Seguimos en el coche, nos reímos un buen rato y cuando dejamos de reír le dije: ¿De qué nos reímos?, vayamos a tu casa.
No me acuerdo de cuántas veces hicimos el amor esa noche, finalmente ni el lubricante me hacía efecto, empecé a sentir mucho dolor. El parecía un animal salvaje sin piedad, como un soldado me lanzaba ataques audaces, como un rufián me provocaba un dolor intenso. Pero seguíamos infligiéndonos dolor mutuamente.
He dicho que a las mujeres nos gusta tener en la cama a un fascista con las botas de cuero puestas. Independientemente del cerebro, la carne conserva su propia memoria, ella usa un sistema fisiológico sutil para conservar la memoria de cada encuentro con el sexo opuesto, y aunque los años pasen y todo sea parte del pasado, esa memoria sexual sigue desarrollándose hacia dentro con un vigor extraño e interminable. En los sueños, en los pensamientos más profundos y oscuros, cuando caminas por la calle, cuando lees un libro, cuando hablas con un desconocido, cuando haces el amor con otro, la memoria sexual salta de repente, yo puedo enumerar a todos los hombres que he tenido en mi vida…
Cuando nos despedimos, le dije eso a Mark, él me abrazó, sus pestañas mojadas cepillaron mi mejilla, no quise ver la humedad en los ojos del hombre al que ya no vería más.
Llené una enorme bolsa con las cosas que Mark me regaló, discos, ropa, libros, adornos, esta basura que amo y me vuelve loca.
Tranquila le extendí mi mano y le dije adiós. La puerta del taxi se cerró, él me avasalló:
– ¿De veras no me vas a despedir al aeropuerto?
– No. -Negué con la cabeza.
Alisó sus cabellos:
– ¿Qué haré en las próximas tres horas que me quedan? Tengo miedo de subirme en un coche e ir a buscarte.
– No lo harás. -Sonreí, mientras mi cuerpo temblaba como un pétalo caído. -Puedes llamar a Eva, a otros de los que te acuerdes, trata de recordar los rostros de tus familiares, ellos aparecerán ante ti en unas cuantas horas, ellos te esperarán en el aeropuerto.
Nervioso e intranquilo alisaba sus cabellos, luego estiró el cuello y me besó:
– Está bien, está bien, mujer de sangre fría.
– Olvídame -le dije en voz baja, cerré la ventana y le pedí al chofer que manejara de prisa. Lo mejor sería tener pocos instantes de ésos en la vida, porque son insoportables, aún más cuando se trata de una relación sin ninguna esperanza. Él tenía esposa, tenía un hijo, además vivía en Berlín, y yo en ese momento no podía ir a Berlín. Berlín para mí sólo era una imagen gris que había visto en las películas o leído en los libros, era una ciudad automatizada y triste, tan lejana y tan diferente.
No me di vuelta para ver la sombra de Mark parada en la calle. Tampoco regresé a la casa de Tiantian, el auto iba directamente a la casa de mis padres.
El ascensor aún estaba cerrado, así que cargando aquella enorme bolsa llena de cosas, subí hasta el piso veinte. Parecía que me colgaba plomo en los pies, creo que ni el primer paso de la humanidad en la Luna fue tan pesado como eran los míos. Sentía que en cualquier momento iba a colapsar, me iba a desvanecer, pero no quería descansar, ni prolongar la desesperación, sólo quería llegar a mi casa.
Toqué fuerte, la puerta se abrió. Mi madre salió asustada, tiré la bolsa y la abracé con todas mis fuerzas:
– Madre, tengo hambre -le dije llorando.
– ¿Qué tienes, qué te pasa? -Gritando llamó a mi padre: -Volvió Cocó, ven rápido para ayudar.
Mis padres me llevaron hasta la cama, estaban muy asustados, ellos nunca sabrían qué cosas le pasaban a su hija, ellos nunca comprenderían el mundo impetuoso, ruidoso y frágil que ella veía, su vacío indescriptible. Ellos no sabían que el novio de su hija era drogadicto, que el amante de su hija en unas horas se iría a Alemania, que la novela que su hija estaba escribiendo era caótica, franca, llena de pensamientos esotéricos y de crudeza sexual.
