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Desde que regresó de su cura de desintoxicación, yo hice una limpieza exhaustiva del departamento, me llevó toda la mañana revisar cada rincón para ver si había marihuana u otra cosa sospechosa. Después de corroborar que no había ningún resto del pasado, construí alrededor de nosotros una sensación de seguridad.

Él se instalaba allí con un montón de pinturas como Da Vinci, buscando la verdadera naturaleza de las cosas en un mundo caótico, como Adán creando el prodigio del amor con una costilla en una huerta de manzanas.

– No puedo hacer nada. Creo que soy un desastre. No tengo entusiasmo, no tengo inspiración, no soy más que una mujer común y corriente, empecinada en el deseo absurdo de hacerse famosa escribiendo un libro -dije con un sentimiento de aún más impotencia al mirar la mesa de trabajo llena de ilustraciones maravillosas. Me sentí verdaderamente triste sabiendo que no estaba a la altura de su amor ni de mis propios sueños.

– Claro que no -dijo él sin levantar la cabeza-, sólo necesitas un descanso por un tiempo y aprovechar para quejarte y hacer de niña mimada.

– ¿Eso es lo que piensas? -Lo miré sorprendida, sus palabras me sonaban originales, interesantes.

– Quéjate de ti misma y vas a tener los mimos de la gente que amas -dijo perspicazmente-. Es una manera de aliviar la presión psicológica.

– Eso suena como de mi psicólogo Wu Dawei, pero me hace muy feliz que tú pienses así.

– ¿El editor aceptará estas ilustraciones? -me preguntó bajando el pincel. Yo me aproximé a la mesa y miré los dibujos uno por uno, algunos eran sólo bocetos pero otros eran hermosos trabajos terminados. Los colores de las acuarelas eran luminosos y suaves, los trazos de los personajes eran simples y un poco exagerados, los cuellos largos al estilo de Modigliani y los ojos asiáticos, estrechos, largos y delicados transmitían melancolía, comicidad e inocencia.

Todas esas características son las que mis escritos y sus pinturas tienen en común.

– Yo amo esas ilustraciones, y aunque yo no termine mi novela ellas tienen vida propia y podemos exponerlas, van a gustar. -Me acerqué y lo besé en los labios. -Prométeme que vas a seguir pintando, estoy segura de que te vas a convertir en un gran pintor.

– Jamás he pensado en eso -dijo él tranquilamente-, además yo no necesariamente quiero ser un pintor famoso. -Eso era cierto, él nunca había sido ambicioso, y nunca lo sería. En China hay un dicho que dice: "A los tres años ya se vislumbran los ochenta", eso significa que en toda la vida de una persona, desde los tres a los ochenta años, hay algunas cosas que no cambian, es decir, es fácil predecir cómo será la gente de vieja.

– El problema no es ser o no famoso, sino acogerse uno mismo a un pilar firme, a una causa que te haga feliz -repliqué yo, pero hubo algo que no dije: "Y que te haga dejar para siempre las drogas y esa vida de confinamiento que llevas". Si él tuviera el deseo de ser un gran pintor, concentraría la mayor parte de sus fuerzas en eso.

Yo alguna vez escribí: "La vida es como una enfermedad crónica y encontrar algo interesante que hacer es una especie de alivio a largo plazo".

– La única solución a los problemas es no engañarse a uno mismo -dijo él simplemente dirigiéndome una mirada incisiva (él casi nunca miraba así, pero desde que regresó del centro de desintoxicación yo he notado algunos cambios sutiles en él), como si yo usara las grandes verdades de la vida para engañarme y engañar a los demás, y construir una trampa fragante y dulce.

– Está bien, tienes razón -dije yo mientras salía-, precisamente por eso te quiero.

– Cocó -me gritó nervioso y contento mientras se limpiaba con un pañuelo la pintura de sus manos-, tú me entiendes. -Cada mañana cuando me despierto y te encuentro a mi lado me siento feliz al ciento por ciento.

