Выбрать главу

Cuando la mujer se marchó, Shanna se sentó en el borde de la cama donde permaneció un largo momento. No se había percatado de que sus emociones eran tan evidentes. Y si la señora Beauchamp las había percibido, entonces Orlan Trahern podría descubrir muy pronto que su hija estaba enamorada de su siervo.

El sonido de una puerta que se cerró en algún lugar de la casa despertó a Shanna, quien se sentó, sobresaltada. Sólo había tenido intención de dormir unos minutos, pero habían pasado horas y súbitamente sintió hambre. Un pequeño reloj sobre la repisa de 1a chimenea indicaba que eran las ocho y media. Seguramente no la habían esperado para cenar.

Sacó una bata de terciopelo de su baúl y se la puso. Aunque tuviera que ir a los establos para obtener la ayuda de Ruark, debía encontrar algo para comer. Nunca antes había sentido tanta hambre.

"Debe ser a causa del bebé" pensó. Súbitamente sintió impaciencia por acunar a una criatura en sus brazos.

Shanna bajó cuidadosamente la escalera. Todo estaba silencioso en el comedor y el salón. Sólo una débil linterna ardía allí. Pero venían voces desde el fondo de la casa. ¿Sirvientes, quizá?

Siguiendo un corredor, llegó a lo que creyó sería la cocina. Abrió la puerta y la recibió un coro de risas.

– ¡Shanna! -dijo Charlotte a sus espaldas, y Shanna se volvió y vio a la mujer, de pie, con Amelia y Jeremiah. Gabrielle se puso inmediatamente de pie y los hombres dejaron de reír.

– Lo siento -dijo Shanna tímidamente-, no fue mi intención interrumpir. Se dispuso a marcharse pero Amelia la detuvo.

– Espera, criatura, entra -dijo, y se dirigió a su.hija-: Gabrielle, tráele un plato.

– Pero, mamá…

– No importa. Haz lo que digo. Date prisa. ¿No ves que la pobre muchacha está hambrienta?

– No estoy vestida -dijo Shanna-. Será mejor que regrese a mi habitación.

– Tonterías. Hemos guardado un plato caliente para ti. Ven y siéntate.

Llegó un silbido desde atrás de la casa y se abrió la puerta. Ruark entró con un haz de leña en los brazos. Al ver a Shanna se detuvo y miró a los demás.

– Bueno, deja la leña, muchacho -dijo George después de un momento de tenso silencio, y señaló la caja de la leña-. ¿Has dicho que tienes hambre, verdad?

– Sí, señor -respondió Ruark y dejó su carga. Miró a Shanna y agregó-: Es lo menos que puedo hacer para pagarles la cena a estas buenas personas.

– ¡Hum! -exclamó Amelia, y Jeremiah se adelantó, frotándose nerviosamente las manos.

– Señor Ruark -dijo el muchacho- ¿le gustaría salir a cazar en las montañas, mañana? He visto grandes huellas allí. Bien temprano, si le es posible.

– Tendré que preguntar al hacendado -repuso Ruark. Arrojó un par de leños al fuego y miró a Shanna de soslayo.

Muy preocupada por su intromisión, Shanna se sentó en la silla que le ofrecía Charlotte. Gabrielle puso ante ella un plato rebosante y volvió al fogón para sacar otro del horno de ladrillo.

– Señor Ruark, siéntese por favor -dijo la joven. Charlotte sirvió dos grandes copas de leche fría. Ruark se sentó al lado de su esposa. Mientras comían, la conversación fue animándose y pronto Shanna se sintió parte de la familia. Se preguntó si no sería verdad. Quizá Ruark era un pariente, un primo lejano. El capitán Beauchamp lo había negado. ¿O no? Era para pensarlo.

Mucho después de las once, cuando la familia empezó a retirarse a sus habitaciones, Shanna se levantó de la mesa y dio las buenas noches al padre y a Nathanial, quien permanecía de pie cerca del fuego. Ruark empezó a ponerse de pie, pero George le puso una mano en un hombro y lo obligó a que se volviera a sentar.

– Estaba contándome de ese semental -dijo- y hay muchas cosas que quisiera preguntarle. Quédese un momento.

La mirada de Ruark siguió a Shanna; después se cerró la puerta. El camino para Shanna estaba a oscuras, iluminado solamente por una vela que ardía en una mesilla lateral en el comedor, y en el pasillo la única luz venía de la linterna del salón. Allí, en las sombras del vestíbulo, Shanna se detuvo ante los pequeños cristales que componían la ventana; más grande, atraída por el espectáculo de la luna llena. Su pálida luz bañaba las ramas semidesnudas de los gigantescos robles del frente de la casa.