Ellos nunca conocerían el miedo en el corazón de su hija, ni su deseo al cual ni la muerte podía suprimir, tampoco sabrían que la vida para ella era un arma del deseo que en cualquier momento se podía disparar y matar.
– Discúlpenme, yo sólo quiero comer sopa de arroz, tengo hambre -repetía murmurando, trataba de sonreír, luego ellos desaparecieron, yo caí de cabeza en la oscuridad del sueño.
XXXI El color de la muerte
Si él está vivo o muerto, saberlo o no para mí ya no tiene ninguna importancia, porque él ya había desaparecido… Fue sólo en el instante en que el sonido de la música fue arrojado al mar que ella lo descubrió, y finalmente lo encontró.
Marguerite Duras
Mi novela cada vez está más cerca del final. Después de cambiar varias veces de lapiceras, finalmente he encontrado esa sensación de relajación repentina que se siente cuando desde una cima, por las veredas nevadas, uno se acerca el pie de la montaña, también siento una extraña melancolía.
Creo que no puedo predecir el destino de este libro, que también es parte de mi destino al cual no puedo controlar. Tampoco puedo ser responsable por las historias o los personajes de esta novela, así que como nacieron van a morir.
Estoy cansada y delgada, no me atrevo a mirarme en el espejo.
Ya han pasado dos meses y ocho días desde la muerte de Tiantian, pero yo conservo esa sensación misteriosa de comunicación entre las almas.
Cuando preparo el café en la cocina, oigo el ruido del agua del baño y por un instante pienso que allí está Tiantian bañándose, corro a su encuentro pero la bañera está vacía. Cuando en el escritorio hojeo el manuscrito, siento que alguien está sentado en el sillón a mis espaldas, me mira silencioso y tierno, no me atrevo a mirar, temo asustarlo y que se vaya. Sé que Tiantian está siempre conmigo en este cuarto, él me esperará pacientemente hasta que termine esta novela que le entusiasmaba tanto.
Pero lo más insoportable son las noches, ya no hay nadie que me susurre a la oreja, doy vueltas en la cama, abrazo su almohada, y le ruego a los dioses que lo traigan a mis sueños interminables. Una niebla gris se desliza a través de la ventana, y presiona mi cabeza de una manera suave y pesada. A lo lejos oigo una voz pronunciar mi nombre. Vestido de blanco, bello y lleno de amor inagotable se acerca a mí, volamos con alas transparentes como el cristal. El pasto, los techos, las calles nos rozan, rayos de luz rasguñan el cielo de jade.
El amanecer se aproxima anunciando que el hechizo desaparecerá. La noche se desvanece por completo. El sueño acabó y el amado no está, sólo queda la tibieza en el pecho y la humedad en los ojos. Desde que Tiantian murió a mi lado aquel amanecer, todos los amaneceres caen sobre mí como una helada y cruel avalancha de nieve.
El día que Mark se fue, me escondí en la casa de mis padres. Al otro día volví a mi casa al oeste de la ciudad. No me llevé la bolsa llena de regalos de Mark, excepto un anillo matrimonial de platino con un zafiro incrustado que ahora llevo. Se lo quité a Mark de su dedo meñique mientras dormía. Estaba tan nervioso que ni cuando se subió al avión debió darse cuenta de que yo le había robado ese anillo, a mí de hecho no me sirve, quizá lo hice para jugarle una última broma o tal vez estaba triste y quería un recuerdo de él.
El anillo era muy bello, desafortunadamente me quedaba grande, me lo puse en el pulgar, pero al regresar a la casa me lo saqué y lo puse en mi bolsillo.
Cuando entré Tiantian estaba viendo la televisión. La mesa estaba llena de pochoclo, chocolates, Coca Cola. Cuando me vio entrar extendió los brazos:
– Creí que habías huido y que jamás te volvería a ver. -Me abrazó.
– Mi madre hizo algunos platos y ravioles, ¿quieres que te los caliente? -balanceé la bolsa llena de comida en mis manos.
– Quiero salir al aire libre, quiero acostarme en el pasto. -Puso la cabeza en mi pecho. -Quiero ir contigo.