En el camino me decía en silencio: "De qué manera voy a decirle que no aguanto más, Tiantian, yo te amo, si me desprecias escúpeme a la cara". Y con todas mis fuerzas esperaba llegar, estaba exhausta, en el espejo de maquillaje veía a una mujer extraña con ojeras negras y labios secos, enferma, desahuciada debido a sus múltiples personalidades y a su cobardía en el amor.
La mansión blanca de Madonna estaba en medio de flores rojas y sauces verdes. A propósito mandó construir un larguísimo y curvadísimo camino para los coches sacado de la revista norteamericana Stylo. Un camino tan largo que no deja ver la puerta de la casa es una muestra de la nobleza social y de la clase a la que pertenece el dueño. Pero la belleza vulgar de las azaleas, los álamos y sauces a ambos lados del camino rompían el efecto.
Hablé por el portero eléctrico, les dije que había llegado, que por favor abrieran la puerta.
La puerta se abrió automáticamente. Un perro guardián brincó amenazante, de inmediato vi a Tiantian recostado en el pasto fumando.
Evité al perro y me acerqué a Tiantian. Abrió los ojos.
– Oh -dijo adormilado.
– Oh -lo saludé y me quedé parada sin saber qué hacer.
Madonna, vestida con una bata de entrecasa de color rojo encendido, bajó por las escaleras del umbral y se acercó.
– ¿Qué quieres tomar? -me preguntó con una sonrisa perezosa. La empleada trajo una jarra de jugo de manzana con vino tinto.
Le pregunté a Tiantian cómo pasó estos dos días, me dijo:
– Muy bien. -Madonna estornudó y me dijo que allí había de todo, que me podía quedar yo también, que estaba muy animada la cosa. En la terraza de la casa aparecieron una tras otra varias siluetas. En ese momento supe que en la casa había un grupo de personas, incluyendo a Johnson y otros extranjeros, el viejo Wu y su novia, y también unas chicas delgadas y altas que parecían modelos. Todos reflejaban pereza en su cara, parecían un grupo de serpientes que deambulaban en su nido pernicioso.
En esas miradas y en esa atmósfera reconocí la marihuana. Me acerqué a Tiantian, él enterró la cara en el pasto, medio dormido y medio despierto, como intercambiando algo con la tierra. Parecía Titán, el hijo de la tierra en la mitología griega antigua, que muere cuando se separa de la tierra. Estar cara a cara con Tiantian era enfrentarse a la tristeza total, al mismo tiempo llevaba escondida una rabia insondable.
– ¿No quieres hablar conmigo? -Tomé su mano.
Él retiró la mano, y con una sonrisa perdida me dijo:
– Cocó, ¿sabes que si te duele tu pie izquierdo yo siento dolor en mi pie derecho? -citó la definición católica sobre el amor de su escritor español favorito, Miguel de Unamuno.
Lo miré en silencio, sus ojos de pronto se cubrieron con más de veinte capas de niebla de diferente espesor; en el centro, cubierta por las capas de niebla, su pupila parecía un diamante duro que provocaba dolor. De ese brillo duro supe que él ya sabía lo que tenía que saber, él es el único hombre del universo que podía usar su intuición insospechada para penetrar mi mundo, los dos estábamos atados a la misma terminación nerviosa. Cuando me duele el pie izquierdo a él le duele el derecho, eso era una verdad contundente.
Vi todo negro ante mis ojos y caí sobre el pasto a su lado, exhausta. En ese instante mi cuerpo perdió el control, vi flotar un brillo blanco y frío en la cara delgada de Madonna que de pronto se agitó como una vela inclinada y rota, una hilera de olas grises rápidamente me cargó mientras una enorme caracola con la voz de Tiantian decía:
– Cocó, Cocó.
Cuando abrí los ojos, todo estaba en silencio. Me sentía como una piedra arrojada sobre la arena por una fuerte marea, me arrastré con pesadez por la cama blanda, reconocí la casa de Madonna, estaba en una de las múltiples habitaciones llenas de adornos sin ningún sentido, todos de color marrón.
