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– Pero ella ya volvió. -Me senté a su lado mirándolo fijamente, mientras él miraba fijamente el techo.

– Entiendo cómo te sientes, no le debes tener miedo a esta situación complicada, no debes sentir odio, ni escapar, ahora hay que encarar a tu madre, afrontar todo lo que va a pasar, eso es lo que debes hacer.

– Ella nunca me quiso, no sé quién es ella, sólo es una mujer que cada tanto me envía dinero, y para ella enviarme dinero es disculparse, es una manera de disminuir su sentimiento de culpa. De cualquier manera, ella sólo se ama a sí misma, sólo le interesa su vida.

– Si la quieres o no, no me importa ni me interesa, sólo me importa una cosa, tú no eres feliz, y eso tiene que ver mucho con tu madre. Mientras más pronto pongas en orden tu relación con ella, más pronto yo podré verte feliz. -Mientras hablaba me colgué de él y lo abracé:

– Te lo suplico, quítate de encima todas las cadenas, y como una crisálida que rompe el capullo, conviértete en una hermosa mariposa. Quiérete a ti mismo, ayúdate.

Silencio. En el cuarto había una profundidad extraña, como una llanura amplia, nos abrazábamos cada vez más fuerte, nuestros cuerpos eran cada vez más livianos y pequeños hasta que nuestros cerebros fueron invadidos por pequeños capullos de flores.

Luego lentamente hicimos el amor, de esa manera nuestra, que no es plena pero que nada la puede sustituir, su vientre blanco y liso casi podía reflejar como un vidrio mis labios, sus vellos púbicos suaves como hierba despedían un olor cálido y dulce como el de un animalito (por ejemplo, un Conejo que era su signo del horóscopo). Usé mi otra mano para acariciarme, poco a poco sentí cómo esa parte se me ponía inflamada y caliente. Donde mis labios y mis dedos pasaban, pequeñas chispas secretas, azuladas, se encendían. Todo era besos, llenos de saliva, llenos de ternura; el caos, el vacío, el arrepentimiento, el miedo, fueron empujados a un lugar lejano. No creo haber besado antes de una manera tan enloquecida, simplemente no pensaba.

Sólo sabía que él era la felicidad que había perdido y acababa de recuperar, era la chispa que encendía el fuego de mi vida, era mi esfuerzo de autoexpresarme, era el dulce y el dolor inefables, era una bella rosa inaccesible que la alquimia hacía renacer de un antiguo jardín persa.

Cuando él se rindió yo llegué al orgasmo, saqué mi dedo húmedo, caliente y lleno de líquidos y lo acerqué a mis labios. Olí mi propio olor, él mordió mis dedos y los chupó:

– Es dulce, huele un poco a almizcle, sabe a sopa de pato con anís y canela. -Suspiró, se dio vuelta y no tardó en dormirse profundamente, con una de sus manos apretaba fuerte la mía.

A las siete treinta de la noche Tiantian y yo llegamos al Hotel de la Paz en el Bund. En el iluminado hall del hotel nos esperaban ansiosos Connie y su esposo.

Connie estaba impecablemente vestida, llevaba un qipao rojo con bordados dorados, tacos muy altos, un maquillaje pesado y elaborado, tenía el aspecto de una actriz china de Hollywood de los años cincuenta o sesenta. Al ver a Tiantian empezó a llorar, estiró sus dos manos hacia Tiantian pero él se retiró, el español se le acercó un paso y ella se refugió en su pecho, limpiando sus lágrimas con un pañuelo.

Pronto recuperó su compostura y esbozando una sonrisa le dijo a Tiantian:

– Jamás me imaginé que estabas tan delgado y buen mozo. De veras que… estoy muy feliz, eh, déjenme presentarlos. -Agarrando la mano de su esposo se nos acercó un paso. -El es mi esposo Juan -mirándolo-. Ellos Tiantian y Cocó.

– Seguramente que todos tenemos hambre, vamos a cenar-dijo Juan en inglés con fuerte acento español. Tenía la apariencia típica de un torero, unos cuarenta años, alto, fuerte, guapo, pelo color castaño, ojos café claro, nariz grande. Debajo de sus gruesos labios tenía una hendidura que sólo los extranjeros tienen, que parece esculpida con navaja y hace que el mentón se vea fuerte y sexy. Daba la impresión de que él y Connie se llevaban muy bien, eran una versión en edad mediana del cuento "La bella y el príncipe", aunque tal vez en este caso la bella era tres o cuatro años mayor que el príncipe.

