Shanna se volvió y miró a la mujer con ojos llenos de cólera.
– No me digas lo que es o no es justo. Lo que es justo es que yo, amando a Ruark, tenga un hijo de él. Golpeó el suelo con el pie para acentuar sus palabras-. ¡No toleraré que nadie hable en contra de mi Ruark!
Hergus supo que había llegado a los límites de la paciencia de Shanna y cuidadosamente cambió de tema. Mientras ayudaba a vestirse a su ama, le pareció apropiado conversar.
– Los hombres han tomado el desayuno y se han marchado, todos excepto sir Gaylord. El parece muy atraído por la señorita Gabrielle.
Shanna hizo una mueca de desprecio. -El codicioso petimetre. Aún anda buscando una esposa rica. Tengo que advertir a Gabrielle.
– No será necesario -Hergus rió tapándose la boca con una mano. -Ella lo rechazó terminantemente. Le dijo que no toleraría que él le pusiera las manos encima y que en el futuro tenga cuidado con dónde las pone.
– Entonces supongo. que nuevamente vendrá en pos de mí -dijo Shanna, suspirando desalentada-. Quizá podamos encontrarle alguna viuda vieja y severa para que lo mantenga en línea.
Hergus se encogió de hombros. -No parecen gustarle las viejas. Pero tiene buen ojo para las muchachas bonitas. Vaya, si cuando pasábamos por Richmond casi se quebró el cuello cuando se asomó por la ventanilla para mirar a una joven que cruzaba el camino. -Rió y levantó la nariz-. Yo no lo aceptaría.
– Me pregunto si ha convencido a los Beauchamps de que inviertan dinero en su astillero. Ellos podrían acceder sólo para librarse de él.
– No es probable -dijo Hergus, con una risita-. Esta mañana oí al caballero que hablaba en el pasillo con el capitán Beauchamp. El capitán no parecía interesado en la idea.
Bien -sonrió Shanna-. Entonces, quizá él se marche pronto.
Cuando Shanna bajaba las escaleras, Amelia la llamó desde el salón.
– Ven, Shanna. Haré que te traigan una bandeja y una tetera. Charlotte y Gabrielle tocaron una alegre melodía en el clavicordio y después se sentaron en los sillones al lado del sofá donde se había sentado Shanna.
– Los hombres se marcharon esta mañana temprano para mostrarle la propiedad a tu padre. Ahora todo está muy silencioso -dijo Amelia riendo-. Creo que podría oír caer una pluma.
Un fuerte ruido pareció subrayar sus palabras, y las damas se volvieron para mirar el origen. Una criada estaba en la puerta del salón, mirando horrorizada la bandeja caída a sus pies. A su lado, Gaylord se sacudía su chaqueta de satén y su corbatín de encaje.
– ¡Tonta! Pon más cuidado la próxima vez -estalló él, Corriendo de ese modo, hubieras podido arruinar mi chaqueta.
La muchacha miró a la señora Beauchamp y se retorció las manos, muy apenada, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas.
– No te aflijas, Rachel -dijo Amelia amablemente, y fue a ayudar a la criada a recoger los trozos de la tetera y el plato de porcelana. Después, la señora de la casa se volvió con una lentitud majestuosa que hablaba de su autoridad..
– Sir Gaylord -dijo-,-, mientras se encuentre en esta casa, debe recordar no hacer críticas y desprecios a los menos afortunados. Yo no lo toleraré. Rachel fue maltratada antes de trabajar para nosotros. No lleva mucho tiempo aquí, pero es una buena muchacha y yo aprecio mucho sus servicios. No querría que se marchara porque un huésped se muestre innecesariamente duro con ella.
– Señora -dijo Gaylord, atónito- ¿está corrigiendo mis modales? Señora, yo vengo de una de las mejores familias de Inglaterra y sé como tratar a la gente inferior. -La miró con altanería-. El magistrado, lord Gaylord, usted debe haber oído hablar de él. Es mi padre.
– ¿De veras? -dijo Amelia, con una sonrisa de tolerancia-. ¿Entonces usted quizá conoce, al marqués, el hermano de mi marido?
Gaylord quedó con la boca abierta y Amelia, satisfecha con la reacción del hombre, dio media vuelta y volvió a su lugar entre las tres dama sonrientes.
– ¡El marqués! tartamudeó Gaylord y se adelantó un paso-. ¿El marqués Beauchamp, de Londres?
– ¿Acaso hay otro? preguntó Amelia lentamente-. No estaba enterada. -Indicó a Rachel que entrara; la muchachita dio un, rodeo para evitar a Gaylord-. Ahora, señoras, ¿dónde estábamos?
– Estuviste maravillosa, mamá -gritó, Gabrielle con entusiasmo cuando el hombre se hubo retirado deja habitación.