Sobre mi frente había una toalla helada, atravesé con la mirada el vaso de agua sobre la mesa de la cabecera de la cama y vi a Tiantian sentado en el sillón. Se acercó, acarició mi cara con ternura, retiró la toalla:
– ¿Estás un poco mejor?
Me retiré un poco, sin querer, ante su caricia. El mareo aún me aturdía, me sentía enormemente cansada y deprimida. Él me miraba fijamente, sentado en la cama sin decir ni una palabra.
– Siempre te he mentido -dije débilmente-, pero en algo jamás te he mentido -con los ojos muy abiertos miraba el techo-, yo te amo.
Él no dijo nada.
– Madonna te dijo algo ¿verdad? -La sangre galopaba en mis oídos. -Prometió no decirte nada… ¿Piensas que soy una sinvergüenza? -No podía cerrar mi boca, mientras más débil me sentía, más deseos de hablar tenía, mientras más hablaba, más tonterías decía. Mis lágrimas fluyeron mojando las hebras de cabello a los lados de mi cara.
– No sé por qué, pero sólo quería que por una sola vez me hicieras verdaderamente el amor a la perfección, te deseo, porque te amo.
"Sí, querida, el amor nos va a desgarrar". Así cantaba Ian Curtis, quien se suicidó en 1980.
Tiantian acercó su cuerpo y me abrazó:
– Te odio -escupió esas palabras entre los dientes, en cada palabra parecía que iba a explotar en cualquier momento-, porque tú haces que me odie a mí mismo -él también comenzó a llorar-. Yo no puedo coger, mi existencia es un error, no me tengas lástima, debería desaparecer de inmediato.
Si tu pie izquierdo te duele, mi pie derecho empezará a dolerme, si la vida te asfixia, mi respiración también se detendrá, si hay un abismo en tu forma de expresar el amor, yo no podré extender mis alas a todo lo que dan para amar, si tú vendes tu alma al Diablo, dagas en mi pecho también se encajarán. Nos abrazamos, nosotros existimos, estamos existiendo, nada más existe.
XXIX El regreso de las pesadillas
Dios, por favor oye nuestras plegarias.
Madre Teresa
Tiantian nuevamente empezó a drogarse. Una vez más se acercó al diablo.
Me hundí en montones de pesadillas. Una vez tras otra veía en mis sueños cómo la policía se llevaba a Tiantian, lo veía extraer sangre gota a gota de su muñeca y escribir en una manta su propio epitafio. Veía un terremoto repentino, el techo se desplomaba como una ola petrificada. No podía soportar ese terror.
Una noche tiró la aguja, soltó la cinta de goma que sujetaba su brazo y se acostó sobre las baldosas del baño. Saqué el cinturón de mi falda, me acerqué y sin esfuerzo le até las manos.
– No importa lo que me has hecho… No te culpo, te amo, Cocó, ¿me oyes? Te amo -susurrando así inclinó la cabeza y se desvaneció.
Sentada en el suelo, mi cara entre las manos, las lágrimas se escurrían entre mis dedos, brotaban como la felicidad que está allí pero que no se busca. Frente a ese joven sin conocimiento ni voluntad, frente a mi amado acostado en el baño frío con el corazón roto, sólo puedo llorar así, llorar hasta que se me tape la garganta. La situación era tan irremediable y ¿quién era el responsable? De todo corazón quería encontrar a alguien responsable de todo lo ocurrido, así tendría la meta de odiarlo, de despedazarlo.
Le rogaba, lo amenazaba, tiraba cosas, me iba de la casa, nada de eso servía, él con una eterna sonrisa de culpa e inocencia me decía: "Cocó, no importa lo que me hagas, yo nunca te culparé, te amo, Cocó, recuérdalo, no olvides eso".
Finalmente, un día rompí la promesa que le había hecho y le conté a Connie toda la situación de Tiantian. Le dije por teléfono que estaba muy asustada, que Tiantian estaba al borde del desastre, que en cualquier momento podía perderlo.