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Cansada abrí la puerta, afuera estaba Madonna, de negro, fumando un cigarro, la ropa negra la hacía parecer muy flaca y larga.

Mis pensamientos aún estaban en el sueño, ni siquiera me percaté de su desusada expresión. Parecía que había bebido, se había rociado muchísimo perfume Opium, se había recogido el cabello, se parecía a las mujeres antiguas que se peinaban con rodetes en la nuca, tenía una mirada vidriosa, su aspecto me causaba incomodidad.

– Por Dios, ¿has estado todo el tiempo en este cuarto? ¿Sigues escribiendo sin parar? -Caminó unos pasos hacia el cuarto.

– Me acabo de despertar, tenía una pesadilla, por cierto ¿ya comiste? -recordé que en todo el día no había comido nada.

– Está bien, vamos a comer una buena comida, yo invito. -Apagó el cigarrillo, me tiró su abrigo y se sentó en el sillón mientras yo me arreglaba para salir.

Su Santana 2000 blanco estaba estacionado en la calle frente al edificio. Abrió las puertas, encendió el motor, me senté a su lado, me abroché el cinturón, el coche salió como disparado. Todas las ventanillas estaban abiertas, fumar al viento era maravilloso, daba la sensación de que todas las preocupaciones se irían con el aire.

Madonna se dirigió hacia la autopista. Desde que en Shangai proliferaron las autopistas, los locos del volante empezaron a abundar. Estaba sonando el CD con una canción de amor de Zhang Xinzhe, ¿Será que tienes a otro? Dímelo, no temas herirme. Fue entonces cuando me di cuenta de que ella no estaba de buenas, además recordé a Dick y Zhusha juntos la otra noche en el Goya, y todo se me aclaró.

Madonna era una mujer impenetrable, su vida estaba llena de improvisaciones, caprichos, complicaciones, me era muy difícil imaginarme su pasado o su presente, y su futuro me parecía incierto. Tampoco sabía si su relación con Dick era seria, ya que siempre decía tener a muchos jovencitos como él, por lo que Dick tampoco parecía ser el último postre en el viaje de su vida.

– ¿Qué quieres comer, comida china, occidental o japonesa?

– Lo que sea -dije.

– Qué indecisa, odio a la gente que dice lo que sea, piénsalo y decide.

– Japonesa -dije. En la cultura de esta ciudad hay una fuerte tendencia a venerar lo japonés, la gente adora las canciones de Anmuro Namie, los libros de Murakami Haruki, los programas de televisión de Kimura Takuya y ni qué decir de los innumerables cómics o los aparatos electrónicos japoneses. A mí también me gusta la comida japonesa, fresca y elegante, y los cosméticos. El coche se paró frente al restaurante Edo de la calle Donghu.

Las luces se derramaban sobre los ladrillos del piso como ámbar líquido, los mozos vestidos como marionetas se movían eficientemente, ordenados y limpios, por el salón. Nos sirvieron una tras otra las entradas, sushi de atún, pepino encurtido, camarones secos y sopa de mariscos.

– ¿Sabes que ya no salgo con Dick? -me dijo.

– ¿De veras? -la miré, tenía la cara descompuesta-, ¿por qué? -Realmente no sabía la razón pero no pensaba decir que lo había visto con Zhusha en el Goya. Zhusha era mi prima y Madonna mi amiga, debía tomar ese asunto con mucha objetividad.

– ¿Acaso no lo sabes? Es tu prima, tu prima Zhusha me robó a mi hombre -gimió y se tomó de un trago el sake.

– Bueno, ¿acaso no es posible que Dick hubiera tomado la iniciativa? -dije con frialdad. Para mí Zhusha era una mujer impecable, incapaz de algo así. Por las mañanas, maquillada discretamente, se subía a un autobús con aire acondicionado o al taxi y se iba a la office, al mediodía tomaba su "almuerzo ejecutivo" en una cafetería de estilo occidental o en un restaurante pequeño, a la noche cuando las luces apenas se empezaban a encender, con pasos de gato, salía e iba al almacén Mei-mei de la calle Huaihai e impasiblemente miraba los estantes llenos de las marcas de última moda. Luego en la esquina de la calle Changshu bajaba por las escaleras eléctricas y tomaba el subte, y como muchas otras mujeres Zhusha se arreglaba el maquillaje manteniendo en su rostro una leve expresión de cansancio y satisfacción. Precisamente porque hay muchas mujeres como Zhusha en esta ciudad es que existe una cierta elegancia y un cierto control, en medio de estos tiempos desbordados, ostentosos y excéntricos. Los reclamos confusos de las mujeres que salieron de la pluma de Zhang Ailin, y la elegante melancolía de los escritos de Chen Danyan, se basaban en lo que ocurre aquí. Muchos llaman a Shangai la "ciudad de las mujeres", probablemente comparándola con las ciudades de machos del norte.

