Prendí un cigarrillo y sentada en el sillón pensaba en la llamada de momentos antes. Pensaba en ese hombre alto todo perfumado con una sonrisa maliciosa. Pensaba y pensaba y de pronto me enojé. Abiertamente se atrevía a cortejar a una chica que tenía novio y que además eran inseparables, como la leche y el agua, en perfecta armonía. Eso no podía más que llevar a un simple juego sexual.
Fui al escritorio y como si hiciera la tarea de todos los días me senté a escribir la trama del capítulo nuevo de mi novela. Escribí sobre la casualidad del encuentro con Mark y lo inevitable de ciertos sucesos en mi vida. Plasmaba mis angustias en la novela y así se disipaban siguiendo mis pasos sin retorno.
Por la noche, Madonna y Dick llegaron de improviso. Con la puerta cerrada podíamos oír la voz de Madonna desde varios pisos abajo. Casi habían olvidado en qué piso vivíamos, así que nos llamaban con un minicelular mientras subían. El edificio estaba oscuro y además ambos traían anteojos oscuros, así que no podían ver y caminaban tambaleándose.
– Cielos, con razón sentía que me faltaba luz. Hace poco manejando casi atropellamos un ciclista -reía Madonna mientras se quitaba los anteojos- ¿cómo pudimos olvidar que aún traíamos puestos los anteojos?
Dick cargaba unas latas de Coca y de cerveza. Vestía un suéter negro Esprit, que lo hacía ver pálido y apuesto. Al entrar acabaron con la tranquilidad de la casa. A Tiantian no le quedó otra opción que dejar la revista en inglés de juegos de inteligencia que leía. Lo que más le gustaba a Tiantian eran los juegos matemáticos y los crucigramas.
– Primero pensamos dar unas vueltas en el coche, pero pasamos por aquí y subimos. Traigo en la bolsa una película, pero no sé si es buena.
Recorrió con la mirada todo el departamento y dijo:
– ¿Quieren jugar mahjong? Justo somos cuatro.
– No tenemos mahjong -contestó rápidamente Tiantian.
– Tengo uno en el coche -entornó los ojos y sonriendo le dijo a Dick:
– Dick puede ir a traerlo.
– Déjalo, mejor nos quedamos a charlar-Dick estiró sus largos y finos dedos y se rascó la cabeza un poco impaciente.
– ¿No interrumpimos tu escritura? -me miró y preguntó.
– No importa -puse un disco mono en el aparato de música. Una voz femenina melancólica, húmeda y seductora poco a poco hizo flotar en el aire el ambiente de una vieja película francesa. El sillón cómodo, la iluminación perfecta, los vinos tintos y el salame poco a poco agradaron a los presentes. Los temas de la conversación iban y venían, entre lo cierto y lo falso, entre la aprobación y la negación.
– ¡Qué pequeña es esta ciudad! Un puñado de gente en este círculo. -Madonna se refería al círculo formado por artistas buenos y mediocres, extranjeros, vagabundos sin oficio, grandes y pequeños actores, dueños de negocios de vanguardia verdaderos y falsos, en pocas palabras, la nueva generación. Era un círculo de gente con una frontera difusa, a veces oculto y otras veces evidente, y sin embargo ese grupo ocupaba un lugar importante en la vida social de la ciudad.
Parecía que se alimentaban de deseos y tenían en el estómago pequeños gusanos, misteriosos y bellos, que emitían una luz mágica azulada que daba vida a la cultura y a la locura de la ciudad.
– En una ocasión, durante tres días seguidos en reuniones diferentes vi las mismas caras. Nunca supe cómo se llamaban -dije.
– Anoche en Paulaner me topé con Mark, me dijo que el próximo mes habrá una exposición alemana -irrumpió Madonna.
La miré con el rabillo del ojo, luego miré a Tiantian y pretendiendo desinterés dije:
– Me habló por teléfono, dijo que me enviará invitaciones.
– Otra vez lo mismo, las mismas caras -dijo Dick-, todos somos party animals, animales de fiesta -continuó a la vez que bebía. Mientras más tomaba más blanca se veía su hermosa cara.
