Выбрать главу

La señora Jacobs admiraba reverentemente esta belleza porque la envidia no tenía cabida en su alma. En lo hondo de su corazón era una romántica y obtenía gran placer en lo que para ella era el serio arte de concertar casamientos. El novio, como ella lo veía con los ojos de la mente, tendría que ser guapo y encantador, porque nadie que no lo fuera hubiera podido tener una novia como ésta.

Shanna se inclinó para mirar por la ventana y su movimiento hizo que la señora Jacobs se le acercara.

– ¿Qué sucede, querida? -preguntó la amable mujer con mucho interés-. ¿Ya vienen?

Los ojos azules de la señora Jacobs miraron hacia el camino distante y, como ella había adivinado, un carruaje estaba subiendo la colina y pronto llegaría a la iglesia.

Shanna, con una multitud de explicaciones en la punta de la lengua, lo pensó mejor y no habló. Si daba excusas por su futuro esposo los defectos de él serían más evidentes. Era mejor dejar que la mujer creyera que, el amor la había cegado.

Shanna se alisó el cabello y se preparó mentalmente para encontrarse con el miserable novio.

– Esta usted radiante, querida.-La señora Jacobs pronunció la, “r ” arrastrándola, con un fuerte acento escocés. No se preocupe por su aspecto. Vaya a recibir a su prometido. Yo le traeré su capa.

Shanna obedeció graciosamente, agradecida de poder encontrarse con Ruark antes de que lo vieran el clérigo y su esposa, con la esperanza de poder mejorar la apariencia de él a último momento. Cuando corrió por el sendero cubierto que iba de la rectoría a la iglesia, un millar de razones para preocuparse se agolparon en su mente y ella se insultó a sí misma, usando varios de los juramentos favoritos de su padre, y enseguida rechinó los dientes al pensar en el cuidado que debía poner un caballero para vestirse.

– Ese rústico colonial -dijo entre dientes-. ¡Por lo menos veré que no se haya puesto los calzones al revés!

Los caballos rucios levantaron sus finas y nobles cabezas y se detuvieron nerviosos frente a la iglesia. Pitney metió cuidadosamente su pistola debajo de su chaqueta mientras el señor Craddock saltaba a tierra y, como cualquier buen cochero, abría la portezuela para que ellos bajaran. Aceptando el gesto de advertencia de Pitney, Ruark se apeó del carruaje y miró pensativamente hacia los páramos.

Sintió un gran deseo de echar a correr por los campos sólo para tener la sensación de libertad que ello hubiera podido producirle, pero sabía que no llegaría más allá de ese bajo muro de piedra. Pitney era fuerte pero su tamaño le restaba velocidad, y el señor Craddock y Hadley no parecían muy rápidos ni de piernas ni de mente. Ruark estaba convencido de que ellos no hubieran podido alcanzarlo, pero la pistola de Pitney y sus balas de plomo eran muy capaces de detenerlo. Estaba, además, la cuestión de un pacto que él se sentía ansioso por ver cumplido. Esto lo contuvo más efectivamente que la amenaza de muerte. Últimamente, esa sombría señora había sido muy a menudo su compañera.

Caminó lentamente hacia la escalinata de la iglesia pero se encontró en el centro de un grupo cerrado. En el primer escalón, Ruark se detuvo y miró a los tres hombres, todos los cuales se mantenían muy cerca de él.

– Caballeros. -Una débil sonrisa jugó en un ángulo de su boca-. Si yo intentara escapar ustedes, sin duda, usarían las armas que ocultan tan ostentosamente. No les pido que sean remisos en sus obligaciones sino que se queden un poco más atrás, como si fueran realmente sirvientes contratados.

Ante una señal de Pitney, los dos hombres regresaron al carruaje y se apoyaron en él, aunque siguieron con la atención puesta en Ruark porque habían comprendido muy bien el hecho de que sólo obtendrían su recompensa si hacían bien su trabajo.

– ¿Y ahora qué, Pitney? -preguntó Ruark-. ¿Entramos o aguardamos aquí a mi lady?

