– No pienses demasiado en eso -me dijo en voz baja.
– Cuántas estrellas, qué belleza. -Levanté la cara y miré las estrellas. Las estrellas en el vacío profundo y helado parecían pequeñas heridas de las que brotaba sangre plateada, si tuviera alas, volaría hasta allá y besaría cada una de esas heridas. Cada encuentro sexual con Mark me proporcionaba esa sensación de elevamiento acompañada de un leve dolor.
Quería creer que el cuerpo y el corazón de una mujer se pueden separar, si los hombres pueden lograrlo ¿por qué las mujeres no? Pero en realidad me di cuenta de que cada vez pensaba más en Mark, en esos momentos mortales y maravillosos que pasamos juntos.
Zhusha y Dick se despidieron y se fueron. Antes de partir, Zhusha se acercó a Johnson y se despidió agradeciendo la rosa que él le había ofrecido. Johnson no estaba muy contento, se había peleado con el serbio y ahora la hermosa Zhusha se despedía. Madonna lo agarró y le sugirió ir al balcón para ver las estrellas.
Esa noche reinó el caos, un desorden fuera de control. A las tres de la madrugada Fei Pingguo se llevó al serbio a su hotel, el Nuevo Jinjiang. El Padrino, la Araña y sus amigos se revolcaban con las modelos en el otro cuarto. Madonna, Tiantian y yo dormimos en la cama de nuestra habitación, Johnson se durmió en el sillón.
A las cinco de la madrugada me despertaron los ruidos de varias personas al mismo tiempo. En el cuarto de al lado una mujer gritaba histérica como las lechuzas que aúllan en los techos durante la noche. Madonna se había pasado al sillón, su delgado cuerpo desnudo se enredó alrededor de Johnson como una gran serpiente blanca. Tenía en su mano derecha un cigarrillo, e inhalaba una pitada ocasional mientras envolvía a Johnson.
Los miré fijamente por un rato, ella de veras que era increíble, era muy especial. Cambió de posición, y al darse cuenta de que la miraba me mandó un beso como diciendo que si quería podía unirme. Tiantian de pronto me abrazó con fuerza, él también estaba despierto. En el aire flotaba un olor a adrenalina, a cigarro, a vino y a sudor, suficiente como para asfixiar a la gata.
En el aparato de música todo el tiempo sonaba la misma canción, Green Light, nadie podía dormir, Tiantian y yo nos besábamos en silencio, nos besábamos profundamente sin parar, cuando acabaron los suspiros de Madonna y Johnson nosotros nos dormimos abrazados.
Cuando nos despertamos aquél mediodía todos habían desaparecido sin dejar ni un rastro, ni una nota. En el suelo, en la mesa, en el sillón había restos de comida, de cenizas, cajas de anticonceptivos vacías, toallas de papel sucias, un zoquete apestoso y una bombacha negra. Una escena de horror.
La fiesta 1+1+1 había diluido mi lamentable estado de ánimo, además, como dice el dicho, todo lo que llega a su extremo inevitablemente regresa a su opuesto, así que tiré la basura, limpié la casa y me preparé para iniciar de nuevo mi vida.
Luego de pronto descubrí que nuevamente podía escribir, esa fuerza mágica sin forma ni cuerpo para manejar el lenguaje, ¡gracias a Dios!, había regresado nuevamente a mí.
Toda mi atención se enfocó en el final de la novela. Tiantian seguía en el cuarto contiguo solo y feliz, para matar el tiempo iba a casa de Madonna a jugar en la computadora o a dar vueltas en el coche de ella. La cocina nuevamente estaba sucia y decepcionantemente vacía, ya no ensayábamos nuevas recetas. El nuevo repartidor del restaurante Pequeño Sichuan llegaba puntualmente con la comida, Ding, el anterior repartidor, ya no estaba, había renunciado. Me hubiera gustado saber si él de veras se había dedicado a escribir como quería, pero el nuevo repartidor no sabía nada de eso.
XXVII El caos
Entre el azul marino y el demonio estoy yo.
Billy Bragg
Es fatal para un escritor pensar siempre a partir de su género. Es terrible ser simplemente un hombre o una mujer.
