata, ella se puso en una pose provocativa al estilo de Marilyn Monroe.

– ¿Qué te parece mi cuerpo?, ¿te parece atractivo todavía?

Crucé los brazos, la miré de arriba abajo, le pedí que girara, ella obediente dio media vuelta y luego la vuelta completa.

– ¿Qué tal? -me miraba inquieta.

– ¿Quieres la verdad? -pregunté.

– Por supuesto.

– Hay huellas de muchos hombres, por lo menos de unos cien.

– ¿Qué quieres decir? -Seguía sin la bata.

– Las tetas no están mal, aunque algo pequeñas se ajustan cómodamente a la palma de la mano, las piernas son muy elegantes, el cuello es lo más bonito de tu cuerpo, sólo las damas occidentales de la alta sociedad tienen un cuello tan hermoso, pero el cuerpo en su conjunto está cansado, carga con la memoria de demasiados hombres.

Todo el tiempo apretaba sus pechos, algo decaídos pero para ella eran un tesoro, conforme oía mis palabras acariciaba sus piernas y luego hacia arriba tocaba su largo y bello cuello:

– Me adoro, mientras más vieja y cansada, más me quiero… ¿A ti no te gusto?

Me alejé, verla tocarse el cuerpo me ponía nerviosa, ya sea un hombre o una mujer, cualquiera se vería afectado por eso.

– ¡Aquí se está mejor que en mi casa! -gritó a mis espaldas.

Quería charlar conmigo, nos acostamos en la misma cama, pierna contra pierna, arropadas con una delgada cobija de plumas de ganso, a través de la tenue luz, por encima de su nariz, podía ver el armario y la ventana. Mientras estaba estudiando en la Universidad, las chicas de la misma habitación tenían la costumbre de dormir en la misma cama. La mejor manera de compartir los secretos mutuos, las alegrías, los deseos, las penas con otra mujer era tal vez compartiendo la misma cama. En medio de eso se forjaba una amistad especial, una confianza basada en la intuición y la ansiedad subconsciente, tan difícil de ser comprendida por los hombres. Me contaba de su pasado, como parte del intercambio yo también le ofrecía mi vida pasada, claro que mi pasado ni de lejos era tan complejo y oscuro.

Su vida era como una caligrafía espontánea, hecha en estado de ebriedad, y la mía era como un carácter redondo, más uniforme, el dolor, la ansiedad, la alegría, la presión no me hicieron extraña ni anormal, yo aún era una chica simpática, dócil, por lo menos a los ojos de algunos hombres.

Madonna nació en el barrio bajo del distrito Zhabei de Shangai. Desde niña su sueño era ser artista (por eso se buscó tantos amantes artistas). A los dieciséis años dejó la escuela. Su padre y su hermano mayor eran borrachos, cuando se embriagaban la tomaban como blanco para golpearla. Poco a poco esa violencia se convirtió en abuso sexual, le pegaban en las nalgas, apagaban las colillas de los cigarrillos en sus pechos. Su madre era débil y jamás la pudo proteger.

Un día tomó el tren y sola fue a Guangzhou. No tenía muchas opciones, empezó a trabajar en un bar acompañando a los clientes. En aquel entonces, las ciudades del sur pasaban por una ola de gran desarrollo, había muchos ricos, algunos tenían tanto dinero que te dejaba sin palabras. Ella tenía ese toque especial que sólo tienen las chicas de Shangai, su porte y sus actitudes la hacían superior a las otras chicas de provincia, los clientes la preferían, la ayudaban, querían hacer cosas por ella. Su posición en ese medio subía cada día más, empezó a reclutar por si sola a unas chicas y comenzó su propio negocio.

La llamaban "Muñequita extranjera", era un apodo cariñoso de Shangai para las chicas blancas y hermosas. Con sus vestidos largos negros escotados con delgados tirantes, pulseras de diamantes regaladas por sus admiradores, los cabellos negros sobre su cara blanca, parecía una reina que vivía en un castillo encantado, lleno de pesadas cortinas. Ejercía un enorme poder dentro de una complicada red de relaciones.

– Cuando me acuerdo de aquellos tiempos, siento que todo pasó en mi otra encarnación, si lo resumiera en pocas palabras sería "La bella y las bestias". Yo dominaba las fórmulas de cómo domesticar a los hombres, tal vez después cuando sea vieja, voy a escribir un libro para mujeres, les enseñaré cómo atrapar el corazón de los hombres, cuál es su lado oscuro, igual que cuando vas a matar a una serpiente hay que pegarle en el punto exacto, los hombres también tienen su punto débil. Aunque las mujeres de ahora maduran más temprano y son más agresivas y valientes que nosotras, aún son perdedoras en muchos aspectos. -Acomodó la almohada y me miró. -¿Tengo o no razón?

Le dije:

– En el fondo lo que pasa es que el sistema social actual desconoce las necesidades de la mujer y no las apoya para que estén conscientes de su propio valor. Las mujeres más agresivas se ganan el apodo de "vulgares", las suaves y gentiles se consideran como "floreros vacíos sin cerebro".

– Como quiera que sea, las chicas deben cultivar su cabeza, no está mal ser inteligente. -Se detuvo y me preguntó si estaba de acuerdo, le dije que sí, aunque no me considero como ejemplo de feminismo, sin embargo sus palabras eran muy ciertas, me hicieron descubrir la sabiduría y sensatez escondidos en su pensamiento.

– ¿Entonces, cómo fue que te casaste con tu esposo el difunto?

– Pasó algo que me enseñó mucho, me enseñó que dentro de ese mundo por mucho que yo tuviera influencias a través de mis relaciones, no era más que un punto rojo fácil de borrar… Apreciaba entonces a una chica de Chengdu. Era una universitaria, había estudiado administración en la Universidad de Sichuan, había leído mucho, podía conversar conmigo sobre temas de arte (disculpa, pero aunque sea muy inculta, desde niña el arte siempre me ha inspirado curiosidad, en aquel entonces entre mis novios había un pintor graduado en el Instituto de Bellas Artes de Guangzhou, igual que Dick, pintaba cuadros surrealistas al óleo). Ella no tenía dónde vivir así que la invité a vivir conmigo mientras tanto. Un atardecer de pronto tres hombres de aspecto salvaje vinieron a la puerta a buscarla. Eran paisanos de ella, habían reunido fondos y se los dieron para que los invirtiera en Guangzhou en el mercado de futuros. El resultado fue que en una sola noche los cien mil yuanes se hicieron polvo, y ella sin otra alternativa se dedicó a la prostitución. Todo el tiempo se había escondido de sus paisanos, sin decirles lo que había pasado. Finalmente esos hombres con navajas en la mano llegaron a la puerta. Yo estaba en la ducha, me descubrieron y me llevaron también. Aquello era de terror, dieron vuelta por completo mi cuarto, se llevaron todas mis alhajas y treinta mil yuanes en efectivo. Les decía que ese asunto no tenía que ver conmigo, que me soltaran, pero ellos taparon mi boca con una tela. Pensé que nos iban a vender a los tratantes de blancas y nos iban a llevar a Tailandia o Malasia.