– La policía no busca aquí, créeme, todo esto es hermoso. Hablaba como esos timadores impacientes, anhelante. Me levantó y me empujó contra la pared violeta, me subió la falda, con gran habilidad me despojó de mi bombacha Calvin Klein, la enrolló y la guardó en el bolsillo trasero de su pantalón, luego con enorme fuerza me sostuvo y sin decir una palabra me penetró con gran precisión. Yo no sentía nada más que estar sentada sobre un extinguidor peligroso y caliente.
– You bastard! -no podía contenerme de decir groserías-. Bájame, así no, parezco un espécimen clavado a la pared.
Me miró enloquecido y mudo, cambiamos de postura, él se sentó sobre de la tapa del inodoro y yo me senté encima de él, busqué que sus genitales quedaran en el lugar justo para una mujer y me apoderé del acto sexual. Alguien tocó a la puerta pero la pareja de pervertidos que estaba adentro aún no había terminado.
El orgasmo llegó en medio del miedo y la incomodidad. Aunque la postura era rara, aunque estábamos en un baño apestoso, una vez más fue un orgasmo hermoso. Se separó de mí, tiró de la cadena y junto con el agua desapareció rápidamente una sustancia inmunda.
Empecé a llorar, no podía entender nada, cada vez perdía más la confianza en mí misma, de pronto sentí que era peor que aquellas prostitutas profesionales de abajo. Ellas por lo menos tienen respeto por su profesión y lo hacen con aplomo, yo estaba en una posición muy incómoda, me daba miedo mi doble personalidad, y el hecho de que pensaba incesantemente y además escribía sobre ello hacía todo aún más espantoso. No podía ni mirar mi propia cara en el empañado espejo del baño, nuevamente algo en mí se desgarró, vacío total.
Mark me abrazó.
– Perdóname -no paraba de decir-, sorry, sorry.
Me abrazaba como si yo fuera su niño muerto y eso me hacía sentir aun peor.
Me aparté de él, saqué mi bombacha de su bolsillo trasero y me la puse. Me arreglé un poco la falda.
– Tú no me violaste, a mí nadie me puede violar, no digas "sorry, sorry" todo el tiempo, eso es muy burdo -le dije en voz baja-. Lloro porque siento que estoy muy fea, lloro y me siento mejor, ¿entiendes?
– No, no estás fea. -La cara de Mark mostraba la típica seriedad de un alemán.
Sonreí.
– No, lo que digo es que un día moriré miserablemente. Yo soy una chica mala y a Dios no le gustan las chicas malas, aunque yo me quiera mucho -mientras decía eso empecé nuevamente a llorar.
– No, no, cariño mío, no sabes cuánto te quiero. De veras Cocó, cada día te quiero más.
Sus ojos reflejaban una inmensa ternura, esa inmensa ternura bajo la luz del baño se convertía en una inmensa tristeza. Nos abrazábamos fuerte deseando flotar de nuevo.
Alguien empezó a tocar a la puerta, al parecer era una mujer que ya no podía aguantar. Me asusté. Mark hizo un gesto de silencio y me besó apasionadamente. Detrás de la puerta unos pasos se alejaron. Despacio lo aparté de mí:
– No debemos volver a vernos.
– Nos descuidamos y volveremos a toparnos, Shangai es muy pequeño, tú lo sabes.
Salimos rápido del baño.
– Me voy -dije y me dirigí hacia la puerta. Él insistía en llevarme en su auto, yo me rehusaba.
– Está bien. -Llamó un taxi, sacó un billete de su monedero y lo puso en la mano del taxista. No lo detuve, me senté en el auto y por la ventana le dije en voz baja:
– No me siento bien, me siento culpable.
– Es por el lugar donde hicimos el amor, ese sitio puede hacer que te sientas mal. -Estiró el cuello y me besó. Ninguno de los dos mencionamos a Tiantian, engañándonos a nosotros mismos y engañando a los demás nos quedamos callados.
