– Sólo pinté a mi padre reparando la bicicleta -dijo Tiantian con frialdad.
Lo miré sorprendida y extendiendo mis manos tomé las suyas, estaban algo frías; de pronto un silencio se apoderó de la escena, parecía que hasta Juan había entendido las palabras de Tiantian. Las palabras de Tiantian rompieron un tabú que nadie hubiera querido romper, todo lo referente a su padre difunto era delicado y triste.
– Me acuerdo que cuando Tiantian tenía nueve años, le gustaba una niña vecina de seis años. La quería hasta el punto de… -Connie siguió narrando en shangainés. La expresión de su cara tenía un gentil tono de reproche. Todas las madres al recordar las travesuras de sus hijos cuando eran pequeños deben de tener esa expresión. Pero los ojos de ella estaban llenos de una tristeza oscura mientras hablaba, como si afrontara una prueba de vida donde no podía más que sacar fuerza para salir adelante.
– Él agarraba todas las cosas lindas de la casa, el despertador, el florero, esferas de vidrio, historietas de dibujos animados, chocolates, en una ocasión hasta se robó mi lápiz de labios y mi collar y todo se lo dio a esa niña, poco faltaba para que vaciara la casa.
Hizo un ademán exagerado y nuevamente empezó a reír con unas carcajadas que espantaban, como el sonido de un piano descompuesto.
– Mi hijo puede dejar todo por la persona que ama -susurraba mirándome y sonriendo tiernamente, la luz era tenue pero podía sentir la compleja expresión de sus ojos, algo de envidia mezclada con amor.
– ¿Podemos regresar a casa? -Tiantian bostezando giró para mirarme. Connie parecía nerviosa:
– Si estás cansado vamos a regresar más temprano para que descanses -dijo mirando a Tiantian. Luego con la mano pidió la cuenta y le hizo una señal a su marido para que sacara unas cosas del bolso. Eran dos regalos envueltos con mucho cuidado en papel floreado.
– Gracias -agradeció Tiantian con sencillez. En todos estos años Tiantian había recibido con mucha naturalidad el dinero y los regalos que Connie le daba, ni los quería ni los odiaba, simplemente, como dormir o comer, los necesitaba y eso era todo. Yo también agradecí el regalo.
– Primero los llevaremos a su casa y luego Juan y yo iremos a otro lado a pasear.
Juan en inglés añadió:
– Leí una revista en inglés, Shanghai Now, donde decía que en el muelle había permanentemente un hermoso y elegante barco, Ariana, abierto al público, si quieren podemos ir juntos a verlo.
– Querido, habrá muchas oportunidades, iremos juntos la próxima vez, ahora Tiantian está cansado -Connie apretando la mano de su marido, explicaba.
– Ah -como si hubiera recordado algo-, cuando salgamos podemos pasar a ver el lugar que hemos elegido para establecer el restaurante, está en el jardín de al lado.
La redonda y brillante luna colgaba en el cielo, bajo su luz todo se veía misterioso y frío. Entramos en el jardín rodeado por una baranda de hierro forjado, con piso de ladrillos rojos e iluminado por una lámpara redonda, al frente se veía una vieja casona estilo extranjero de tres pisos al parecer ya restaurada, la construcción aún reflejaba el orgullo y la elegancia de setenta años de historia, tenía ese esplendor que no lo podía tapar el polvo de los años ni lo podían emular las construcciones nuevas. Al este y sur de la casa había escaleras de piedra para subir, la casa estaba plantada en un espacio amplio en el corazón de las antiguas concesiones extranjeras de Shangai, donde la pulgada de tierra vale oro, era un verdadero lujo.
Unos árboles de alcanfor centenarios y árboles fénix extendían su misteriosa sombra verde, como tules de encaje de una falda de bailarina, adornando el jardín y la casa. En el segundo piso de la casona había una enorme terraza, en primavera y verano se podía poner una romántica cafetería al aire libre. Juan decía que luego podrían invitar a chicas españolas para que bailaran flamenco en la terraza. Podía imaginarme esa atmósfera exótica y lujosa.
