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Cuando se abrió la puerta del ascensor nos recibió una mezcla de voces, olor a tabaco y transpiración. El hombre alto, con una ligera sonrisa, me invitó a salir primero. Tiantian y yo pasamos delante de un cartel de poliéster que indicaba la avenida Joffre, y al levantar una muy pesada cortina de terciopelo de seda encontramos un enorme grupo de gente de todo tipo bailando al compás de una música antigua.

Madonna resplandecía como un bicho marino de los que tienen luz propia, y se nos acercó con un brillo de mil voltios.

– Mis tesoros, finalmente llegaron, oh, God, Mark, ¿cómo estás? -Le hizo un gesto al hombre alto detrás de nosotros. -Vengan, los voy a presentar, él es Mark de Berlín, ellos son Tiantian y Cocó, mis buenos amigos, Cocó es escritora.

Mark extendió la mano cortés:

– Hola.

Su mano cubierta de vellos secos y suaves es de las que provocan confort. Tiantian ya se había sentado en un suave sillón y estaba fumando, mirando a quién sabe donde.

Madonna alababa mi qipao de raso negro, con peonías bordadas en el frente. Había encargado su hechura en un taller de confección de seda de Suzhou. También alababa el traje elegante que llevaba Mark, era un saco de cuello pequeño con tres botones, que había pertenecido a un capitalista de Shangai, con el color un poco desteñido, lo que lo hacía más exclusivo y muy caro.

Se acercaron unas personas, Madonna los presentó:

– Él es mi novio Dick, ellos son el viejo Wu y Xixi.

Dick, un chico de pelo largo, que parecía tener menos de dieciocho años, era un pintor de vanguardia bien conocido en Shangai, y era también bueno haciendo dibujos animados. Precisamente, Madonna había quedado prendada de él cuando le regaló uno de sus videos animados. Su talento, su hablar vulgar y su aire infantil eran suficientes para despertar el instinto maternal de Madonna y su afecto. El viejo Wu era corredor de autos, hacía buena pareja con Xixi, una mujer de apariencia masculina vestida de traje y corbata. Parecían dos conejos excéntricos y chistosos. Mark me miraba discretamente, como dudando, luego se me acercó:

– ¿Quieres bailar?

Miré hacia la esquina del sillón y vi a Tiantian liar un cigarrillo, con una bolsa de plástico en la que había un poco de hash, cada vez que presentía que sentiría claustrofobia fumaba esas cosas.

Suspiré.

– Bailemos -dije.

Del equipo de música salía la hermosa voz de Zhouxuan cantando la Canción de las cuatro estaciones. A pesar de las rayaduras y la deformación de la voz por el mal estado del disco, todos estábamos encantados.

Mark, con los ojos a medio cerrar, parecía sentirse bien en ese ambiente. Vi que Tiantian también tenía los ojos cerrados, acostado lánguidamente en el sillón. Tomar vino tinto y fumar hash atrapa a cualquiera. Podía jurar que él estaba dormido, siempre se duerme fácilmente cuando hay mucho ruido o se entrecruzan imágenes irreales.

– ¿Estás distraída? -de repente me preguntó Mark en inglés, con fuerte acento alemán.

– ¿Sí? -le dije sin interés, sus ojos brillaban en la oscuridad como los de un animal escondido en los arbustos, me asustó la emoción extraña que me provocaban sus ojos. Estaba impecablemente arreglado, tenía bastante gel en el pelo, visto en conjunto parecía una sombrilla plegada totalmente nueva. Sus ojos licenciosos eran el centro de atracción de su persona, irradiaban una enorme energía. Sí, eran los ojos de un hombre blanco.

– Miraba a mi novio -dije.

– Parece que está dormido -dijo sonriendo.

Me sorprendió su sonrisa.

– ¿Muy funny? -pregunté.

– ¿Eres perfeccionista? -me devolvió la pregunta.

– No sé, no me conozco al ciento por ciento, ¿por qué lo preguntas?

– Tu forma de bailar me lo dice -contestó. Parecía muy dueño de sí. Esbocé una sonrisa burlona.

La música cambió. Empezamos a bailar fox-trot. Alrededor todo era terciopelo, sedas, algodones estampados, que creaban un hermoso collage antiguo que llenaba el ambiente, poco a poco todo se fue convirtiendo en un torbellino de gozo.

