Los míos, quizá, estarían fuera de lugar en la corte, pero puedo jurar que son hombres y que no dependen de las riquezas de otro para vivir cómodamente. Y porque los amo, deseo la felicidad para ellos. Es natural que una madre desee 1o mejor para sus, hijos. Hasta ahora, han tenido la buena fortuna de encontrar 1o que necesitaban en este mundo. Dios mediante, Gabrielle y Jeremiah harán 1o mismo.
Shanna bebía su té distraídamente y se preguntaba si la madre de Ruark la aceptaría con la misma ternura y el mismo afecto que Amelia mostraba a Charlotte. Charlotte casi podía ser envidiada, pero la mujer que había criado a Ruark también tenía que ser una persona especial
– ¿Estás cómoda en la habitación de mi hijo? preguntó Amelia suavemente.
– Me siento muy cómoda aquí, como en mi propia casa -declaró Shanna con sinceridad-. Y supongo que en verano la habitación es muy fresca, con ese enorme árbol para darle sombra. ¿Dónde está su otro hijo?
– ¿Quieres otra taza de té, querida?
– Media taza, por favor. Gracias.
– El va y viene.
– Me gustaría conocerlo.
Amelia miró a su joven huésped.
– Creo que 1o conocerás, querida mía. Creo que 1o conocerás.
Momentos después, Shanna bajó la escalera vestida con un traje de amazona de terciopelo verde, que daba a sus ojos un tono oscuro muy cercano a la esmeralda. Gabrielle salía en ese momento por la puerta principal.
– ¿Hay algún sendero por donde pueda cabalgar y no extraviarme? -preguntó Shanna.
La mujer respondió llevándola al fondo de la casa. Allí, desde las ventanas, pudieron ver las colinas que se levantaban más allá del lugar donde estaban.
– Hay un sendero que lleva al valle alto junto a aquel gran roble. -Como era un poco más alta, Gabrielle miró a Shanna desde arriba, y afirmó, como por casualidad y encogiéndose de hombros-: Probablemente vea allí al señor Ruark, con Jeremiah.
Shanna se relajó con el ritmo del trote de Jezebel y sintió la brisa vigorizante mientras la hierba corría bajo los cascos del animal. El viento agitaba la pluma curvada de su gorra de montar de terciopelo, y en el puro goce del momento, Shanna sacudió las riendas. La montura respondió lanzándose al galope. Jezebel se encontraba en un terreno familiar y Shanna la dejó correr hasta que pasaron junto al gran roble y entraron en el bosque, siguiendo una huella de carros. Aquí, redujo la velocidad a un andar más prudente.
El aire estaba fresco pero el sol se encontraba alto, y en esta tierra salvaje había una. atmósfera de casta virginidad. Shanna alcanzó a ver un ciervo que pasó entre las sombras. Después la huella empezó a ascender. Altas colinas se elevaban a cada lado y el sendero rodeó un acantilado bajo. Cuando dio la vuelta al mismo, Shanna soltó una exclamación de asombro y detuvo a la yegua.
Un amplio valle extendiese ante ella, fértil y rico como una piedra preciosa. En el centro del valle, una cadena de pequeñas lagunas brillaban azules debajo del cielo luminoso, alimentadas por una cascada que se derramaba desde un risco en medio de centelleantes arcos iris. Más allá de las lagunas, bajo las ramas de un grupo de pinos, se levantaba una pequeña cabaña de simple y tosca construcción, y de su chimenea salía una delgada columna de humo que se enroscaba en el aire.
Shanna vio huellas de varios caballos y espoleó a Jezebel. Pasó entre un grupo de sauces, cruzó el pequeño y límpido arroyo y llegó al terreno que rodeaba la cabaña. La puerta estaba entreabierta y había un hacha sobre una pila de leños recién cortados. Más allá de la cabina, Un cerco rodeaba un prado donde pastaba una tropilla de caballos que rivalizaban en gracia y belleza con el que ella montaba.
Inquieta, Jezebel golpeó con sus cascos la hierba que crecía abundante y Shanna tiró con firmeza de las riendas, mientras contemplaba la belleza del pacífico valle. Sintió un leve ruido a sus espaldas, se volvió y vio a Ruark que apoyaba su largo rifle en un tocón. Sonriendo, él se acercó y la ayudó la apearse.
– ¿Cómo sabías donde me encontrarías?
Ella le sonrió.
– Gabrielle me lo dijo.
– Me alegro -dijo él. Se inclinó y la besó en la boca. Shanna suspiró, feliz, y se dejó abrazar por esos brazos fuertes. Pero entonces recordó lo que la había llevado hasta allí.
– El magistrado lord Harry está en Williamsburg -murmuró, y se apartó un poco para mirarlo a los ojos.
