– Es una mujer noble -dijo Mark evadiendo responder la pregunta. Con su mano sostenía la mano de su hijo.
– Todos somos nobles, incluyéndote a ti y a mí -me burlaba. Estos celos no correspondían a las reglas tácitas de la relación que sosteníamos. Estas reglas consistían en mantenerse ecuánime en cualquier situación y no mostrar celos ni sentimentalismos.
Hay un dicho que lo expresa muy bien: "Si te decidiste, hazlo; si lo hiciste, asume las consecuencias".
– ¿Qué piensas?-preguntó.
– Pienso en qué pasa con mi vida. Además pienso… si tú podrías lastimarme -lo miré-, ¿llegará ese día?
No dijo nada. De pronto me invadió una desesperación:
– Bésame -le dije en voz baja, me incliné hacia la mesa. Él dudó un poco sin mostrarlo y luego se acercó a la mesa, estiró el cuello y me estampó en los labios un beso húmedo y ardiente. Justo cuando nos separamos vi a Eva asomarse por la columna, sonreía, tenía en las manos muchas bolsas. Mark en un segundo asumió su postura normal, agarró las bolsas de las manos de su mujer, en alemán que yo no entendía bromeó con ella (pensé que le hizo una broma ya que ella se empezó a reír). Como una extraña miraba su mutua demostración de cariño, luego me despedí.
– Nos vemos el próximo fin de semana para la cena -dijo Eva.
Cuando me subía al ferry en el muelle para cruzar el río, el día se había oscurecido. Nubes grises se amontonaron encima de mi cabeza como un montón de trapos viejos. Sobre el agua turbia amarillenta del río flotaban envases de plástico, fruta podrida, colillas de cigarrillos y otras cosas. Se elevaban pequeñas olas, como la crema de un batido de chocolate, y la luz que se reflejaba en ellas me lastimaba los ojos. Detrás quedaba la zona de los altos edificios amalgamados del distrito financiero de Lujiazui, enfrente se levantaban las arrogantes y grandiosas construcciones del Bund. Un barco mercantil negro y viejo se asomaba a la izquierda, encima flotaba una bandera roja, todo se veía muy extraño.
Respiraba el aire fresco algo ácido mientras veía cada vez más cerca la orilla occidental del río. Tenía una sensación extraña, como si ya hiciera mucho tiempo que hubiera vivido esa imagen, el agua amarillenta, el aire melancólico, los barcos corroídos inclinados acercándose al muelle lejano. Eso es como cuando te acercas a un hombre, como tocar con el alma un nuevo mundo. Cerca, cada vez más cerca, pero tal vez nunca llegas en toda la vida o te acercas sólo para separarte para siempre.
Con mis lentes oscuros crucé la plataforma de acero y entré en la multitud de la calle Zhongshan oriental. De pronto me dieron ganas de llorar, sí, a todos de pronto nos dan ganas de llorar, hasta a Dios.
De repente empezó a llover, pero el sol aún brillaba encima de los edificios, poco a poco el sol escondió su brillo, un fuerte viento empezó a soplar. Me refugié en una oficina de correos, dentro había muchos como yo, escondiéndose de la lluvia. Un olor húmedo y fétido salía de sus cabellos, ropa y zapatos. Me consolaba pensando que aunque aquí apestaba era mucho mejor que en los campamentos de los refugiados en la frontera entre Kosovo y Albania. Las guerras son espantosas, tan pronto recuerdo las miles de desgracias que hay en el mundo me siento mejor. Una mujer joven y guapa como yo que además ha escrito un libro, ¡qué felicidad, qué alegría!
Suspiré y empecé a mirar los diarios en el kiosco. Vi una noticia de Hainan, la policía había logrado resolver el caso del mayor contrabando de coches de lujo desde la fundación de la República Popular, habían agarrado a los cabecillas que eran altos funcionarios en la península Leizhou.
Rápidamente saqué de mi cartera la agenda, tenía que hablarle a Tiantian. Me acordé de que llevaba una semana sin comunicarme con él, el tiempo pasa tan rápido, ya debía de estar por regresar. Dejé el depósito en el mostrador y luego me mandaron a la cabina telefónica número cuatro. Marqué, pasó un rato largo, nadie contestaba, justo cuando iba a colgar oí la voz sin fuerza de Tiantian.
– Ey, soy Cocó, ¿cómo estás? -le dije.