– Creí que conocía a Dick, podía adivinar todo lo que pensaba, pero jamás adiviné que se aburriría de mí tan pronto. Soy muy rica pero mi cara es fea ¿verdad? -Sonriendo tocó mi mano y levantó su cara hacia la luz.

Lo que vi fue una cara no muy hermosa pero sí difícil de olvidar, un rostro afilado, cejas oblicuas, piel pálida con poros un poco abiertos, pintura labial cara tan espesa que amenazaba con escurrirse. Había sido bella pero ahora el sauce se había marchitado, las nubes se habían dispersado, los pétalos marchitos se habían caído. Era un rostro por el que habían pasado placeres ácidos, locura, sueños, esas cosas corroen, dejaron huellas sobre la piel suave, endurecieron las facciones, marcas y cansancio que pueden herir pero también ser vulnerables.

Sonrió, sus ojos estaban rojos, húmedos, era como toda la historia de las mujeres, un espécimen que había concentrado las cualidades, los valores y la naturaleza de todas las mujeres.

– ¿De veras te importa tanto Dick? -le pregunté.

– No sé… pero no me siento bien, siento que me usó, que me engañó, estoy enojada, ya no quiero tener otro hombre, quizá ya no haya otro hombre joven interesado en estar conmigo. -Tomó el sake como agua, su cara se encendió como un girasol de Van Gogh bajo el Sol. Me tomó totalmente por sorpresa cuando levantó la mano y estrelló la copa contra el piso, miles de pedazos como de jade blanco se desparramaron en el suelo.

El mozo vino de inmediato.

– Disculpe, fue un accidente -le dije.

– A decir verdad, eres muy afortunada, tienes a Tiantian y también a Mark. ¿Verdad?, súper completa. Cuando se es mujer y se puede tener todo eso, entonces eres feliz. -Seguía sosteniendo mi mano y mi palma de pronto empezó a transpirar frío.

– ¿Qué Mark ni qué? -trataba de mantener la calma. En ese instante un mozo con cara de alumno de secundaria nos miraba a través de sus lentes. Es interesante observar a dos mujeres jóvenes que hablan de su vida privada.

– No quieras disimular, ¿qué puede escapar a mis ojos?, mis ojos son muy agudos, además tengo intuición, tantos años de ser mami en el sur no fueron en vano -rió-. Relájate, no le diré a Tiantian, si le digo lo mato, es muy puro y débil… además tú tampoco haces nada malo, te entiendo. -Me tomé la cabeza con las manos, esa bebida japonesa caliente, aparentemente inofensiva, hacía su efecto, mi cabeza empezó a dar vueltas, sentía que volaba.

– Estoy borracha -dije.

– Vamos a hacernos una limpieza facial, aquí al lado. -Pagó la cuenta, me tomó de la mano, salimos del restaurante y entramos en el salón de belleza por la puerta contigua.

El salón no era grande, en las cuatro paredes colgaban pinturas, algunas originales y otras copias. Se decía que el dueño del salón sabía mucho de arte, frecuentemente entraban hombres al salón, no para ver a las mujeres sino para comprar un cuadro auténtico de Lin Fengmian.

Suave música, suave olor a incienso de frutas, suave la cara de la cosmetóloga.

Madonna y yo nos acostamos en dos camas vecinas, nos taparon los ojos con dos rebanadas de pepino, ya no pudimos ver nada. La mano suave de la mujer resbalaba por mi cara, la música provocaba sueño, Madonna decía que cuando venía a hacerse la cara con frecuencia se quedaba dormida. Ese ambiente creaba una sensación sutil de intimidad y simpatía mutua entre las mujeres. Las suaves caricias de manos femeninas sobre la cara son mucho mejores que las caricias de un hombre. En los salones de belleza se respira un fuerte aire de cultura lesbiana. En alguna cama alguien se estaba tatuando las cejas, podía oír el sonido del metal perforando, se me erizaba la piel. Después me relajé. Me dormí embriagada por los dulces pensamientos de que mi cutis al rato sería como el de Elizabeth Taylor de joven.