– Fue una cosa mala lo que hice -confesó Amelia. Se encogió de hombros y sus carcajadas resonaron en la habitación-. Pero lo mismo me hizo bien. La forma en que Gaylord ordenó al señor Ruark retirarse de nuestra mesa, anoche, haría que cualquiera pensara que él es el, dueño de casa.
– Nathanial dijo que oyó que el padre de sir Gaylord estaba en Williamsburg, de visita -anunció Charlotte, aceptando una taza que le ofrecía Amelia-. Me pregunto si será tan grosero y antipático como su hijo.
Entonces los ojos oscuros se posaron en Shanna, quien había cesado súbitamente de revolver su té. Ella no tenía otro pensamiento que escapar de la casa para advertir a Ruark que lord Harry estaba lo bastante cerca para ser peligroso.
– Dios mío, Shanna -se disculpó Charlotte-, he sido grosera contigo. Esta mañana, en la mesa, Gaylord ha dicho que tú y él estaban próximos a prometerse en matrimonio.
Shanna se ahogó con un panecillo con mantequilla.
– ¿Yo -Tragó un sorbo de té para hacer bajar el panecillo y negó enérgicamente con la cabeza-… Te aseguro que eso es lo que él desea. Yo ya le di mi respuesta -sonrió al recordarlo- y ciertamente fue una
negativa:
– ¿Entonces por qué continúa él presionándote, Shanna? -preguntó Gabrielle-. Desde esta mañana no me
ha dirigido una sola mirada, lo cual, sinceramente, me alivia, pero hoy, en algunos momentos, cualquiera habría jurado que estaba ardientemente enamorado de mí. Si tú lo has rechazado, ¿por qué él habla de compromiso?
Shanna sólo pudo encogerse de hombros. Entonces Charlotte estalló en carcajadas.
– Quizá Shanna fue un poco más delicada con su negativa, Gabby querida. Es humillante para cualquier caballero que una joven le diga que es tan viejo como para ser su padre y que además le señale su barriga.
Shanna rió por lo bajo.
– y yo que creía que mi respuesta fue brutal. Si su mejilla ya no le duele, mi mano todavía sí.
– Oh, qué gracioso -dijo Gabby-. ¿De veras lo abofeteaste? -Bien hecho, Shanna. ¿Pero por qué él sigue acosándote? Ya. tendría que haber renunciado.
– Supongo que el señor Ralston le ha dicho que mi padre me desea casada con un hombre con título -repuso Shanna-. Sin duda, Gaylord aún espera que yo me deje influir por su posición.
– Pero a tu padre tampoco parece gustarle el hombre -respondió Amelia-. En realidad; se puso furioso cuando Gaylord le dijo al señor Ruark que se marchara y comiera con los sirvientes. Te has perdido una verdadera batahola, querida mía, con tu padre declarando que iría a comer con su siervo, y George diciendo a todo el mundo que él era el amo en su propia casa é invitaría al que se le diera la gana a su mesa, y el pobre Nathanial tratando de calmar los ánimos, sin mucho éxito. Hasta que nos dimos cuenta de que el señor Ruark se había marchado. Pero ni George ni tu padre, desde entonces, han dirigido a Gaylord una palabra cortés.
– Entonces, quizá, fue mejor que me marchara cuando lo hice -comentó Shanna:
Momentos después Shanna quedó sola con la mayor de las Beauchamps, intrigada por las excusas que dieron las otras dos para retirarse. Por las ventanas del frente, pudo ver a Gaylord que se paseaba con las manos en la espalda, la cabeza baja, como si estuviera sumido en profundas reflexiones.
– Supongo, Shanna, que has oído muchas historias que te han hecho pensar que Virginia es una tierra salvaje. -Amelia rió suavemente cuando Shanna asintió-. Sí, es salvaje, pero jamás me he arrepentido de haber venido aquí para construir nuestro hogar. Vivimos en una cabaña de troncos hasta que pudimos despejar el terreno y levantar esta casa. Entonces sólo teníamos a Nathanial y nosotros mismos éramos casi niños. Mis padres tuvieron miedo. Querían que yo me quedara en Inglaterra hasta que George pudiera construirnos un hogar. Ellos pensaban que él renunciaría y regresaría. Y a menudo, él ha dicho que 1o hubiera hecho si yo no hubiese venido con él.
– Tiene usted una hermosa casa, señora Beauchamp, y una familia encantadora.
– Oh, hemos soportado muchas dificultades que no hubiéramos tenido en Inglaterra -continuó Amelia-. Pero creo que los problemas que hemos compartido nos han hecho mejores, y quizá más fuertes. Yo no podría soportar a un hijo vanidoso y afectado como Gaylord.