Tomamos un taxi para ir a la calle Hengshan, en el camino nadie habló. Tiantian estaba sentado atrás entre Connie y yo. Estaba duro como el plomo.

Juan de vez en cuando murmuraba algo en español, probablemente sobre el bello paisaje nocturno de la ciudad fuera de la ventana. Era su primera visita a China, en su pequeño pueblo de España sólo en las películas de Zhang Yimou y Chen Kaige habría visto una mujer china sufriendo y a un hombre chino vestido en traje tradicional. Seguramente que su esposa china le contaba muy poco de su tierra natal, por lo tanto este hermoso Shangai ante sus ojos estaba a miles de kilómetros de lo que él esperaba ver.

Atravesamos un pequeño callejón, caminamos unos minutos entre iluminados muros cubiertos de hiedra, llegamos frente a varias casas antiguas estilo europeo, y entramos al jardín señalado por un anuncio luminoso del restaurante chino La Cocina de los Yang. La decoración era discreta, además los platos eran caseros y sabrosos. Yo no entendía cómo era que Connie con apenas unos pocos días de estar en Shangai sabía de este restaurante tan escondido en medio de estas callejuelas. De cualquier manera era un buen lugar para comer y charlar tranquilamente.

Connie me pidió ordenar la comida. El dueño, un taiwanés, se acercó y se saludaron con Connie como si ambos se conocieran muy bien. Juan mencionó en su escaso chino dos platos que no quería comer, "patas de pollo" y "tripas de cerdo". Aclaró que no quería comer estas dos cosas, ya que apenas llegado a Shangai las probó y toda la noche tuvo diarrea. Connie añadió:

– Además lo llevé al hospital Huashan para que lo trataran, tal vez como estaba recién llegado aún no se adaptaba al clima y los cambios, y quizá no tenía nada que ver con las patas de pollo y las tripas de cerdo.

Tiantian estaba sentado a mi lado en silencio, fumando aturdido, no oía ni interfería en la conversación, de hecho no había sido nada fácil que aceptara salir a cenar con su propia madre esa noche, así que no debía forzarlo para que sonriera o estallara en lágrimas.

La cena transcurrió muy lentamente, Connie todo el tiempo recordaba su embarazo de Tiantian, su nacimiento y los momentos memorables hasta que cumplió trece años. Se acordaba perfectamente de cada detalle y episodio y los narraba uno a uno como si fueran un tesoro familiar:

– Cuando estaba embarazada con frecuencia me sentaba en la cabecera de la cama y miraba un calendario que tenía la foto de una niña extranjera que jugaba con una pelota en el pasto, sentía que aquella niña era muy hermosa, y pensaba que yo también iba a tener un bebé muy hermoso, naturalmente unos días después en el hospital tuve un hermoso tesoro, aunque era niño, pero sus facciones eran tan delicadas…

Mientras hablaba observaba a Tiantian, él sin ninguna expresión en los ojos pelaba un camarón. Ella en español le resumía al marido lo que acababa de decir. Juan con cara de aprobación me decía:

– De veras es muy hermoso, parece una muchacha. -Yo sin afirmar ni negar tomaba lentamente mi vino.

– Cuando Tiantian tenía cinco o seis años, ya pintaba, pintó un cuadro llamado Mamá teje un suéter en el sillón, era muy interesante, en el ovillo a su lado estaban pintados un par de ojos de gato, la mamá tejía con cuatro manos, él siempre me preguntaba cómo podía tejer y ver la televisión al mismo tiempo, además de tejer tan rápido… -La voz de Connie era baja, pero su risa resonaba fuerte, como si alguien le ordenara reír así de fuerte.

– Sólo pinté a mi padre reparando la bicicleta -dijo Tiantian con frialdad.

Lo miré sorprendida y extendiendo mis manos tomé las suyas, estaban algo frías; de pronto un silencio se apoderó de la escena, parecía que hasta Juan había entendido las palabras de Tiantian. Las palabras de Tiantian rompieron un tabú que nadie hubiera querido romper, todo lo referente a su padre difunto era delicado y triste.