Antes de ver a Mark estuve tratando de encontrar una excusa para salir, pero finalmente descubrí que para salir en secreto no necesitaba excusa. Tiantian estaba en casa de Madonna jugando a El imperio contraataca y llamó para decir que los ataques tenían que ser continuos y que se quedaría toda la noche. Colgué el teléfono, me puse una blusa larga hasta la cintura, transparente, unos pantalones negros a la cadera, ajustados, un poco de polvo plateado en los pómulos y salí.

Encontré a Mark, con sus largos brazos y largas piernas, en la esquina de las calles Fuxing y Yongfu. Impecablemente vestido, fresco, parado bajo un farol. Parecía salido de una película, flotando desde el otro lado del Pacífico. Mi amante extranjero tenía un par de hermosos y perversos ojos azules, un trasero incomparablemente bien formado y un miembro gigante. Cada vez que lo veía pensaba que estaba dispuesta a morir por él, morir debajo de él, cada vez que lo dejaba pensaba que el que debería morir era él.

Cuando él salía de mí y me levantaba para llevarme cargada con pasos tambaleantes a la bañera; cuando pasaba sus manos llenas de jabón líquido entre mis piernas, limpiando minuciosamente el esperma que él había vertido en mí y el elixir de amor que había salido de mi vagina; cuando él se excitaba de nuevo, me levantaba y me dejaba caer sobre su vientre; cuando hacíamos de nuevo el amor lubricados con jabón líquido; cuando lo veía jadear entre mis muslos bien abiertos, gritando mi nombre; cuando todo el sudor, toda el agua y todos los orgasmos al mismo tiempo fundían nuestros cuerpos, entonces yo pensaba que era ese alemán el que tenía que morir.

A ojos cerrados, la naturaleza del sexo y la de la muerte no están separadas más que por una línea muy fina. En un cuento que escribí, "La pistola del deseo", hice que el padre de la protagonista muriera cuando su hija alcanza el orgasmo haciendo el amor por primera y última vez con su amante, un oficial del ejército. Ese cuento me valió ataques despiadados de mis admiradores masculinos y de la prensa.

Nos besamos, tomados de la mano pasamos por una puerta de metal y atravesamos un jardín, envueltos por el perfume de hortensias moradas llegamos a una pequeña sala de proyección de videos. Yo me apoyé en la pared detrás de los asientos, observando de lejos a Mark departir y hablar en alemán con sus amigos rubios. Entre ellos había una mujer de cabello corto que ocasionalmente me miraba. Las extranjeras siempre ven a las amantes chinas de sus compatriotas como intrusas. En China ellas tienen muchas menos posibilidades que los hombres para elegir amante o marido, en general ellas no se fijan en los chinos, en cambio muchas mujeres chinas competimos con ellas por sus hombres occidentales.

En ocasiones yo me sentía muy avergonzada cuando estaba con Mark, temía ser confundida con una de esas mujeres fáciles que andan a la caza de un novio extranjero rico y que hacen cualquier cosa por salir de China. Por eso siempre me paraba lejos, mantenía un aire de seriedad y respondía con frialdad y enojo a las miradas afectuosas de Mark. Bastante ridícula.

Mark vino hacia mí y me dijo que después de la proyección iríamos a un café con la directora de la película.

Había mucha gente, así que estuvimos parados durante toda la película. Tengo que admitir que no comprendí muy bien las imágenes oníricas de glaciares y trenes, pero yo sentí que la directora estaba experimentando con una angustia existencial que todos los seres humanos compartimos, la angustia del desamparo. Ella había elegido una forma de expresión muy poderosa, los colores eran fascinantes, era una mezcla de violeta suave y azul que armonizaba en medio del contraste del negro y el blanco. Uno podía buscar en todas las tiendas de moda de Shangai y no encontraría una mezcla de colores tan artísticamente pura y atrayente. Admiro a una directora que pueda hacer ese tipo de películas.