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Ellos caminaban hombro a hombro sintiendo la brisa sureña tan relajante, hablaban de Arthur Miller y la generación Beat, sentados en las terrazas contemplaban los atardeceres, sosteniendo un coco fresco sorbían su néctar blanco. En la calle cercana aparecieron unas chicas de tez blanca con mucho maquillaje. Ellas, nada románticas, emprendieron su cacería, en su cara se divisaba una sonrisa falsa, sus narices se contraían descaradamente y sus pechos eran firmes, como rocas prehistóricas.

Tiantian probó la morfina un día en que Lile, en el consultorio dental de su pariente, le mostró cómo y luego le preguntó si quería probar. En el cuarto no había nadie, era tarde a la noche, afuera se oían de vez en cuando voces de personas que hablaban en el dialecto local incomprensible para ellos, los ruidos de los pesados camiones de carga que pasaban por la calle y las lejanas sirenas de los barcos.

Todo parecía de otro mundo. Altas cimas y hondas cañadas sin nombre proyectaban una gigantesca sombra tridimensional. Un viento dulce soplaba contra ramas filosas y hojas, flores rosadas sin nombre se abrían en las profundidades de las cañadas y una tras otra formaban un inmenso océano de color rosa. Esa sensación de embriaguez, ligera como el aire, cálida y venenosa como un vientre materno, impregnaba cada pulgada de la tierra hasta la membrana roja del corazón. La luna a veces llena, a veces menguante, la conciencia a veces trunca, a veces plena.

El asunto se salió de control. Tiantian dormía todas las noches en el sueño rosa. El líquido rosa se pegó a su piel y su veneno lo recorría como un torrente primordial. Su cuerpo se hizo débil y sin fuerzas, y sus nervios se crisparon.

Hasta la fecha no quiero encarar este asunto, éste es un punto crucial donde las cosas tomaron un abrupto viraje hacia lo peor. Tal vez todo estaba predestinado desde el principio, desde aquel día cuando Tiantian en el aeropuerto recibió las cenizas de su padre, desde el día en que perdió el habla y abandonó la escuela, desde el día cuando me conoció en el Lüdi, desde la primera noche, cuando recostado sobre mí, débil e impotente, nadaba en transpiración, desde que me acosté con otro hombre, todo era inevitable. Desde todas esas veces, el estado constante de decepción y sueños inalcanzables lo perseguía sin soltarlo, sí, a él le costaba trabajo sacudirse esas cosas, no distinguía sus límites con esos sentimientos, sólo le quedaba vivir y morir en la sombra oscura de su débil organismo, sin nombre ni forma. Simplemente fue así y ya no hay remedio.

Cuando pienso en eso me dan ganas de gritar, aquel terror, aquella locura sobrepasó mi capacidad de entendimiento, sobrepasó mis fuerzas. Desde entonces cada vez que por mi mente pasa la cara angelical de Tiantian me colapso a puertas cerradas. Cuando el corazón duele, duele hasta morir.

Lile se encargaba de todo, el dinero de Tiantian se convertía en polvo blanco. Los dos en el cuarto del hotel, la gata dormida frente a la tele, la tele prendida todo el día, informes policiales e información sobre las obras del gobierno municipal. Casi no comían, su metabolismo llegaba a cero, la puerta abierta para que los del servicio trajeran la comida, les daba debilidad caminar un paso. El cuarto estaba lleno de un extraño olor, entre fresco y podrido, como de mermelada dentro de un cadáver.

Poco a poco, por ahorrar o porque no encontraban al distribuidor de confianza, compraban en la farmacia jarabe para la tos, para usarlo cuando no se podían surtir de lo otro. Lile usaba un método primitivo para convertir las medicinas en un sustituto de droga, las cocinaba hasta reducirlas en una taza de café, tenían un sabor horrible pero era mejor que nada.

Un día la gatita Ovillo se fue. No había comido durante días y su dueño ya no la cuidaba, así que decidió salir, el estómago se le había encogido, sus pelos estaban opacos y delgados, ya se le veían los huesos, parecía que iba a morir.