En la radio del taxi, una ama de casa abría su corazón ante el conductor del programa Acompañándolo hasta el amanecer. El marido tenía otra, pero ella no quería el divorcio, simplemente anhelaba que la otra desapareciera, pero no sabía cómo reconquistar el corazón del marido. El chofer y yo nos mantuvimos callados. La gente de la ciudad disfruta oír despreocupadamente historias ajenas, no se compadecen ni pueden hacer nada por ayudarles aunque quisieran. Cuando el taxi subió al puente Gaojia vi innumerables luces, brillantes y fantásticas, y pensé cuántas historias estarían ocurriendo bajo las luces de Shangai en ese instante, cuánto bullicio, cuánta conmoción, cuántas luchas feroces, cuánto vacío, satisfacción, amores difíciles.
Tiantian aún no se había dormido. Estaba sentado en el sillón junto con la gata Ovillo. Con un bloc en las manos, le escribía una larga carta a su madre en la lejana España. Me senté a su lado, Ovillo corrió. Tiantian levantó de pronto la cabeza y me miró, me asusté, pensé que había percibido el olor al otro. Acaso sabría que el sudor de Mark tenía un aroma suave y que yo disfrutaba enormemente ese suave aroma animal.
No soporté los ojos fríos como el hielo de Tiantian. Nerviosa, me paré y fui al baño. Él bajó la cabeza y continuó escribiendo.
Abrí el agua caliente, el vapor poco a poco cubrió el único espejo del baño hasta que ya no pude ver mi rostro reflejado. Exhalé con fuerza, sola, en la bañera el agua caliente echaba humo, me relajé, ante las dificultades siempre me refugio en una bañera de agua caliente, el agua estaba muy caliente, mi cabellera flotaba en el agua como un nenúfar negro, entonces pude recordar cosas agradables, bonitas.
Recordé que de niña siempre subía a escondidas a la terraza de la casa de mi abuela. Allí había una vieja mecedora de cuero y un gran baúl de caoba con esquinas de cobre cubierto de polvo. Lo abría y adentro había pequeños frascos de porcelana azul con letras "Salt", unos retazos de telas para qipao y otras cositas raras e inútiles. Sola, sentada en el viejo sillón, jugaba con las pequeñas cositas. Los colores del día poco a poco se desvanecían detrás del pequeño tragaluz. "Nike" me llamaba mi abuela, yo pretendía no haber oído, "Nike, sé dónde estás". Luego veía la sombra de mi gorda abuela subir a la terraza. Cerraba rápidamente el baúl, pero mis manos y mi ropa quedaban sucias. Mi abuela enojada me decía: "No subas a jugar aquí, si te gustan estas cosas te las regalo como dote cuando te cases".
Cuando el gobierno municipal empezó a construir el subterráneo, ese viejo edificio construido por los franceses en 1931 fue demolido, toda la gente fue desalojada rápidamente y los tesoros de mi niñez se perdieron para siempre.
Estiré las piernas, pensar en la niñez siempre es como pensar en algo que pasó hace mucho tiempo, en una vida anterior. Aparte de esos recuerdos tiernos todo parecía mentira. En ese momento la puerta del baño se abrió y Tiantian entró. Sus ojos estaban rojos, se arrodilló al lado de la bañera.
– ¿Terminaste la carta? -pregunté quedamente.
– La terminé -dijo Tiantian mientras observaba silenciosamente mis ojos-, le pido que desista de la idea de venir a Shangai a abrir un restaurante, cuando fui a lo de mi abuela también hablamos del asunto. Mi abuela dice que es bueno que venga, ya que tiene cuentas pendientes con ella. Yo no quiero que venga, aunque estuviera solo toda la vida, hasta el día de mi muerte…
"Cocó, pase lo que pase nunca me vayas a mentir. -Miraba mis ojos fijamente, un cincel imaginario perforó la delgada membrana rosa de mi corazón, un espantoso y pesado silencio inundó el espacio como sangre. Mientras más crece un amor sin esperanzas, más profundo te escondes en mentiras, más profundo te hundes en desvaríos.
– Te amo. -Lo abracé, cerré los ojos, nuestras lágrimas cayeron a la bañera, el agua quemaba cada vez más, estaba cada vez más turbia, hasta que finalmente parecía un caldo que absorbía nuestros sollozos y nuestros miedos. Esa noche juré que Tiantian jamás sabría lo de Mark, ni lo de los otros. Ni un solo detalle, no quiero que muera por mí, que muera por mis encuentros galantes.