"Nos encerraron en un cuarto oscuro, todo en mi cabeza estaba negro, estaba muy desesperada, por todos lados se sentía que algo terrible iba a pasar. Piensa, unas horas antes yo vivía entre algodones y de pronto me había convertido en una presa, qué vida iba a tener. Llegaron, golpearon salvajemente a la chica, decían que había nacido para ser puta, luego sacaron el trapo de mi boca, decidí aprovechar esa oportunidad para salvarme. Recité una larga lista de nombres importantes, desde el jefe de la policía hasta los mañosos que controlaban cada barrio. Dudaron un poco, salieron del cuarto a deliberar, se demoraron, parecían tener aún un dilema, finalmente el hombre un poco más alto entró: "Tú eres la famosa 'Muñequita extranjera', esto es un malentendido, inmediatamente te llevaremos a tu casa".
Su mano helada tomó la mía, extendió las palmas lentamente, los dedos le temblaban.
– ¿Por eso decidiste casarte?
– Sí, para salir de ese negocio. Entonces había un corredor de bienes raíces que se había hecho millonario. El viejo estaba decidido a casarse conmigo. Finalmente afronté el asco de acostarme con una momia llena de arrugas y me casé con él. Pensé además que no iba a durar mucho, mi intuición se confirmó… Ahora tengo dinero, tengo libertad, soy mucho más afortunada que la gran mayoría de las mujeres. Aunque me aburro como una ostra, estoy mejor que las desempleadas de las fábricas textiles.
– La mujer de la casa vecina está desempleada, pero no veo que esté sufriendo demasiado, igual que siempre prepara la comida y espera a su marido, regresa el hijo y los tres juntos alrededor de la mesa comen contentos. Dios es justo, te da esto pero te quita aquello, puedo entender la alegría de mis vecinos -dije.
– Está bien, digamos que tienes razón, vamos a dormir. -Abrazándome por los hombros, su respiración se hizo cada vez más profunda y pronto se durmió.
Yo no podía dormir, su historia como un manantial de luz constantemente arrojaba chispas en mi cerebro, doce corrientes de colores diferentes se fundían unas con otras. Su cuerpo estaba presionando fuertemente contra el mío, podía sentir su calor, su respiración, sus heridas y sus sueños. Ella existía en los límites de lo creíble y lo increíble, en los límites entre las llamas y el hielo, poseía un atractivo sexual absorbente (por ser mujer yo lo sentía con más claridad). También poseía un sentido de la muerte pavoroso (sus vivencias y su nerviosismo sobrepasaban a los de un ser común, en cualquier momento podía salirse de control y herir como un cuchillo).
Intenté retirar su brazo, sólo si me alejaba de ella me podría quedar dormida. Pero ella me apretó aún más fuerte. Después de un fuerte suspiro en el sueño, empezó a besar mi cara. Sentía sus labios húmedos y peligrosos como una almeja hambrienta, pero yo no era Dick ni otro hombre de su vida. Traté de alejarla con todas mis fuerzas pero ella no despertaba, en la oscuridad de la noche rodeaba mi cuerpo como una hiedra. Ardiendo de calor, me moría de miedo.
De pronto despertó. Abrió los ojos, sus pestañas estaban húmedas:
– ¿Por qué me abrazas? -preguntó en voz baja, se podía ver su estado de placer.
– Fuiste tú quien me estaba abrazando -me defendí.
– Ah -suspiró-, soñé con Dick… Tal vez de veras lo quiero, estoy muy sola. -Mientras hablaba se levantó de la cama. Se acomodó los cabellos y se puso la bata de Tiantian: -Me voy a la otra habitación a dormir.
Cuando salía del cuarto sonreía con picardía, se dio vuelta y me preguntó:
– ¿Te gustó que te abrazara?
– God. -Hice un gesto hacia el techo.
– Siento que te amo, de veras, nosotras podríamos estar aún más cerca, tal vez porque nuestros signos del horóscopo son compatibles. -Con la mano me indicaba no abrir la boca. -A lo que me refiero es a que tal vez yo pueda ser la agente de tu maravillosa novela.
XVII Entre madre e hija
No deseo que mi joven hija salga y afronte la crueldad de la vida, ella debe permanecer en la sala el mayor tiempo posible.
Sigmund FREUD
Iba sentada, meciéndome, en el segundo piso del colectivo que atravesaba las calles, los edificios, los árboles que conocía tan bien, me bajé en Hongkou. Ese edificio de viviendas de veintidós pisos parecía adormilado bajo los rayos del sol, el color amarillo de las paredes exteriores parecía algo sucio debido a la contaminación de materiales químicos. Mis padres vivían en el último piso. Las calles, los edificios y la gente se veían minúsculos desde la ventana de mi cuarto, la ciudad a vista de pájaro era rica y colorida. Mi casa tenía tanta altura sobre el mar que algunos amigos de mis padres que temían a las alturas ya no los visitaban con frecuencia.
Pero a mí me encantaba la idea de que esas grandiosas construcciones en cualquier momento se podían desplomar. Shangai no está como muchas ciudades de Japón, levantada sobre suelos sísmicos. En Shangai sólo hay memoria de unas pocos y leves temblores. Recuerdo una noche de otoño cuando con los compañeros de la revista cenábamos en un restaurante de la calle Xinle, que cuando apenas empezaron los temblores solté el enorme cangrejo que tenía en las manos y de un solo salto bajé las escaleras. Esperé que mis colegas bajaran, charlamos juntos en voz baja un rato en la puerta y cuando pararon los temblores regresamos al restaurante. Con un enorme aprecio por la vida, comí rápidamente los cangrejos gordos que quedaban en mi plato.
En el ascensor eternamente estaba un anciano con un viejo traje militar apretando los botones. Siempre me imaginaba que cada vez que el ascensor subía un piso, en los cimientos débiles de la ciudad se abría una delgada grieta, que cada vez que el ascensor subía y bajaba Shangai se hundía en el Pacífico 0,0001 milímetros por segundo.
Cuando la puerta se abrió, apareció mi madre con una expresión feliz en la cara, pero se contuvo y como si nada me dijo:
– Dijiste que vendrías a las diez y media, otra vez llegas tarde. -El peinado, que seguramente se hizo en el pequeño salón de belleza de la planta baja del edificio, brillaba por el tratamiento con aceite restaurador que le pusieron.
Apareció mi padre, regordete, con una camisa nueva de la marca Lacoste. En la mano tenía un puro de la marca Corona Imperial. Para mi grata sorpresa me di cuenta de que mi padre después de todos estos años aún era un viejo simpático y atractivo.
Le di un gran abrazo: "Feliz cumpleaños, profesor Ni", sonreía dulcemente mientras sus arrugas se estiraban en la cara. Ese día era su fiesta, dos alegrías juntas llegaron a su puerta, había llegado a los cincuenta y tres años y además, después de encanecerse, finalmente era su primer día como profesor titular. Profesor titular Ni se oye mucho mejor que profesor asociado Ni.