Nunca más regresó, si no ha muerto se habrá convertido en una gata salvaje, viviendo en los basureros y maullando en algún lugar por las calles.

Las cosas ya estaban así, de pronto me quedé atontada, con un caos en la cabeza, encima el insomnio me acaloraba y me deshidrataba, las sombras flotaban a mi alrededor. Registraba miles de imágenes y sensaciones, desesperada, acostada en la noche, seca, sin esperanzas, pensando y meditando, repasaba en desorden el día en que conocí a Tiantian, mi cerebro parecía una pantalla llena de polvo gris, y mi amado y yo éramos la pareja más desamparada del mundo.

Nos amábamos tanto que ninguno podía dejar al otro, y menos en ese momento. El corazón se me oprimía con el temor de que Tiantian en cualquier momento, como una partícula de polvo extraterrestre en gravedad cero, pudiera irse flotando lejos. Sentía que lo amaba más que nunca, ansiaba la aurora para no enloquecer.

XIX Al sur

La llave está en el quicio de la ventana.

Está bajo el sol de la ventana.

Yo tengo esa llave, Allen, vamos a casarnos.

No te drogues.

La llave está bajo el sol de la ventana.

Allen Ginsberg

Al siguiente día con una pequeña valija tomé un taxi y me fui directamente al aeropuerto. Compré un boleto para el próximo vuelo a Haikou. Me di cuenta de que tenía que hacer algunas llamadas. En el cuarto de Tiantian nadie contestaba, parecía no estar en el hotel, así que dejé un mensaje en la recepción y les dije mi hora de llegada. Le daba vueltas a la guía telefónica, me sentía deprimida, en ese momento cuando enfrentaba un problema tan grave no encontraba a quién hablarle para compartir mi miedo y desesperación.

El celular de Madonna estaba apagado, el teléfono de la oficina de Zhusha estaba ocupado, su celular también, no sabía que ella podía hablar simultáneamente con varias personas. La Araña había salido de Shangai por un viaje de trabajo. Su colega me preguntó si quería dejar algún mensaje, le dije gracias, no es necesario. Los que quedaban eran mi editora Deng, mi psicólogo Dawei, mi amante Mark, mis padres y algunos ex novios.

Metía y sacaba la tarjeta del teléfono, andaba con muy poco ánimo, miré hacia el gran ventanal y vi un avión McDonnel Douglas deslizarse por la pista, muy rápidamente subió la nariz y salió de mi campo de visión. El momento del despegue de los aviones suele ser hermoso, parecen un gran pájaro plateado. ¿A cuántos pasajeros conmoverá la canción de John Denver Leaving on ajetplane?

Caminé hacia el salón de fumadores y me senté frente a un hombre. Estaba un poco inclinado hacia adelante y yo pude ver su pequeña barba a lo Agassi que le estaba creciendo, él también llevaba una falda larga acampanada de piel. Nunca había visto un hombre chino que se viera tan bien con ese estilo de barba, también era el único hombre que había visto subirse a un avión vestido de falda larga de piel. Fumaba 555, podía distinguir ese aroma fuerte que parecía harina integral pegada en la punta de la lengua, el filtro caliente estaba en medio de sus dedos fríos.

Luego dio vuelta la cara mirándome de frente. Sus ojeras eran un poco oscuras pero sus ojos eran muy brillantes, autoritarios pero delicados, era una combinación excitante de yingy yang.

Nos miramos con los ojos bien abiertos, él se levantó y estirando sus brazos sonrió:

– ¿Cocó, eres tú? -Era Fei Pingguo, el estilista que había conocido en Pekín.

Nos abrazamos y luego nos sentamos uno al lado del otro para seguir fumando. Intercambiamos unas palabras y nos dimos cuenta de que íbamos al mismo lugar en el mismo avión. Yo tenía un fuerte dolor de cabeza y la luz del salón me molestaba.

– No pareces estar muy bien ¿qué tienes? -Agachó la cabeza y me observó con cuidado, pasándome el brazo alrededor.

– No estoy muy bien… pero el cuento es muy largo, voy por mi novio, está a punto de colapsar allá… y yo no tengo fuerzas -hablaba despacio, tiré la colilla y me levanté: