Ya no tenía hambre, se me fue el apetito, no tenía ganas de nada, sólo tomaba el café a sorbos, que tenía un sabor muy químico, como de aceite para muebles.
Fui al baño, en el espejo vi mi palidez, me acerqué á la taza y oriné parada como los hombres, en los baños públicos siempre hago eso. La taza del baño la usan un sinnúmero de extraños, hay un sinnúmero de fluidos corporales, bacterias, olores, recuerdos, testimonios e historias. Esa taza parecía una mosca enorme y blanca ofreciéndose resignada a las nalgas de todas las mujeres.
De pronto sentí dolor en el vientre, en el papel había una mancha roja, qué desgracia, siempre que salgo de Shangai, invariablemente me viene la menstruación. Especialmente ahora que vine para afrontar un problema de vida o muerte para mi amado y yo, mi cuerpo también afrontaba su propia desgracia.
Los nervios aumentaban los espasmos del útero, el dolor subía en oleadas. La última vez que tuve sexo con Mark creí que quedaría embarazada, hasta pensaba confesarle todo a Tiantian y dejar que el niño naciera, no importaría de quién era el bebé con tal de que en ella (o él) fluya la sangre del amor, con tal de que su sonrisa pudiera iluminar el cielo, hacer que los pájaros canten al unísono, dispersar la bruma y la tristeza, con tal de que…
El dolor me dio frío, arranqué todo el papel del rollo e hice una gruesa toalla y la puse dentro de la bombacha, con la esperanza de que el papel estuviera desinfectado, y entonces sólo necesitaba un gran vaso de agua caliente y unas compresas calientes en mi vientre.
Mi mamá siempre me dijo que en la mayoría de las mujeres esa molestia mensual desaparece después de tener hijos, ya que su útero se distiende. Si no quiero tener hijos entonces me dolerá toda la vida. Si la menopausia me llega a los cincuenta y cinco aún me faltan treinta años, cada año doce veces… La cabeza me daba vueltas, en aquel entonces estaba más nerviosa que un gato enfermo. Zhusha también padecía ese problema, pero no tan fuerte. Comparando, Madonna era el caso más extremo. Había muchas razones por las cuales los hombres la dejaban pero una de ellas era su humor insoportable durante siete días cada mes. Su tiranía y su debilidad los sofocaban a ella y a ellos. Por ejemplo, mandaba al novio a comprar pastillas para el dolor y toallas sanitarias; cuando regresaba, ya sea porque tardó mucho o porque no compró la marca de su preferencia, ella explotaba tirando ropa y cosas al suelo. Perdía la memoria y comenzaba a contradecirse, entonces cancelaba todas las reuniones, fiestas, planes. Nadie podía reírse frente a ella, ni tampoco estar en silencio. Si estaba violenta y su novio estaba detrás, empezaba a gritar. Todas las noches tenía pesadillas, soñaba con unos hombres malos que había conocido cuando trabajaba en Guangzhou. Ellos metían las manos en su útero y le sacaban un aparato que era un tesoro valiosísimo. Gritaba desesperada y al despertar se daba cuenta de que la toalla estaba empapada, que había manchado las sábanas, el colchón y hasta los calzoncillos de su novio. Se levantaba al baño para lavarse, se sentaba en el inodoro para cambiarse la toalla y, claro, así los novios no la aguantaban más.
La menstruación es una carga física y psicológica para las mujeres. Se ha hablado mucho al respecto en películas y libros. Esos medios dicen que cuando el período deja de llegar, la vida de las mujeres da un gran giro, eso se ha exagerado mucho de una manera estúpida. Pero eso a las feministas les da un argumento más o menos importante para continuamente preguntarles a los hombres: "¿Es justo? ¿Cuándo llegará la verdadera emancipación de la mujer?"
Con un amasijo de papel higiénico entre las piernas caminaba de manera muy chistosa, como un bebé con pañal. Ya había perdido el control sobre los acontecimientos venideros. Quería ver de inmediato a mi amado, pensaba en ese amor nuestro que llegaba hasta los huesos, que penetraba hasta la médula a la hora de abrazarnos y fundirnos. Este amor que desde un corazón penetraba en el otro corazón no tenía nada que ver con el deseo sexual, era como un tipo de locura producto de una reacción química entre el afecto filial y el amor, y producto también de un incomprensible encantamiento divino.
Tomaba taza tras taza de café mientras me apretaba el vientre con la mano izquierda, cuando por la ventana vi una sombra conocida.
Me paré y con grandes pasos salí por la puerta de vidrio. Mientras cruzaba la calle, grité su nombre. Se detuvo, se dio vuelta y un buen rato nos miramos sonriendo. No había otra elección, sólo podíamos sumirnos en la compasión y la tristeza que nacía de nuestro profundo amor y atrapaba nuevamente al otro. Nos abrazamos, nos besamos en la boca, hasta sangrar. El amor existía desde el principio, así como la muerte existía en oposición. Escuché el sonido de su garganta, mi vientre se entibió, el dolor disminuyó, y yo comprendí que ambos ansiábamos nuestra última gota de felicidad, como desde adentro de un capullo.
Ya no había otra opción.
A la noche lo acompañé al consultorio dental donde trabajaba Lile.
Para mí, era un lugar tenebroso, sucio, enfermo, frío como un caparazón metálico. Lile seguía flaco, como si algún accidente hubiera interrumpido su desarrollo. Todo el tiempo mantuve la boca cerrada, reconozco que tenía miedo pero ya había accedido a acompañar a Tiantian al campo de juego de una escuela primaria, donde tendría lugar una transacción ilícita. Y a cambio de eso, Tiantian regresaría conmigo a Shangai al día siguiente e iría a un centro de rehabilitación de la Oficina de Seguridad Pública. Le dije que esa era la única manera, que necesitaba verlo bien para poder cuidarnos para siempre.
Tiantian y yo estábamos tomados de la mano, mi otra mano estaba en el bolsillo del pantalón sosteniendo el dinero. Nuevamente sentí dolor de vientre, un tampón OB tapaba bien mi cuerpo, como una compuerta, era una falsa sensación de protección.
Entramos por una puerta pequeña sin vigilancia, vi el campo de juego con una pista oval de carreras, también había un pequeño gimnasio, una cancha de tenis y de básquet. Nos ubicamos en una sombra oscura al lado del muro que rodeaba el lugar.
Tiantian me abrazaba suavemente, con un pañuelo sucio me limpió el sudor de la frente. Sin importar dónde ni cómo, Tiantian siempre llevaba un pañuelo, en ese aspecto parecía un niño bueno o de familia noble.
– ¿Te duele mucho? -Me miraba con cariño, negué con la cabeza y me recosté en su hombro. La luz de la luna dejaba en su frente una profunda sombra oscura, había adelgazado, tenía unas ojeras moradas verdosas. No podía observar por mucho tiempo esa cara, si lo hacía me hundiría en llanto, me sentiría desamparada.
Aparecieron dos sombras vestidas de jeans y anteojos oscuros. Nuestras manos agarradas de pronto se enfriaron.
Lile los alcanzó, les dijo algo en voz baja y ellos se dirigieron hacia nosotros. Yo estaba en cuclillas en una esquina, sosteniendo el aliento, tratando de calmarme sin moverme. Tiantian se levantó, con el dinero que yo le había dado en la mano.
El hombre me miró y preguntó:
– ¿Y el dinero?
Tiantian estiró la mano y se lo dio. El hombre lo contó y sonrió:
– Quitando la deuda de la vez pasada, sólo te puedo dar esto. Mientras hablaba, rápidamente puso una cosa en las manos de Tiantian, quien de inmediato la escondió en la media izquierda.
– Gracias -dijo en voz baja, me agarró-, vámonos.