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– ¿Lo pasaste mal? -preguntó él con preocupación.

– Sí, padre -repuso ella, adoptando un estilo más formal, y se preparó interiormente para el interrogatorio.

– ¿Y ninguno de los piratas… te tocó? -preguntó él roncamente.

– No, padre. Tú has sabido que el señor Ruark mató a un hombre por mí. Fueron dos, si quieres llevar cuenta de sus proezas. Sobreviví solamente por la astucia del señor Ruark y por su destreza con las armas. Si él no hubiera estado allí, hoy yo no estaría aquí.

– y este señor Ruark… -él dejó flotando la pregunta mientras buscaba palabras para expresar lo que lo atormentaba.

Shanna se puso de pie. No podía mirado a la cara, de modo que fue hasta el balcón y abrió las, ventanas, porque súbitamente la habitación le parecía sofocante.

– El señor Ruark es un hombre honorable. No me ha hecho ningún daño y yo no soy diferente de cuando me fui. - Lo miró con una dulce sonrisa en los labios y habló sinceramente, porque nada de lo que había dicho era una mentira-. Mi mayor preocupación en este, momento, papá, es por el bienestar de él y hasta eso parece haber mejorado mucho.

Trahern la miró largamente como si reflexionara en las palabras de ella. De repente asintió con la cabeza, dispuesta a aceptar la historia.

– Entonces, está bien.

Ahora satisfecho, empezó caminar hacia la puerta pero lo detuvo la voz de Shanna.

– ¿Papá?

Trahern se volvió y la miró con curiosidad.

– Te amo.

El enrojeció, tartamudeó unas buenas noches y miró rápidamente a su alrededor, como si hubiera olvidado algo. Se tocó los costados y gruñó.

– Hum, él tiene el maldito bastón. -En la puerta, se detuvo y dirigió una última mirada a su hija-. Es bueno tenerte en casa, criatura. Es bueno tenerte en casa.

– ¡Shanna! ¡Shanna! ¡No te vayas!

Parecía un pedido de socorro, solitario en el silencio de la noche, y ella no pudo confundir la voz. Saltó de su cama, salió al balcón sin ponerse la bata y entró en la habitación de Ruark. El se retorcía sobre la cama como si estuviera luchando contra invisibles fantasmas. Tenía la frente, cubierta de sudor y la camisa que ella había logrado ponerle estaba empapada. Shanna casi rió de alivio cuando le secó la cara con una toalla. La piel estaba húmeda y fresca. La fiebre había cesado. A la luz de la vela, ahora pudo ver que él tenía los ojos abiertos y la miraba con algo de desconcierto.

– ¿De veras estás aquí, Shanna? ¿O estoy soñando? -Le tomó una mano y se la llevó a los labios-. Ninguna doncella de mis sueños podría ser tan dulce como tú, Shanna. -Suspiró-. Creí que te había perdido.

Ella se inclinó y lo besó.

– Oh, Ruark -dijo-, yo creí que te perdería a ti. El le echó un brazo al cuello y la atrajo a su lado. – ¡Te haré daño en la pierna! -protestó Shanna preocupada.

– ¡Ven aquí! -ordenó él-. Quiero saber si esto es un sueño o producto de mi delirio.

Hubo una suave unión de lenguas y labios, cuando sus bocas se entreabrieron y juntaron con una dulzura que pareció detener el tiempo.

– Creo que la fiebre ha cedido -dijo Shanna, acurrucándose contra él-. Pero debió dejarte con la cabeza embrollada. Tu beso habla mucho más de pasión que de dolor. -Metió una mano debajo de la camisa de él y acarició el pecho velludo.

– ¡Ciertamente! -dijo él, sonriendo-. ¿Tengo que soportar eternamente las ironías de una novia decepcionada?

– En tu delirio dijiste que me amabas -murmuró ella tímidamente-. También lo dijiste antes, cuando estalló la tormenta. Te pedí que me, amaras y tú dijiste que sí.