– No me gusta eso -Tiantian comenzó a llenar una pipa con hash-, la gente de ese círculo es muy pretenciosa, muy superficial. Algunos terminan por esfumarse como pompas de jabón.
– No creo -decía Madonna.
– Shangai es la ciudad de los placeres -dije.
– ¿Ése es el tema de tu novela? -preguntó curioso Dick.
– Cocó, lee un poco de lo que escribes -dijo Tiantian mientras me dirigía su mirada entusiasta. Eso lo tranquilizaba y lo hacía feliz. Cuando la escritura entró a nuestra vida de pareja, ya no era simplemente escribir, la escritura tenía una íntima relación con el deseo de amor insatisfecho, con la fidelidad y con nuestro rechazo a soportar la liviandad de nuestras vidas.
Todos estábamos contentos. La pipa de hash, las botellas de vino y el borrador de una novela se paseaban de mano en mano.
"Los barcos, las olas, el pasto oscuro, las deslumbrantes luces de neón, las construcciones impresionantes. Estas creaciones y el brillo de la civilización material son los estimulantes que usa la ciudad para autoembriagarse. Todo eso nada tiene que ver con la vida particular de los individuos. Un accidente automovilístico o una enfermedad mortal acaba con nosotros, pero la sombra espléndida e irresistible de la ciudad gira interminablemente como un cuerpo celeste, por toda la eternidad.
"Al pensar en eso me sentí minúscula como una hormiga.
"Pequeñas flores azules ardían sobre mi piel, una sensación sutil me impedía ver mi propia belleza, mi naturaleza, mi personalidad. Todo lo que hacía era sólo para crear una leyenda extraña, la leyenda de mí y el hombre que amo.
"El joven sentado junto a la baranda, triste, confundido, con una mezcla de frustración y agradecimiento, miraba a la muchacha bailar bajo la luz de la luna. Su cuerpo brillaba como las plumas de un cisne y se movía con la fuerza de un leopardo. Sus movimientos eran los de una batalla felina, estilizadas contorsiones que invocaban la locura ".
Nosotros anhelábamos los ambientes festivos de los salones de poesía de los años sesenta en Occidente. Allen Ginsberg se hizo célebre por participar consecutivamente en más de cuarenta de esos salones donde se compartía marihuana y poesía, como El Alarido, una conquista sobre innumerables calumnias y autoridades enloquecidas. La pequeña reunión que esa noche improvisamos me impregnó de un lirismo lleno de alcohol, ingenuidad y afecto. Esa atmósfera aclaró mis sentimientos confusos, mi separación y mi unión con Dios. Las Cuatro estaciones de Vivaldi de fondo, una inmensa extensión de hierba y un río fluyendo continuo. Éramos como pequeños corderos acostados sobre las páginas de un gran libro, no de la Biblia precisamente, sino sobre mi ingenua y pretenciosa novela, cada una de sus oraciones estaba tatuada sobre mi piel pálida.
Cuando el reloj de pared dio la media noche todos comenzaron a sentir hambre. Fui a la cocina y traje un plato de salchichas, Madonna preguntó:
– ¿Tienes otra cosa?
– Todo se nos terminó. -Moví la cabeza en tono de disculpa.
– Podemos pedir que nos traigan de comer -dijo Tiantian-. El Pequeño Sichuan cierra muy tarde, llamamos y enseguida nos la traen.
– Eres el más listo -dijo Madonna encantada y abrazando la pequeña cintura de Dick besó a Tiantian. Era de esas mujeres frívolas que fácilmente se alegran y se excitan.
El empleado del restaurante trajo cuatro cajas con distintos platos y arroz, le agradecí y le di diez yuanes de propina. Al principio el empleado no quería aceptar la propina pero luego, ruborizado, la recibió. Me pareció simpático ese muchacho tímido, cuando le pregunté me dijo que se apellidaba Ding, que acababa de llegar del campo y que llevaba pocos días trabajando en el restaurante. Asentí, a los nuevos siempre los mandan de un lado para el otro.
Después de comer, bebimos hasta que nos dormimos. Madonna y Dick pasaron la noche en la otra habitación. Allí había cama y aire acondicionado, la habíamos preparado para el día en el que Tiantian y yo nos peleáramos y durmiéramos separados, pero no la habíamos usado.