El sirviente frunció los labios, pensó en la pregunta y se sentó en un escalón, Con su voz áspera, dijo rotundamente:

– Ella ha oído al carruaje. Saldrá cuando esté dispuesta.

Ruark subió varios escalones hasta el portal cubierto y allí se dispuso a aguardar. Estaba pensando seriamente en iniciar una conversación con su estoico escolta cuando la pesada puerta de madera se abrió y salió su presunta novia. Ruark ahogó una exclamación", porque a plena luz del día Shanna Trahern era la beldad más extraordinaria que él había visto jamás. Parecía casi frágil en el fino vestido color malva. No había señales de la muchacha audaz que había visitado la cárcel para buscar un marido.

Shanna pasó junto a él casi sin mirarlo y ni siquiera por cortesía se detuvo cuando el hombre se quitó el sombrero y descubrió su oscura cabellera. En cambio, levantó sus amplias faldas para bajar corriendo los escalones.

Ruark se apoyó en el muro de piedra y sonrió admirado mientras sus ojos acariciaban la bien formada espalda de ella. Súbitamente, Shanna se detuvo y casi tropezó con los escalones. Pitney se volvió y la miró fijamente. Entonces, sorprendida, giró para mirar a Ruark con sus ojos color verde mar dilatados por la incredulidad. El tenía su gruesa capa echada sobre los hombros, y al ver las ropas que había comprado ella comprendió la verdad. Un color oscuro, pardo. Lo había elegido cuidadosamente. Ese color podría cubrir una cantidad de defectos y quizá diera al colonial cierta dignidad, había pensado ella; pero ahora resultaba maravillosamente apropiado y mucho más agradable de lo que se había atrevido a esperar.

El era muy guapo, indudablemente, con magníficas cejas oscuras que se curvaban nítidamente dibujadas; una nariz fina y recta; una boca firme pero casi sensual. La línea de su mandíbula indicaba fuerza y se flexionaba con los movimientos de los músculos. Entonces los ojos de Shanna encontraron los de él, y si quedaba alguna duda, inmediatamente desapareció cuando miró esos profundos ojos ambarinos enmarcados por pestañas espesas y oscuras.

– ¿Ruark? -preguntó.

– El mismo, amor mío. -Ahora, con toda la atención de ella, él se llevó nuevamente el tricornio al pecho y se inclinó con exagerada cortesía-. Ruark Beauchamp a sus órdenes.

– Oh, entregue esa cosa a Pitney -estalló ella al percibir el tono burlón de él.

– Como tú lo desees, amor mío- dijo él, rió con ligereza y arrojó el sombrero a Pitney quien casi lo aplasto al apretarlo contra su pecho. Entregó el sombrero al señor Craddock con tanta firmeza que el guardia ahogó un quejido.

– Llévelo al carruaje -ordenó Pitney secamente-. Y manténgase a una distancia respetuosa.

Shanna puso los brazos en jarra y golpeó irritada el suelo con el pie. No hubiera podido explicar los motivos de su irritación, pero Ruark Beauchamp era mucho más de lo que ella había esperado. Había, algo insufrible en un hombre condenado que se mostraba tan completamente seguro de sí mismo. Probablemente era del tipo que iría al cadalso como un héroe jactancioso, pensó torvamente.

– Bueno, puesto que está aquí no veo motivos para demorarnos más -dijo en tono cortante, y calculó mentalmente la edad que tendría él. No más de diez años mayor que ella, como máximo, aunque en su primer encuentro ella había pensado que él le llevaba por lo menos veinte-. Empecemos de una buena vez.

– Soy su servidor más obediente. -Ruark sonrió y después rió cuando ella lo fulminó con una mirada. Se llevó ansiosamente una mano a su chorrera de encajes y se inclinó ligeramente-. Señora mía, estoy tan ansioso como usted porque nos casemos.

Claro que lo está, pensó ella en silencio. Sin duda, mañana se jactaría de la mujer que se, había acostado con él. ¡El canalla desvergonzado!