Virginia Woolf
Una llamada telefónica inesperada, mi madre se había roto la pierna izquierda. Por un problema con la electricidad el ascensor no funcionaba, bajó por las escaleras y se cayó. Me quedé como atontada por un rato, luego rápidamente me arreglé un poco y fui en taxi a casa. Mi padre estaba en la universidad impartiendo clases, la empleada atareada caminaba de un lado a otro, aparte de eso la casa estaba tan silenciosa que podía oír el zumbido de mis oídos.
Mi madre estaba acostada con los ojos cerrados. En su cara flaca y pálida había un brillo viejo y falso, como el brillo de los muebles de la habitación. Sobre el hueso roto del tobillo izquierdo ya tenía una gruesa capa de yeso. Entré silenciosa y me senté en la silla al lado de la cama.
Abrió los ojos:
– Llegaste -dijo simplemente.
– ¿Te duele mucho? -yo también pregunté simplemente. Estiró la mano, acarició mis dedos, la mitad del esmalte de colores ya se había caído, mis uñas se veían muy raras.
Suspiró profundamente:
– ¿Cómo va tu novela?
– No va, todos los días escribo un poco, ¿quién sabe si le va a gustar a la gente?
– Si vas a ser escritora no debes preocuparte por esas cosas…
Era la primera vez que hablaba conmigo de mi novela en ese tono. La miraba sin palabras, quería apoyarme en ella y abrazarla, quería decirle que la quería mucho, que la necesitaba mucho aunque sólo fuera para consolarme, que así me proporcionaba tranquilidad y fuerza.
– ¿Qué quieres comer? -finalmente le pregunté sin moverme ni estirar las manos para abrazarla, sentada a su lado.
Ella movió la cabeza:
– ¿Y tu novio? -Ella nunca supo que Tiantian estuvo en el centro de rehabilitación.
– Ha pintado muchos cuadros, cuadros muy bonitos, tal vez los usaré para mi libro.
– ¿No podrías venirte unos días aquí… aunque sea una semana?
Sonreí:
– Está bien, al fin y al cabo mi cama está en el mismo lugar.
La empleada me ayudó a arreglar mi cuarto, desde que Zhusha se mudó el cuarto había estado vacío. En la estantería había un dedo de polvo, el orangután de pelos largos aún estaba en el último piso de la estantería. Los rayos del sol poniente atravesaban la ventana, el cuarto se llenó de un color cálido.
Me acosté un rato en la cama y tuve un sueño. Soñé que iba y venía de un lado al otro de la calle en una vieja bicicleta que tenía cuando iba a la secundaria. En el camino vi a mucha gente conocida. Luego, en un cruce, un camión negro venía hacia mí. De pronto, del camión saltaron varios enmascarados. El jefe con un teléfono celular color rosa les ordenó a los otros echarme a mí y a mi bicicleta en el camión. Ellos ponían una linterna en mis ojos y me obligaban a revelarles el escondite de un personaje muy importante. ¿Dónde está el general? -Ellos imperiosos me miraban -Habla rápido, ¿dónde está el general?
– No sé.
– No mientas, es en vano que mientas, mira el anillo de tu dedo, una mujer que ni siquiera sabe dónde está su propio marido no merece vivir.
Incrédula miré mi mano izquierda y de veras en el dedo anular tenía un suntuoso anillo de diamantes.
Desesperada levanté los brazos:
– De veras no sé, aunque me maten, no sé.
Desperté, papá ya había regresado de la universidad. Para no despertarme, en la casa reinaba el silencio, pero por el olor a puro que venía del balcón supe que mi padre había regresado y que ya era hora de cenar.
Me levanté y fui al balcón a saludar a papá. Se había puesto ropa cómoda, con la luz del crepúsculo vi su panza gordita, sus cabellos blancos danzando con el viento suave, callado me miró un rato:
– ¿Estabas dormida? -Asentí con la cabeza esbozando una sonrisa.
– Ahora estoy muy bien, podemos ir a la montaña a cazar tigres.
– Está bien, vamos a comer -me abrazó y entramos en el departamento.
A mamá ya la habían traído a la mesa, estaba sentada en una silla con almohadones de terciopelo, la mesa estaba bien puesta y llena de olores deliciosos.