Después de la cena el Padrino me preguntó dónde vivía para llevarme a mi casa. No soy una tonta, me di cuenta de lo que pretendía, pero no, las cosas habían cambiado, y especialmente esa noche yo tenía ganas de estar sola, aunque él aún era muy atractivo.
Nos dimos un abrazo y nos despedimos. Nos pusimos de acuerdo para que cuando termine la novela le informara.
– Me encantó volver a verte y me arrepiento mucho de no haberte cortejado en Fudan -me susurró al oído medio en serio y medio en broma.
Caminé sola despacio en la noche por la calle Huai-hai. Hacía tiempo que no caminaba así sola, poco a poco empecé a sentir calor por todo el cuerpo, después de todo apenas tenía veinticinco años, muy joven, parecía una tarjeta de crédito con un crédito muy alto, todo se podía gastar de una sola vez y cuando llegase el resumen mensual, se salda la cuenta y listo. Los innumerables focos de neón de la calle no robaban más miradas que yo, ni siquiera el cajero automático poseía mi fortuna.
Caminé hasta la estación de subte de los grandes almacenes Parkson. Abajo había una gran librería independiente, Monzón, famosa por tener una gran selección de obras y jamás hacer descuentos. Di una vuelta sin meta ni propósito, me paré un rato frente al estante de libros de astrología y adivinación, en un libro decía que las nacidas el 3 de enero tenían un atractivo extraordinario, las llamaban "señoritas de piernas hermosas", tenían enorme capacidad de recuperación física y espiritual y además predecía que el año 2000 era su año de suerte y gran cosecha. No sonaba nada mal.
Me dirigí hacia la cabina fotográfica PhotoMe de la estación, es una cabina sin vigilancia. En el departamento de Mark hay una hilera de bonitas fotos vanguardistas que él se tomó solo en una PhotoMe, entre las fotos hay cuatro retratos diferentes donde está desnudo de la cintura para arriba en diversas poses, parado, en cuclillas, y de uno y otro perfil. En cada foto había alguna parte de su cuerpo, la cabeza, el pecho, el estómago, las piernas, al ver todas las fotos juntas se produce un efecto visual muy excitante, parece un robot o un cuerpo cortado a pedazos por una navaja. También hay una serie de fotos que Mark denominó "Orangután". Tomó muchas fotos de sus brazos y otras tantas de su torso, cuando se unen estas imágenes en la parte superior del cuerpo parece una imagen de Tarzán. Si Michael Jordan, la estrella de la NBA, viera estos brazos tan largos y tan sexys se pondría a suspirar. Recuerdo que cuando por primera vez hicimos el amor en el departamento de Mark, esas fotos me excitaron mucho.
Puse suficiente dinero en la pequeña hendidura, después de cuatro disparos y cinco minutos de espera recibí las cuatro fotos unidas en hilera. La cara en las fotos expresaba respectivamente tristeza, enojo, alegría, indiferencia, por un momento me costó trabajo distinguir quién era la chica ante mis ojos, ¿por qué expresaba sentimientos tan diversos como tristeza, alegría, enojo, desdén? ¿en qué esquina del mundo vive? ¿qué tipo de personas se relacionan con ella? ¿de qué vive?
Al cabo de cinco segundos regresé a mis cabales, como si hubiera liberado mi alma y de pronto hubiera regresado a mi cráneo. Miré las fotos instantáneas y con cuidado las puse en mi bolso.
Miré el redondo reloj electrónico que colgaba en la estación, eran las diez y media. Pero yo aún no tenía sueño, aún faltaba media hora para que pasara el último tren. Compré un boleto simple en la expendedora automática. Metí el boleto en la ranura de la máquina, del agujero del medio salió un comprobante verde. Los barrotes automáticos se aflojaron, bajé, en la hilera de sillas rojas de plástico encontré una no tan sucia y me senté.
Podía dormitar y también podía observar a la gente extraña. En una ocasión escribí un cuento corto titulado "Los amantes del subte". Se trataba de una bonita mujer un poco flaca y pálida que siempre en la Plaza del Pueblo, al tomar el último tren del subte, encontraba a un hombre de negocios impecablemente vestido que olía a cigarros, a perfume y a aire acondicionado. Nunca se hablaron pero entre ellos ya había sentimientos tácitos, cuando uno de ellos no aparecía, el otro se sentía inexplicablemente triste y desilusionado. Hasta que un día frío que el piso del vagón estaba mojado y resbaloso por la nieve, en un violento frenazo la mujer cayó en los brazos del hombre. Ellos se abrazaron fuerte, la gente de alrededor no notó nada fuera de lo común, todo sucedía con mucha naturalidad, el hombre no bajó en la estación de siempre. Él y la mujer se bajaron juntos en la última parada. En el oscuro andén él la besó y luego como un verdadero caballero le deseó buenas noches y desapareció. Cuando pensé el final de este cuento dudé mucho, no sabía qué le iba a gustar más al lector, si era mejor que no tuvieran intimidad desde el principio hasta el fin o era mejor que se acostaran como verdaderos amantes.
Cuando el cuento se publicó en una revista de moda tuvo una gran respuesta entre los trabajadores de cuello blanco. Mi prima Zhusha, de parte de muchos de sus colegas, me expresó su insatisfacción con el eclecticismo de ese final sin compromiso.
– O los hubieras dejado así sin ningún contacto o hubieras sacado de plano todos los sentimientos, pero él la besó y luego cortésmente se despidió y la dejó, ¿qué es eso? Es como rascarse sobre el zapato, ni claro ni oscuro, así no se puede. Uno se imagina que, después de separarse, ellos dos, cada uno en su cama, se revuelcan toda la noche sin poder dormir. Todos los cuentos de amor en la actualidad son decepcionantes.
En ese entonces Zhusha aún no se había divorciado de su ex marido, pero ya estaban en una situación embarazosa, pendían en el vacío sin encontrar un solo lugar en donde aterrizar. Su ex marido había sido su compañero de la universidad. En todos esos años se conocieron tanto y tan bien que entre ellos no había la más mínima sorpresa, eran como la mano izquierda y la derecha.
Zhusha, al igual que todas las mujeres ejecutivas, esconde su corazón sensible y rico debajo de un caparazón de seriedad y serenidad. Ellas siempre son muy responsables con su trabajo, no sueltan ni un hilo, en su vida privada tienen grandes expectativas. Se esfuerzan por alcanzar el modelo de mujer moderna e independiente, reflejan seguridad, autoconfianza, tienen dinero y son atractivas. Tienen muchas más posibilidades de elegir, reivindican la frase de Andy Lau en el comercial de Ericsson, "todo al alcance de la mano" y también se identifican con la imagen de una ejecutiva en el comercial de De Beers que con un anillo de diamantes en su mano sonríe con plena confianza en sí misma mientras una voz masculina dice "La autoconfianza resplandece, el atractivo brilla".
El último tren se acercaba al andén. Cuando entraba en el vagón, percibí un delicioso olor a hombre. Era el perfume que había descrito en el cuento "Los amantes del subte", "de su cuerpo emanaba un olor a tabaco, a agua de colonia, a aire acondicionado, a cuerpo, ese aroma embriagador le produjo a ella un leve mareo". Sin contenerme miré hacia todos lados y pensé ¿y qué tal si el personaje del cuento se le aparece a la escritora? Pero jamás pude determinar de cuál de los hombres venía ese delicioso aroma. Dejé a un lado esa fantasía romántica, y experimenté profundamente la belleza y el misterio, suave y delicado, que flota en todas partes de esta ciudad, especialmente por la noche.
XXIII La madre que lleg ó de España