Cuando la melodía terminó y la gente se dispersó, me di cuenta de que el sillón estaba vacío, Tiantian no estaba, Madonna tampoco. Le pregunté al viejo Wu y me dijo que Madonna y Dick se acababan de ir y que Tiantian hacía poco estaba en el sillón.

Poco después, Mark salió del baño con una noticia más o menos alentadora: Tiantian estaba tirado en el baño, no estaba vomitado ni sangrando. Al parecer se había dormido mientras orinaba. Mark me ayudó a bajarlo hasta la calle y llamó a un taxi.

Mark dijo:

– Los llevo, no puedes sola.

Miré a Tiantian y era seguro que no iba a despertar. Era delgado pero desmayado pesaba como un elefante.

El taxi volaba por la calle a las dos de la madrugada. Por la ventana se veían edificios, vidrieras, anuncios, uno que otro peatón desorientado. En esta ciudad de permanente insomnio siempre ocurre algo extraño, siempre aparece alguien de la nada. Un olor pesado a alcohol mezclado con el constante aroma suave de Calvin Klein penetraba en mis pulmones, mi cerebro estaba vacío. Dos hombres a mis costados, uno había perdido el conocimiento y el otro el habla. En el silencio, vi el reflejo de la sombra de un hombre en el asiento y sentí la mirada observadora de un desconocido.

El auto llegó pronto a casa. Mark y yo juntos cargamos a Tiantian por las escaleras hasta el departamento. Tiantian se acostó en la cama y yo lo cobijé. Mark señalando el escritorio preguntó:

– ¿Ésta es tu mesa de trabajo?

Asentí con la cabeza.

– Sí, no sé usar la computadora. En realidad, unos dicen que te puede producir una enfermedad en la piel, otros dicen que la computadora te vuelve solitario, maniático de la limpieza, sin ganas de salir, qué sé yo…

De pronto me di cuenta de que Mark se me acercaba con ese aire distraído y esa sonrisa tan sensual.

– Me encantó conocerte, espero volver a verte. -Me besó en ambas mejillas, al estilo francés, dijo buenas noches y se fue.

Tenía en mis manos su tarjeta. Aparecían el nombre, la dirección y el teléfono de su empresa. Era una multinacional alemana especializada en asesoría financiera, situada en la avenida Huashan.

V Un hombre poco confiable

En relación a lo que se dice sobre el sexo, lo único cierto es que no es un espectáculo digno.

Helen Lawrenson

La atracción que siento por los hombres altos es un poco debido a la vanidad (yo no soy alta, pero afortunadamente las dos francesas que admiro, Marguerite Duras y Cocó Chanel, también eran bajitas), pero en gran parte proviene del odio extremo que siento hacia un novio petiso que tuve.

Ese hombre no pasaba gran cosa del metro y medio, de tipo bastante común, usaba unos anteojos ordinarios. Era un falso cristiano (luego se supo que pertenecía a una secta rara como el maniqueísmo o la secta del Sol).

No sé cómo me atrapó, tal vez porque sabía mucho, podía recitar con acento de Oxford las obras de Shakespeare. Además, sentados detrás de la estatua de Mao en el patio central de la Universidad Fudan, durante tres días seguidos me explicó la trascendencia para el mundo del nacimiento de Cristo en un establo.

El pasto grueso como lengua rasposa se me metía a través de la falda y me provocaba picazón en las nalgas y los muslos. El viento suave nos acariciaba el rostro. Él, como poseído, no podía dejar de hablar. Yo, infatuada, no podía dejar de escuchar. Parecía que podíamos estar así siete días y siete noches seguidas hasta llegar a la iluminación del nirvana. Yo no reparaba en su estatura insignificante, estaba concentrada es su espíritu cultivado y en sus dotes de orador (los hombres que yo ame en mi vida primero tienen que ser cultos, brillantes y muy sensibles. No me puedo imaginar al lado de un hombre que no pueda recitar por lo menos diez proverbios, cinco pensamientos filosóficos y tres nombres de músicos). Claro está, pronto me di cuenta de que me había arrojado a un charco verdoso y nauseabundo.