El crujido de la puerta de la cocina interrumpió sus pensamientos. Y Shanna se volvió y vio que Nathanial se acercaba por el pasillo.

– Shanna -dijo él con una sonrisa-. Creo que ahora debería estar acostada.

Miró por la ventana, por encima de la cabeza de ella, el hermoso panorama.

– Usted ve con ojos de artista -comentó.

Shanna rió por lo bajo. -Sí, y me hubiera gustado serlo.

– ¿Le gustaría que conversemos un poco? -invitó él.

Shanna se apoyó en el marco de la ventana para contemplar la noche ventosa.

– ¿Acerca de qué, señor?

La respuesta llegó lentamente. -Cualquier cosa. -Se encogió de hombros-. Cualquier cosa que a usted le plazca.

– ¿Y qué cree usted que me complacería?

– El señor Ruark -dijo él suavemente.

Ella buscó en el rostro de él alguna señal de descontento y desprecio, pero sólo encontró una sonrisa amable.

– No puedo negarlo -susurró ella, miró por la ventana e hizo girar con los dedos la sortija de oro que llevaba-.

Usted nos ha visto antes. Tal vez usted no lo apruebe, pero yo lo amo… y llevo un hijo de él en mis entrañas.

– ¿Entonces por qué esta farsa, Shanna? -Su, voz sonó amable y grave-. ¿Sería tan penosa la verdad?

– Estamos atrapados en ella -suspiró ella-. El no puede reclamarme por otras razones y yo aún tengo que encontrar la forma de calmar la cólera de mi padre. -Sacudió la cabeza y se miró las manos. _No puedo pedirle que me prometa guardar silencio porque eso sería hacerlo partícipe de mi engaño. Sólo puedo contar con su discreción. Pronto todo se sabrá.

Siguió una larga pausa hasta que Nathanial habló nuevamente.

– Puede contar con mi discreción, Shanna, pero le diré algo. – Aspiró profundamente-. Creo que ustedes dos no confían en nosotros para nada. ¿Acaso ve en su padre un ogro cruel? ¿La castigaría él por su amor? ¿Está rodeada de enemigos, o de amigos y aliados dispuestos a ayudarla? Y me atrevo a decir que su padre saldría en defensa suya si usted confesara su amor. Orlan Trahern me impresiona como un hombre, muy razonable.

Nathanial dio varios pasos, en dirección a la escalera y se volvió.

– Sí, creo que ustedes dos no confían en nosotros. Pero, como he dicho, aguardaré su revelación, cuando usted la considere conveniente.

Le tendió una mano.

– Vamos, Shanna, permítame acompañarla a su habitación. Es tarde. El rió suavemente y Shanna sintió que ese buen humor se le contagiaba.

– Me pregunto cuánto tiempo podrán guardar ustedes sus secretos. -dijo el-

CAPITULO VEINTISÉIS

La pálida luz del sol se filtraba a través de las cortinas y alegraba la habitación con su brillo matinal. Semi despierta, Shanna se estiró con deleite en la amplia cama y abrió perezosamente los ojos. Una mancha de color a su lado, sobre la almohada, le llamó la atención. Levantó la cabeza y vio una rosa roja. Tomó la flor y aspiró su fragancia. Las espinas habían sido cuidadosamente cortadas del largo tallo.

– Oh, Ruark -suspiró sonriendo.

Las huellas sobre la almohada, a su lado, le indicaron que él había estado allí durante la noche. Con una carcajada de alegría, Shanna estrechó la almohada contra su pecho. Pero la arrojó cuando sintió que llamaban a la puerta. Entró Hergus.

– Buenos días, señorita -saludó alegremente la criada-. ¿Ha dormido bien?

Shanna saltó de la cama y se estiró como una gata feliz. -Sí, muy bien. Pero tengo hambre.

Hergus la miró con recelo. -Eso, señorita, es una terrible señal.

Shanna se encogió de hombros con aire de inocencia. – ¿Qué quieres decir?

Hergus empezó a sacar vestidos del baúl.

– Creo que usted 1o sabe -dijo-. Y la forma en que trata de impedir que yo la vea desnuda. Creo que debería decirle al señor Ruark que va a ser padre.

– Ya 1o sabe -replicó Shanna quedamente y enfrentó la mirada atónita de la mujer-. Has acertado. Voy a tener un hijo de él.

– Ooohhhh, Nooo -gimió la sirvienta-. ¿Qué va a hacer-

– Lo único que se puede hacer. Decírselo a mi padre. -La idea hizo estremecer a Shanna-. Espero que no se enfurezca demasiado.

– Ja. -gruñó Hergus-. Puede apostar que el señor Ruark será castrado, como es justo.