Nos paramos un rato en las escaleras de la entrada, no entramos en cada una de las habitaciones, aún no habían empezado a decorarlo, no había mucho que ver.
La luz de la lámpara y la de la luna mezcladas caían al suelo y sobre nuestros cuerpos. De pronto todo parecía un sueño. El taxi nos llevó a casa, Connie y Juan nos despidieron agitando sus manos, luego el auto arrancó. Tiantian y yo tomados de las manos entramos en el pasillo del edificio, llegamos a nuestra casa y sentados en el sillón abrimos los regalos.
El mío era un brazalete con piedras preciosas, y el de Tiantian era un libro de arte sobre Dalí y un CD de Ravel, eran el pintor y el compositor más apreciados por Tiantian.
XXV ¿Amor o deseo?
La felicidad de los hombres es: Yo quiero.
La felicidad de las mujeres es: Él quiere.
Nietzsche
Hacer el amor con una mujer y dormir con una mujer son dos sentimientos muy distintos, el primero es deseo, lo segundo es amor.
Milan Kundera
Tiantian regresó y llenó de nuevo un importante vacío en mi vida. Cada noche nos dormíamos inhalando la exhalación del otro, en las mañanas cuando nuestros estómagos empezaban a rugir abríamos los ojos y nos besábamos hambrientos. Mientras más nos besábamos más hambre nos daba, yo creo que el amor nos abría el apetito.
La heladera estaba llena de frutas, varias marcas de helado, vegetales para hacer ensaladas. Nosotros queríamos ser vegetarianos, frugales, llevar una vida simple como los antropoides de los bosques de hace decenas de miles de años, que no tenían heladeras, helados, colchones, ni inodoros.
Nuestro gata Ovillo seguía portándose muy mal, seguía teniendo una doble vida, una en nuestra casa y otra en los tachos de basura de la calle. Ella tenía muy bien organizado su ir y venir entre un lugar y otro. Los viernes y sábados roncaba a los pies de nuestra cama con su suave olor a jabón líquido (Tiantian se encargaba de bañarla y desinfectarla), tan pronto como llegaba el lunes ella recogía su cola y se iba del departamento muy puntualmente, como si fuera al trabajo, ella vagabundeaba a gusto por las calles. Al caer la noche, empezaba sus chillidos de llamado a sus compañeros de apareamiento, aunque deambulaba entre la mugre y la peste de la basura, ella encontraba su propio placer en eso.
En una ocasión, durante varias noches se oyeron chillidos de una pandilla de gatos frente al edificio, que iban y venían. El Comité de Vecinos se organizó para limpiar los lugares donde los gatos se refugiaban, especialmente los basureros, así que los gatos eran cada vez menos, pero Ovillo aún se movía en sus territorios como si nada. Parecía tener una misteriosa habilidad para desafiar al destino. Los dioses son grandes pero el destino también lo es. De vez en cuando traía novios a casa para pasar la noche. Nosotros nos imaginábamos que si había una pandilla de gatos seguro que Ovillo era la reina, que podía enamorar a cualquier gato de la pandilla.
En cuanto a mí, había entrado en una especie de parálisis, estaba a cincuenta mil palabras de terminar la novela y mi cerebro estaba vacío, como si toda mi imaginación, mis conocimientos y mi fuego se me hubieran escurrido por las orejas en una noche. Las palabras que salían de mi lapicera eran rancias y oscuras, escribía y rompía, pensaba que lo mejor era tirar la lapicera en el cajón de cosas inútiles, hasta empecé a tartamudear. Hablando por teléfono o hablando con Tiantian yo hacía lo posible por evitar los adjetivos, me limitaba a las construcciones sujeto más verbo más complemento y a las oraciones imperativas, tales como "No me consueles" o "Por favor tortúrame".
Tiantian se recluía en la otra habitación absorto en pintar ilustraciones para esa temporalmente suspendida novela, allí estaba la mayor parte del tiempo con la puerta cerrada. Cuando me asaltaba alguna sospecha o cualquier otra preocupación abría la puerta intempestivamente y entraba, pero jamás sentí ese olor extraño ni le vi hacer algo fuera de lo común.