Dejé los adornos y el arte de decir mentiras, decidí apegarme totalmente a la realidad y mostrar mi vida ante el público. No necesité gran valentía, fue suficiente con seguir esa fuerza misteriosa que emergía de la oscuridad y con deleitarme escribiendo y listo. No tenía que aparentar inocencia ni tampoco crueldad. De ese modo descubría mi verdadera existencia, enfrentaba los temores a la soledad, la pobreza, la muerte y otras cosas horribles.
Con frecuencia me quedaba dormida encima del borrador, y me despertaba con la cara inflamada. En algunas ocasiones, cuando la aguja plateada del reloj de pared señalaba las doce, empezaba a oír un sonido. Era un sonido recurrente, parecía el ronquido del vecino, un obrero reparador de maquinaria, también parecía el ruido de alguna lejana grúa de una construcción y también parecía el ruido de la heladera de mi cocina.
Varias veces, cuando perdía la paciencia, soltaba la pluma y me iba silenciosamente a la cocina, abría la heladera, esperando encontrar un tigre escondido, que se me echara encima, tapara mi boca y nariz con su pelo dorado, me asfixiara y luego sin la menor vacilación me violara.
En realidad, en ese encierro inexplicable descubrí el Tao, me iluminé. El paraíso es así, eres libre y sin preocupaciones. No hay hombres que se fijen en tu ropa o en tu peinado, ni nadie que critique el tamaño de tus pechos ni el tipo de mirada que tienes. No hay reuniones sociales a las que hay que correr, ni policías que te refrenen las locuras, ni jefes que supervisen tus adelantos en el trabajo, ni una distinción clara entre la oscuridad de la noche y lo brillante del día, y tampoco hay nadie que venga a aprovecharse de tus sentimientos.
Mi propia novela me hipnotizó. Para describir con mucha precisión una escena tórrida de mi novela intenté escribir desnuda. Muchos creen que entre el cuerpo y la mente existe una relación inevitable. El poeta norteamericano Theodore Roethke se ponía y se quitaba la ropa frente a un espejo en su vieja casona para sentir continuamente la inspiración que venía de su cuerpo desnudo bailando. Quién sabe si esa historia es cierta o no, pero yo siempre he creído que escribir tiene una íntima relación con el cuerpo. Cuando me siento corporalmente plena, las oraciones que escribo son cortas y precisas, cuando estoy flaca, a punto de desaparecer, las oraciones de mi novela son larguísimas como algas marinas suaves y sedosas. Rompí los límites de mi propio cuerpo, pretendí llegar lo antes posible hasta el cielo e incluso hasta el universo, para escribir una cosa elegante y grandiosa. Tal vez eso sea como el lema de Dios, pero yo me esforcé por hacerlo.
En mi novela aparece una pareja abrazada mientras el fuego se expande por el cuarto, ellos saben que jamás saldrán de allí, el fuego había sellado todas las puertas y ventanas, por lo que lo único que les quedaba era hacer enloquecidamente el amor. Esa historia me la contó alguno de mis múltiples ex novios, sucedió cerca de su casa.
Cuando levantaron a esos amantes de las cenizas, estaban fuertemente abrazados, el cuerpo calcinado de uno estaba metido en el cuerpo del otro, no había manera de separarlos. El chico y la chica no llegaban a los veinte años, eran estudiantes de una importante universidad de esta ciudad, justo era una noche de fin de semana, los padres de la chica habían ido, como cada fin de semana, a la ópera en el teatro Tian Chan. El chico había ido a la casa de la chica, ellos siempre veían juntos la televisión, oían música, charlaban, claro que como cualquier pareja de jóvenes se tocaban tiernamente. De pronto el fuego empezó a crecer desde la cocina común de los pisos de abajo, se dispersó fácilmente en esa casa con estructura de madera, además el viento aquella noche era muy fuerte, no se dieron cuenta del peligro hasta el momento en que el aire en la habitación empezó a arder. Sabían que ya no era posible salir de allí, el fuego había sellado todas las ventanas y salidas. Sólo les quedó una cosa, hacer el amor locamente en medio de las llamas. Mi nariz de veras que logró percibir ese olor a quemado, al aire caliente y seco de la desesperación.
Dejé la lapicera y me puse a pensar, si mi amado y yo hubiéramos estado en esa habitación ¿qué hubiéramos hecho? Sin lugar a dudas lo mismo, ya que no había otra elección.
Sólo con ese lazo tan profundo se puede enfrentar el miedo insondable ante la inminencia de la muerte. La única de las teorías de Freud en la que yo creo verdaderamente es en la de la relación misteriosa entre el instinto de vida y el instinto de muerte.
Recuerdo cuando Madonna en aquella fiesta en el jardín me preguntó: "¿Si en 1999 las predicciones de Nostradamus sobre el fin del mundo se cumplen, qué sería lo último que harías?", y ella misma se respondió: "Coger, claro".
Mi mano derecha aún sostenía la lapicera, la izquierda se deslizó hacia mi sexo, allí ya estaba mojado, parecía una medusa resbalosa e hinchada, metí un dedo, luego el otro, si los dedos tuvieran ojos o algún otro instrumento científico, podrían descubrir allí un mundo rosado, bello y carnoso. Los vasos sanguíneos hinchados pulsaban delicadamente en las paredes interiores de la vagina. Durante miles de años el jardín misterioso de la mujer ha estado esperando ser invadido por el sexo opuesto, ha esperado el goce primario, ha esperado la esencia traída por una batalla, para que luego en ese palacio rosado y regordete se desarrolle una pequeña nueva vida que continuará, ¿es así?
Me satisfice con entusiasmo y algo de asco, sí, siempre da algo de asco. Otros usan la pérdida de las familias o del hogar, o el terminar la vida en la mendicidad para inspirarse y escribir una obra maestra, en mi caso me rocié de perfume Opium y me encerré durante siete días y siete noches con el sonido devastador de Marilyn Manson y me di el placer de lanzarme hacia la victoria.
Tal vez ésa sea mi última novela, ya que sentía que simplemente no lograba hacer nada que valiera la pena, la desgracia se avecinaba, sí, los padres que me parieron y me criaron se avergonzaban de mí, y mi amante indefenso como una mariposa había perdido la fe en mí.
Después de siete días una llamada telefónica me sacó a la superficie. Ese día los rayos del sol eran muy brillantes, el viento traía el fresco olor de los pensamientos y las orquídeas del cercano parque Changfeng. La editora Deng me dio una noticia extraordinaria, mi antología anterior se publicaría en su segunda edición para su distribución como parte de una serie llamada "Aires de la ciudad".
– ¿Cuántos ejemplares se van a tirar? -dije lentamente, palabra por palabra, en siete días no había hablado con nadie, así que mi lengua estaba un poco torpe.
– Planeamos diez mil, claro, no son muchos, pero tú sabes que el mercado no está muy bien debido a la crisis del sudeste asiático. Bueno, a decir verdad, diez mil no está mal, la editorial al principio dudó pero les dije que la primera edición de tu libro se agotó en apenas unos días… -Sonreía con humildad, obligándome a expresarle agradecimiento.
– ¿Los derechos de autor aún son pagos fijos? -pregunté ya más despierta, como cuando se abre una ventana y entran juntos el bullicio, el ruido, el caos, el bacilo de la tuberculosis, el colibacilo. Ese desorden caótico avivó mi cerebro, me alejé por un tiempo de la cárcel de mi novela, conseguí libertad temporal.
– Vamos a fijar una reunión para vernos, algunos amigos de librerías quieren conocerte -Deng hablaba con voz suave-. Supieron por mí que estás escribiendo una novela larga, quieren hablar contigo para ver si pueden hacer algo juntos, siento que es una excelente oportunidad ¿qué te parece?