– Ese bastardo -gruñó Ruark.
– ¿Qué haremos? -preguntó Shanna en tono de preocupación. Ruark le acarició la mejilla.
– No temas, amor mío. Nos salvaremos de eso.
La besó nuevamente, retrocedió un paso y emitió un grito suave arrulante. Un movimiento en los arbustos detrás de la cabaña llamó la atención de Shanna, y en seguida apareció Jeremiah. El también llevaba un largo mosquete y vestía como Ruark, con suaves calzones de piel de ciervo, chaleco y camisa de lino.
– Señor Ruark -dijo Jeremiah, con voz extrañamente cargada de risa-. Creo que será mejor que yo vaya a arreglar esa rotura del cerco antes, de que las yeguas lo encuentren. Me tomará un tiempo.
Con eso, levantó el hacha y se alejó casi al trote. Shanna hubiera jurado que oyó una risita.
Ruark lo miró alejarse.
– Muchacho listo. Siempre dispuesto a hacer más de lo que le corresponde.
Shanna arrugó la frente y sintió como si entre ellos hubiera sucedido algo que a ella se le escapaba completamente. ¿Pero qué importaba mientras ella y Ruark pudieran estar a solas?
El tomó la cola del vestido de ella y levantó el borde de la hierba húmeda.
– Necesitarás un par de calzones si piensas vagabundear por aquí. Déjame que suelte a Jezebel. Después te enseñaré el lugar.
Shanna se levantó la falda y lo siguió. En el corral, Ruark sacó la brida a la yegua. El animal lo siguió como un perro entrenado mientras él la llevaba hasta la puerta y la dejaba pasar.
Feliz, Shanna corrió hacia la sombra que proyectaba un alto pino. Bailó y pateó sobre la espesa alfombra de agujas de pino. Después se volvió junto a Ruark y se le arrojó en los brazos, como una jovencita recién enamorada.
– ¿Quieres ver la cabaña? -preguntó él roncamente, besándola en la boca. Shanna asintió con vehemencia y se dejó conducir. Frente a la cabaña, Ruark la levantó en brazos y traspuso con ella la puerta. Adentro la cabaña era sencilla, débilmente iluminada por el fuego que ardía en el hogar. Ruark dejó a Shanna en el suelo, tomó un leño encendido del hogar y encendió su pipa. Intrigada por la sólida comodidad del interior, Shanna pasó la mano por la superficie de una rústica mesa y miró una gran olla de hierro que colgaba al lado del fuego. Saltó retozona sobre la cama, tocó la rica manta de pieles y se volvió.
– Oh, Ruark ¿no sería maravilloso si pudiéramos tener algo como esto? -exclamó entusiasmada.
El la miró a través de las volutas de humo que se elevaban de su pipa.
– Vamos, Shanna, ¿de veras estarías satisfecha aquí?
– ¿Acaso lo dudas? Soy fuerte, señor Beauchamp, y muy capaz de enfrentar cualquier desafío. Aprenderé a cocinar. Quizá no tan bien como las cocineras de papá, pero no me gustan los maridos gordos. -Se tocó el vientre y preguntó-: ¿Me amarás cuando mi barriga esté hinchada por la criatura?
– Oh, Shanna -dijo Ruark y la abrazó-. Te amaré hasta el día de mi muerte.
Ella se apretó contra él y respondió a sus besos.
– ¿Cuánto tiempo tardará Jeremiah en regresar?
– Sólo vendrá cuando yo lo llame -dijo Ruark, y fue a cerrar la puerta.
Las ramas desnudas del roble rozaban de tanto en tanto la ventana de la habitación de Shanna, quien estaba mirando la noche estrellada. Su tarde pasada con Ruark en la cabaña la había convencido del hecho de que quería vivir con él, cualesquiera que fueran las dificultades o las alegrías que se presentaran. Ya estaba decidida, pero se sentía muy sola. Era como si se encontrara sola en el mundo y todo el peso de su locura descansara sobre sus hombros. Lo que pensaba hacer podía dejada sin nadie, sin Ruark, sin su padre. ¿Realmente los Beauchamps la aceptarían pese a su vergüenza, como había dicho Nathanial?
Shanna apoyó una mano en su vientre y sintió la vida que florecía en ella. Súbitamente supo que nunca estaría sola.
Orlan Trahern estaba sentado en el sillón de cuero de la habitación de huéspedes y estudiaba varios mapas y papeles. La producción de esta tierra era lo bastante rica para hacer estremecer a su corazón de comerciante. En realidad, había empezado a ver las ventajas de adquirir una propiedad aquí para él, quizá sobre el río James, donde su f1ota de barcos podría llegar.