Ruark desvió la mirada y antes de hablar se frotó el vendaje de la pierna.

– Es extraño que el delirio nos haga decir la verdad, pero es así-. La miró a los ojos-. Sí, te amo. Aunque sea una locura, te amo.

Shanna se incorporó, se sentó sobre los talones y lo miró fijamente.

– ¿Por qué me amas? -preguntó asombrada-. Te he traicionado en cada oportunidad. Te envié a la esclavitud y a cosas peores. ¿Cómo puedes amarme?

– ¡Shanna! ¡Shanna! ¡Shanna! -suspiró él y le tomó una mano-.

¿Qué hombre se jactaría de la sabiduría de su amor? ¿Cuántas veces se ha oído decir no me 1mporta, yo amo? Estoy pensando en una muchacha de rostro sin encantos y cabello de color de ratón, cuya virtud fue destruida antes de que ella conociera su existencia. Y en un hombre digno que fue maltratado como esclavo. El buen Gaitlier y Dora. -Miró a Shanna pero ella no quiso mirarlo a los ojos-. Ellos se toman de la mano y se plantan frente a todo, pese a todo, para gritar con fuerza: "No importa. ¡Nos amamos!"

Ruark movió su pierna sobre la almohada y tocó los vendajes, como si quisiera calmar el dolor de su herida. Acarició el brazo de Shanna y ella se volvió hacia él.

– Shanna, amada mía, no puedo pensar en traiciones cuando pienso en el amor. Sólo espero el día en que me dirás "te amo".

Shanna levantó las manos y las dejó caer. Las lágrimas le corrían por las mejillas.

– Pero yo no quiero amarte -empezó, entre sollozos-. Tú eres un colonial, un asesino convicto, un esclavo.

Yo quiero un apellido para mis hijos. Quiero mucho más de mi marido. -Desvió la mirada, en súbita confusión-. Y no quiero lastimarte más.

Ruark suspiró y renunció por el momento. Tendió la mano y gentilmente enjugó las lágrimas de las mejillas de ella.

– Shanna, mi amor -murmuró tiernamente-, no tolero verte llorar. No insistiré por un tiempo. Sólo te imploro que recuerdes que el viaje más largo se hace de a un paso por vez. Mi amor puede esperar, pero no cederá ni cambiará.

Su voz adquirió un tono más ligero y sus ojos brillaron con chispas doradas de picardía.

– Ya deberías saber que soy un hombre voluntarioso. Mi madre me consideraba decidido, mi padre me creía malcriado.

Shanna logró sonreír débilmente.

– Sí -dijo- admito eso.

El rió. -Vamos, amor mío, no te aflijas más. Tiéndete aquí a mi lado. Y déjame sentir tu tibieza y tu suavidad. Si no puedes declararme tu amor, por lo menos levántale los ánimos a un hombre enfermo.

Shanna accedió, se acurrucó y apoyó su cabeza en el hombro de él.

– No puedo descansar porque no sé cuál es peor -dijo él

Ella levantó la cabeza y lo miró desconcertada.

El explicó:

– No sé si es peor el dolor de mi pierna o el de mi entrepierna.

– Mono libidinoso- rió ella y Se refugió en los brazos de él-. Ningún enfermo se excita tan rápidamente ante una leve sonrisa.

Ruark la estrechó un momento, la besó detrás de las orejas y después en los labios. Allí su boca permaneció mucho tiempo disfrutando el dulce sabor a miel. La habitación quedó en silencio y para Shanna fue el lugar más natural donde estar, en el círculo de los brazos de él. Sin embargo, muchos de la casa se habrían enfurecido de haberlos encontrado así abrazados y en una misma cama.

Berta había traído una bandeja con el desayuno y Ruark se preparaba para tomar su primer alimento sólido en varios días, cuando se abrió la puerta y entró Pitney trayendo una bandeja con un servicio de café: Lo seguía el mismo Orlan Trahern. Pronto el hacendado dejó una humeante taza en la mesilla junto a la cama.