Como si aún no despertara, después de un buen rato contestó: -Ey Cocó.
– ¿Estás enfermo? -me preocupé, su voz no estaba bien, sonaba como si viniera del jurásico, sin fuerzas, incoherente, balbuceaba algo en voz baja.
– ¿Me oyes? Quiero saber cómo estás. -Me puse nerviosa y subí la voz, él no hablaba, sólo respiraba lento y levemente.
– Tiantian, por favor háblame, no dejes que me preocupe. -Un largo silencio como de medio siglo, usé ese lapso para calmarme.
– Te quiero -dijo con voz cavernosa.
– Yo también te amo -le dije-, de verdad, ¿estás enfermo?
– Yo… estoy muy bien.
Mordiéndome los labios, inmersa en mil pensamientos de duda, miraba el vidrio de la cabina lleno de manchas y mugre, la gente al otro lado del vidrio se había dispersado, al parecer había dejado de llover.
– ¿Cuándo vuelves? -grité, pensando que de otra manera no podría atraer su atención, él en cualquier momento podía caer en el sueño y desaparecer del auricular al otro extremo de la línea.
– ¿Podrías ayudarme?… Mándame algo de dinero -dijo en voz baja.
– ¿Qué? ¿El dinero de la tarjeta se te acabó? -Me asusté. En la tarjeta había más de treinta mil yuanes, y aunque Hainan fuera muy caro, a él no le gustan los negocios ni tampoco gastar dinero en mujeres, él era como un bebé envuelto en algodones, sin deseos ni aspiraciones. No gastaba el dinero como agua, seguro que algo estaba pasando. Mi intuición fue presa de una sombra oscura.
– En el cajón del lado derecho del armario está mi libreta de ahorros, es fácil encontrarla -me recordó. De pronto me sentí muy enojada:
– ¿Qué te pasa? Debes decirme dónde gastaste tanto dinero, no me mientas, si confías en mí entonces dímelo. -Silencio. -Si no hablas no te mando el dinero -le dije muy seria para asustarlo.
– Cocó, pienso mucho en ti -balbuceaba. Una ternura oscura me invadió.
– Yo también -le dije en voz baja.
– No me vas a dejar ¿verdad?
– No.
– Aunque tengas otro hombre, no me dejes -me suplicaba, su voluntad era tan débil. Su enorme confusión fluía por el cable telefónico desde el otro extremo.
– ¿Qué tienes Tiantian? -le dije con la voz baja y entrecortada.
Aunque su voz era débil, dijo muchas cosas terribles. Estoy segura de que todo lo oí bien, estaba usando morfina.
Las cosas seguramente ocurrieron así, una tarde Tiantian estaba sentado en un restaurante de comida rápida en una calle, allí se encontró a un conocido, se topó con Lile, ese joven que había conocido en el centro de salud reproductiva de Shangai. Él también había ido a Hainan. Vivía en casa de un pariente donde además trabajaba como ayudante en su pequeño consultorio dental. Tuvieron una conversación muy estimulante y Tiantian, quien ya estaba un poco aburrido, se puso muy contento al encontrar un interlocutor. Lile lo llevó a muchos lugares que él antes no conocía y si los hubiera conocido no se hubiera atrevido a ir solo. Casinos clandestinos, peluquerías oscuras, almacenes abandonados donde seguido había peleas de bandas. A Tiantian no le atraían estos lugares, pero sí le impresionaba ese mundo ancho de ese amigo tan astuto y experimentado.
Lile parecía muy amistoso, pero debajo de su delgada capa afectuosa flotaba una indiferencia ilimitada, y ese era precisamente el tipo de personalidad con la que Tiantian se sentía a gusto. Los dos tenían un par de ojos negros a veces fríos, a veces cálidos, todo lo hacían en silencio, sin hacer alarde. Cuando hablaban, escuchaban o reían sus ojos no reflejaban más que melancolía.
Ellos caminaban hombro a hombro sintiendo la brisa sureña tan relajante, hablaban de Arthur Miller y la generación Beat, sentados en las terrazas contemplaban los atardeceres, sosteniendo un coco fresco sorbían su néctar blanco. En la calle cercana aparecieron unas chicas de tez blanca con mucho maquillaje. Ellas, nada románticas, emprendieron su cacería, en su cara se divisaba una sonrisa falsa, sus narices se contraían descaradamente y sus pechos eran firmes, como rocas prehistóricas.